Hace hoy 65 años, el Imperio lanzó una bomba nuclear sobre esa ciudad que mató a 200,000 seres humanos, en un 95% niños, mujeres y ancianos. Ahora esas bombas son miles de veces más asesinas.
Carlos Rivero Collado | Para Kaos en la Red | Hoy a las 18:01 | 306 lecturas | 15 comentarios
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1-. El gran dilema
¿Aceptará Irán que sus barcos sean interceptados por naves del Imperio Yanqui-Sionista, como efecto de la injusta resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o, como ha anunciado su gobierno, lanzará cien cohetes contra cada barco de EU e Israel que se halle próximo a sus costas? ¿Atacarán los aviones de Israel las bases en que Irán desarrolla su programa nuclear, como hicieron en Iraq en 1981 y en Siria en el 2007? ¿Responderá Irán lanzando bombas convencionales –o nucleares, si las tuviese-- sobre Israel lo que, en tal caso, provocaría una respuesta mayor de ese país? ¿Perpetrará el Imperio un masivo bombardeo convencional sobre Irán …. o nuclear para que la República Islámica sea barrida de la faz de la Tierra, con sus setenta millones de habitantes, como amenazó Hillary Clinton hace dos años?
¿En qué evidencias se basó una comisión internacional, dominada por el Imperio, para acusar a Corea del Norte del hundimiento de la corbeta Cheonan, atentado terrorista que le costó la vida a 56 seres humanos? ¿Cómo es posible que alguien crea que, si el Cheonan tenía equipos para detectar la presencia de otro submarino a 185 kilómetros de distancia, no pudiera percatarse de la cercanía del submarino que “le lanzó” el cohete que lo hundió? ¿Sabe el Imperio que su largo historial de auto-agresiones y esa falta de pruebas contra el gobierno de Pyongyang, hace que el mundo entero entienda que se trata de otro auto-atentado para provocar una nueva guerra en Corea que pudiera ser nuclear, a pesar de la amplia desventaja que, en ese sentido, tendría Corea del Norte?
¿Si el Imperio lanza un bombardeo nuclear contra Irán y Corea del Norte … ¿se quedarán las otras potencias nucleares con los brazos cruzados o responderán a esa monstruosidad, convirtiendo esas guerras locales en una conflagración nuclear en que los muertos no se contarían por cientos de miles, como en Hiroshima, sino por miles de millones?
¿Son estos mortales incidentes que están ocurriendo en la frontera entre Israel y el Líbano el preludio de otra guerra entre los dos países?
Ante estos graves conflictos ¿cómo va a reaccionar Pakistán, con sus 90 bombas nucleares, algunas, tal vez, hasta de 2 megatones, 144 veces más poderosas que la de Hiroshima? ¿Y la India, con sus 80 bombas, algunas tan mortíferas como las de Pakistán?
Si se lanzara una sola bomba de un megatón sobre el centro de Irán, la radiación electromagnética (EMP: Electro-magnetic pulse) afectaría desde Jordania hasta la India y desde Rusia hasta Sri Lanka. ¿Cómo sería, entonces, esa mortal radiación si se lanzaran decenas de bombas de varios megatones cada una, sobre Irán, Corea, Líbano, Pakistán o cualquier otro país?
¿Saben estos prepotentes yanqui-sionistas que si se produce una conflagración nuclear, los efectos de la radioactividad y del invierno nuclear acabarían con la vida animal y vegetal en este planeta?
Esperando que estas dudas se disipen en los próximos días, semanas o meses, veamos,entonces, lo que sucedió en Hiroshima hace 65 años … pero antes sería útil recordar algo de aquella Crisis de Octubre que puso al mundo a unos minutos de la guerra nuclear.
2-. Al borde del abismo
Si en aquellos días de octubre del 62, el presidente Kennedy hubiera cedido a las intensas presiones de los gorilas del Pentágono y hubiese ordenado un bombardeo convencional masivo sobre las bases nucleares, navales, aéreas y terrestres de Cuba, con un saldo inicial calculado en unos 50,000 muertos … ¿cómo hubiesen reaccionado el pueblo cubano y sus dirigentes ante esa monstruosidad? ¿La habrían aceptado o hubiesen preferido la inmolación general? Tengo la no muy lejana sospecha de que esta última hubiera sido su decisión.
De una o dos bases nucleares cubanas, cuyos comandantes soviéticos, según se supo muchos años después, respondían a la jefatura revolucionaria de Cuba, no a la dirigencia más o menos revolucionaria de la Unión Soviética, habrían salido hacia Washington, Philadelphia, Nueva York y otras grandes ciudades, cohetes con ojivas nucleares de unos tres megatones –216 veces más poderosas que la de Hiroshima-- con un saldo mortal que lo dejo al susto del lector.
Como país soberano, Cuba tenía todo el derecho a poseer los cohetes y las bombas que le diera su realísima gana y fue la insolencia criminal del imperio yanqui la que puso el mundo al borde de una guerra nuclear al oponerse a ese derecho supremo de Cuba, como si nuestro país fuese una colonia, no una república. Fue el Imperio el que violó el derecho internacional y la Carta de Naciones Unidas, no, por supuesto, Cuba ni la Unión Soviética.
En 1962, los anticohetes de EU no eran efectivos hasta unos 11 minutos después de su lanzamiento porque estaban designados para destruir cohetes lanzados desde el territorio soviético, que se demoraban 28 minutos en llegar a los centros de poder de este país. Los cohetes cubanos alcanzaban esos centros en menos de siete minutos.
Es fácil deducir, entonces, que el Imperio habría lanzado cientos de cohetes con ojivas nucleares contra Cuba y la URSS, y viceversa. Gran Bretaña y Francia, las otras dos potencias nucleares, no habrían sido ajenas a esa inmensa locura.
El cálculo, entonces, fue de unos 500 millones de muertos, sin tener en cuenta los muchos otros cientos de millones que morirían después por los efectos de la radioactividad. El invierno nuclear –del que entonces ni se hablaba-- que aquellas miles de bombas hubiesen provocado, habría elevado aun más la cifra de muertes y, es muy probable, que hubiese acabado entonces con toda o casi toda la vida animal y vegetal en este planeta.
Aquel 24 de octubre, estuvimos a media hora de la catástrofe, porque si las naves soviéticas no se hubieran detenido ante la línea del bloqueo naval del Imperio, a unas 500 millas náuticas al noroeste de Cuba, Kennedy habría ordenado el bombardeo convencional media hora después, y habría provocado la guerra entre las cinco potencias nucleares que existían: EU, Unión Soviética, Cuba, Gran Bretaña y Francia.
El poderío nuclear que hoy poseen nueve naciones –y posiblemente diez-- es muy superior al de octubre del 62. Aunque la situación es distinta, hay que esperar que un ataque nuclear, por pequeño que sea, pudiera provocar una reacción en cadena que conduciría a la Primera Guerra Nuclear ... o sea la última.
3-.La Obra Maestra del Terror.
A las ocho y quince minutos con veinte segundos de la mañana del lunes 6 de agosto de 1945, hora de Japón, una bomba atómica de uranio de casi 9,000 libras de peso con un poder de destrucción equivalente al de unas 13,900 toneladas de TNT, hizo explosión, a 618 metros de altura, sobre el centro de Hiroshima, creando una fuente de calor superior a los 3,000 grados centígrados que mató a unos 130,000 seres humanos, y creó una nube radioactiva que provocó la muerte posterior de unas 70,000 personas más.
El hipocentro proyectado, o sea el punto exacto sobre el cual debía hacer explosión la bomba, era el puente Aioi, en el centro de la ciudad, a 40 metros de la Escuela Elemental Honkawa; pero el terrorista nuclear que lanzó la bomba --mayor de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, Thomas Ferebee--, erró el tiro y la bomba hizo explosión, a la misma altura, sobre el Hospital Civil Shima, a 240 metros del puente y a 200 de la escuela. Del hospital no quedaron ni las bacterias y en la escuela murieron –quemados vivos--, segundos, minutos u horas después, casi todos los niños, maestros y empleados. Ellos fueron los afortunados porque los otros se fueron muriendo, lentamente, y a algunos les tomó hasta tres años fallecer.
4-. ¿Guerra o masacre?
A unos cuatro kilómetros del hospital estaba el Castillo de Hiroshima y el Campo de Ejercicios del Este, cuartel general del Segundo Ejército Japonés, que era el que defendía el extremo suroeste de la isla Honshu y las islas de Kyushu y Shikoku, por las que debía llegar la invasión de las tropas estadounidenses a las grandes islas japonesas después de haber ocupado Iwo Jima y Okinawa.
De los 32,000 militares que se hallaban en el castillo y las instalaciones cercanas murieron unos 600, o sea el 1.9% de todos los militares que estaban allí y el 0.4% de las 130,000 personas que murieron aquel día. Se desconoce cuantos militares murieron después por los efectos de la radioactividad, pero se cree que puede haber sido, a lo sumo, un 5% del total de 70,000, o sea unos 3,500. O sea que, del número total de militares que se hallaba en el cuartel general de Segundo Ejército, murieron unos 4,100., o sea el 2.15% del total de muertos inmediatos y posteriores. Se cree que aquella mañana había en la zona destruida de Hiroshima alrededor de 7,500 conscriptos con licencia para visitar a sus familias o en los diversos hospitales del área, de los cuales murió el 80%, o sea unos 6,000.
Desde principios de 1945, se había establecido en Japón el servicio militar obligatorio para todos los hombres de 16 a 62 años, inclusive. Casi la totalidad de los conscriptos estaba en las trincheras de las costas, no en las ciudades.
Del total de muertos, pues, unos 10,100 eran militares del Segundo Ejército y conscriptos que en ese momento se hallaban en Hiroshima. O sea que de los 200,000 muertos inmediatos o posteriores, alrededor de 10,100 eran militares en el momento de la explosión, o sea el 5% del total de victimas, y 189,900 eran niños, mujeres y hombres mayores de 63 años aquel 6 de agosto, es decir el 95% del total de muertos (estos cálculos son, por supuesto, aproximados, pero se cree que el margen de error sea, cuando más, de un 5%, o sea que en este caso el porcentaje de niños, mujeres y viejos no sería del 95%, sino del 90%, o sea 180,000 seres humanos. Aun suponiendo que el margen de error fuese un 10%, los civiles inocentes asesinados en Hiroshima serían 170,000, el 85% del total. Estos números prueban, sin lugar a dudas, que el ataque nuclear a Hiroshima fue una monstruosa masacre de civiles inocentes, en su mayoría niños, no una acción de guerra)
5-. A mansalva
El avión B-29 “Enola Gay”, que cargaba la bomba, volaba a 32,000 pies de altura, o sea era inexpugnable a las baterías antiaéreas, y en Hiroshima había muy pocos aviones cazas, pues los que no habían sido destruidos en los masivos bombardeos que sufrieron todos los aeropuertos japoneses en los meses anteriores, se hallaban, en ese momento, en Tokío, Osaka, Nagoya y otras ciudades del centro de Honshu, la isla en que vivía, y vive, la mayor parte de la población del archipiélago.
La bomba mató a más del 80% de las personas que se hallaban en un radio de 500 metros del hipocentro, o sea del Hospital Shima, al 60% de los que se hallaban de 500 a 1,000 metros, al 40% de los que se hallaban de 1,000 a 2,000 metros, y a un % indeterminado de los que estaban en un radio hasta de cinco kilómetros de la explosión.
De haber explotado la bomba sobre el Castillo de Hiroshima habrían muerto aquel día, al menos, 24,000 militares, entre ellos cientos de altos oficiales, y el frente sur del Japón no hubiera podido oponerse, al menos por varias semanas, a la invasión de las tropas yanquis.
Pero no fue así. Los muertos, en su gran mayoría, fueron civiles … como hoy en Iraq, Afganistán y Pakistán, como ayer en Gaza, como antier en Panamá y Vietnam y Santo Domingo, como antes en Filipinas y México y la guerra civil que el imperio se hizo a sí mismo y la masacre de la población nativa del país.
La sangrienta beligerancia contra los no-beligerantes es una característica típica del imperio yanqui.
6-. ¿Quién diablos dice que no existe El Diablo?
La obra que más me ha impresionado, de las cientos que se han escrito sobre Hiroshima, fue Day o ne -Día Uno-, del brillante escritor estadounidense Peter Wyden, por su estilo elegante, emotivo y preciso. La obra cubre todo el proceso que culminó en el abominable crimen, desde los inicios del Proyecto Manhattan.
Veamos algunos párrafos de lo que escribió Peter Wyden en su admirable obra:
La señorita Horibe (maestra de la Escuela Elemental Honkawa, de dieciocho años de edad) salió de la escuela y, entre nubes de polvo arremolinado, espeso y oscuro, distinguió a seis niños que gemían tendidos en el terreno de juego, donde habían estado jugando al escondite. Sangraban y estaban ennegrecidos por las quemaduras. Jirones de piel colgaban de sus cuerpos.
--¡Hacia el río, es la única salida! –gritó a los niños--.
La misma corriente agitada del Motoyasu parecía incendiada. La mayoría de los numerosos cuerpos que pasaron flotando parecían sin vida.
--¡Madre! ¡Madre! ¡Esto es el infierno en la tierra!” –gritaban los niños--.
La mayor parte de los rostros y cuerpos estaban grotescamente hinchados por las quemaduras. El rostro, la camisa púrpura y los mompei de la señorita Horibe estaban manchados de sangre. Vomitaba continuamente un extraño líquido amarillo.
Una masa de gente ennegrecida y sangrante cruzaba el puente, la línea de la vida. Tenían el cabello erecto, ensortijado por las quemaduras. Algunos gritaban o gemían. Muchos tendían manos y brazos ante ellos, con los codos hacia fuera. Otros se apoyaban entre sí y caminaban dando traspiés porque no podían ver.
Un padre desnudo con un bebé en brazos intentó darle agua de un grifo que todavía funcionaba, sin darse cuenta que el niño estaba muerto. La desesperada multitud procedente de la ciudad seguía en aumento.
7-. Eran niños … sólo niños … niños solos
Había muchos escolares que gritaban llamando a sus madres y pidiendo auxilio, y miraban implorantes a Miyoko, una escolar de doce años de edad. La niña preguntó:
--¿No eres Matsubara?”
El rostro estaba tan ennegrecido que Miyoko no pudo reconocerla.
--¡Soy Hiroko!” --exclamo la niña, pero Miyoko ya no pudo oírla--.
Las personas que se encontraban en el puente ya no saltaban al río. Estaba lleno de cadáveres flotantes, recordatorio de que el agua aliviadora podía convertirse pronto en una tumba para el cuerpo debilitado.
Una niña de unos doce años detuvo a Hamai. Con el rostro, piernas y manos gravemente quemados, suplicaba ayuda. Hamai le buscó una silla y le dijo que se sentara y estuviera quieta, prometiéndole que regresaría pronto y la llevaría al hospital. La niña sonrió y se sentó. Cuando Hamai regresó unos minutos después, la pequeña seguía sentada en la silla. Hamai trató de levantarla. Estaba muerta.
El puente estaba cubierto de cuerpos, vivos, moribundos y muertos. Muchos supervivientes gemían pidiendo ayuda.
En lo que había sido su casa sólo encontró cenizas, fragmentos diminutos de escombros y la cabeza ennegrecida de su esposa. Quería quemarla enseguida, pero no había trozos de madera lo bastante grandes para un fuego. Guardó la cabeza de su mujer en la capucha protectora en caso de bombardeos, caminó durante dos horas hasta la casa de su madre y la quemó allí.
Al cabo de unos minutos, largas colas de gentes casi desnudas pasaron a toda prisa, con el cabello tan desordenado que a Susumu le recordaron un coco que había visto en un libro infantil ilustrado. Las coletas de algunas niñas se habían chamuscado y permanecían rígidas y erectas como cuernos. Muchas personas chillaban y corrían como cerdos perseguidos.
8-. Sin rostros
En el hospital de la Cruz Roja –sigue diciendo Peter Wyden--, que, con 400 camas, era el mayor y más moderno de Hiroshima, los pacientes advertían su presencia pintando sus nombres con los dedos empapados en su propia sangre, en las paredes del vestíbulo.
Tampoco dio ningún resultado la búsqueda de supervivientes en la fábrica de agujas Nido, adonde el tejado metálico se derrumbó y cuarenta y ocho obreros murieron.
Vomitando, sufriendo diarreas debilitadoras y manchada por la lluvia negra, al fin encontró los huesos de sus abuelos.
Algunos pacientes informaron que habían tenido hasta cincuenta deposiciones sanguinolentas en una noche. No había palanganas, y los pacientes orinaban y defecaban donde estaban tendidos. Apenas había personal para ayudar a los moribundos.
No tenían rostro. Los ojos, narices y bocas se habían quemado y parecía como si se les hubieran fundido las orejas. Era difícil distinguir el frente de la espalda.
“He visto depósitos de agua contra incendios llenos de muertos hasta el borde, parecía como si los hubiesen hervido vivos. Vi a un hombre que bebía el agua ensangrentada”.
Tenían los rostros completamente quemados, las cuencas de los ojos vacías y el fluido de los ojos fundidos les corría por las mejillas.
La diarrea sanguinolenta iba en aumento entre aquéllos que habían sufrido antes de diarrea ordinaria.
9-. ¡Mizu … mizu … mizu … mizu!
Nadie más corría –prosigue Wyden--. La calle estaba llena de cuerpos chamuscados, hinchados, que andaban arrastrando los pies, lentamente, en silencio, a veces vomitando, alejándose de las llamas, de la ciudad, brazos y manos extendidos, jirones de piel aleteando bajo el viento creciente.
Taeko –un niño de 15 años—pasó junto a unos amigos de la escuela y ninguno dio señales de reconocer a los demás. Sin aliento, se detuvo y vio a un niño de unos diez años inclinado sobre una niña mucho más pequeña.
--¡Mako! ¡Mako! ¡Por favor, no te mueras, Mako!” –exclamaba el niño--.
La niñita permanecía en silencio.
--¡¿Estás muerta, Mako?!”
El chiquillo acunaba en sus brazos el cadáver de su hermanita.
Cuando había ascendido a la mitad de la colina, Taeko, ahora con el rostro tan hinchado que sólo podía ver a través de una diminuta abertura de su párpado derecho, encontró una larga cola de heridos sentados ante un puesto de socorro de emergencia, bajo un puente colgante.
--“¡Mizu! ¡mizu! ¡mizu! ¡mizu! (¡Agua! ¡agua! ¡agua! ¡agua!) --gemían a coro--.
Varios pedían que les hicieran el favor de matarles.
10-. Nagasaki
Tres días después de esta salvajada, otra bomba nuclear hizo explosión sobre Nagasaki, causando una tragedia similar, aunque con menos muertos porque el cielo estaba muy nublado y el terrorista nuclear del avión Bocks Car no lanzó la bomba sobre el centro de la ciudad, como estaba proyectado, sino sobre una zona menos poblada. Esta bomba causó unos 70,000 muertos inmediatos o posteriores.
11-.“El día más grande de la historia”.
Al concluir la Conferencia de Potsdam, Truman emprendió el regreso a su país a bordo del acorazado Augusta.
George Harrison, ayudante de Henry L. Stimson, Secretario de Guerra, le envió un mensaje a través del teléfono criptográfico en el que le anunciaba el éxito absoluto de la explosión atómica.
Veamos como describe Peter Wyden, en Día Uno, aquel momento:
El presidente Truman había empezado a almorzar con seis miembros de las Fuerzas Armadas en el comedor de popa del Augusta. No terminó la comida. El capitán del ejército encargado de la “sala de mapas” itinerante de la Casa Blanca entró, precipitadamente, y le mostró un mapa de Japón y un mensaje de veintiséis palabras que empezaba así:
--Gran bomba arrojada sobre Hiroshima”.
El Presidente respiró hondo, cogió con emoción la mano del capitán y exclamó:
--¡Este es el día más grande de la historia!”.
12-. La fiesta
Mientras los hombres lanzaban vivas, Truman cruzó la puerta con los mensajes en la mano y, sonriendo y orgulloso, entró en el comedor de oficiales. Agitó la mano para que los hombres siguieran en sus puestos sin levantarse y repitió el sensacional anuncio. --Fue un éxito arrollador” –dijo, exultante--. ¡Ganamos la apuesta!
Mientras mostraba el papel a muchos oficiales en el barco, decía que ninguno de los comunicados que había recibido hasta entonces le había hecho tan feliz –concluye Wyden--.
Aquel día hubo una gran fiesta a bordo del acorazado Augusta mientras las aguas de los ocho canales que atraviesan Hiroshima se seguían llenando de cadáveres carbonizados y los gemidos de las mujeres y los niños y los viejos que aún no habían muerto convertían a la ciudad en un drama mucho más patético que todas las tragedias reales o ficticias que había conocido la humanidad en toda su historia