José A. Antón Valero
Profesor de Geografía e Historia de educación secundaria y miembro del equipo educativo de Entrepueblos
Decía José Luís Sampedro, en el prólogo del libro titulado Indignaos de Stéphane Hessel (Destino, 2011), que vivimos en un mundo que “…gira cada día. Vivimos en democracia, en el estado de bienestar de nuestra maravillosa civilización occidental. Aquí no hay guerra”. Al menos, eso es lo que parece, o nos lo hacen ver así. Frente a los mensajes de todo tipo, en los que la política forma parte de un circo mediático, hay que reivindicar la precisión de los argumentos, la justeza de la palabra, la seriedad y la profesionalidad de los que informan. Como dice Hessel, los medios de comunicación están mayoritariamente en manos de entes que no son fácilmente identificables, y son parte esencial para encauzar la opinión pública y presentar escenarios siempre favorables a los que mandan.
Berlusconi, está en el poder “democráticamente” y Ben Alí, Mubarak o Gadafi son unos dictadores. Lo que legitima es la forma del sistema político y no, lo que hacen esos regímenes políticos.
Si el actual gobierno del Estado español, llegó al poder de la mano de un discurso pacifista que pedía la salida de Irak, ahora, en plena crisis de cambio de liderazgo, se defiende la intervención militar en Libia. EE.UU., Francia y Reino Unido, con la ayuda de algunos (entre ellos España), se han puesto a la faena desde el 19 de marzo, a pesar de que se mostraban reticentes hasta ese momento. Y eso que la OTAN todavía no se ha puesto de acuerdo y no ha decidido de qué manera intervendrá.
¿Aunque nunca ha sido un plato de gusto, especialmente después del atentado de Lokerbie, hay que preguntarse el porqué las potencias occidentales llegaron a un consenso y/o apoyaron al régimen de Gadafi hasta este momento (hay que recordar el acuerdo amistoso firmado con Berlusconi). ¿Como mal menor?. ¿Y, entonces, los DD.HH.; por qué han esperado a que unos y otros se desangren, hasta el actual ataque?. ¿Por qué no ayudaron, desde el principio, a la oposición al régimen, para que fuera ésta la que lo desalojara del poder como ha ocurrido en otros lugares?.
Decía recientemente Robert Fisk (The Independent) que “fueron los occidentales, quienes alimentaron sus dictaduras”. Pero, se preguntaba Ignacio Ramonet (Le Monde Diplomatique), ¿a qué se debe este cambio semántico, por qué ahora Túnez, Egipto o Libia se convierten de “países amigos” o “estados moderados” (es decir, controlables) en tiranías?. Esto recuerda aquella etapa de la política exterior norteamericana en América Latina, según la cual los dictadores en estos países eran unos “hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta”.
Resulta curioso que esta dicotomía de “buenos y malos” se mantenga, cuando para atacar a Libia, se recaban apoyos de miembros de la Liga Árabe o de la OUA en los que se están produciendo protestas y represiones similares, desde hace mucho tiempo, y que se han avivado al calor de las revueltas de Túnez y Egipto. ¿Acaso Trinidad Jiménez puede seguir elogiando a Marruecos o a las petromonoraquías árabes como Bahréin o Arabia Saudí, que están reprimiendo a sus ciudadanos (y a los millares de inmigrantes que trabajan en un régimen de explotación)?. Pero hay un elemento reconocible en el caso libio, el petróleo. Se preguntaba Ignacio Escolar (Público) si habría bombardeos en este país si sólo exportase inmigrantes. ¿Quién ocupará el lugar de Gadafi, un “amigo” de Occidente (y de sus petroleras?).
¿Dónde estaban las potencias occidentales cuando desde el movimiento de solidaridad se han denunciado, genocidios de indígenas, agresiones sexuales como arma de guerra, encarcelamientos ilegales, desapariciones de líderes campesinos, amenazas a sindicalistas…en América Latina, en África… Mientras esas potencias seguían vendiendo armas, invirtiendo en sabrosos negocios de petróleo, coltán o diamantes de sangre. ¿Qué respuesta dieron estos mismos países que bombardean Libia, a la invasión y destrucción de Gaza por parte del ejército de Israel?.¿Dónde estaban los que ahora quieren una intervención a toda costa?.
En cuanto al ataque a Libia, da igual que la ambigua resolución de la ONU sobre las reglas del combate, el apoyo a civiles y militares, la protección a la población Libia lanzando cohetes a mansalva y bombardeando todo tipo de objetivos, deje en manos de los militares de estas potencias lo que hay que hacer (también a los que van de comparsas: un general de EE.UU decide los objetivos de las fuerzas españolas, por ejemplo).
¿Hace falta recordar las “ operaciones quirúrgicas” sobre Irak o Afganistán (en la que el Estado Español continúa) que han provocado tantos muertos “por equivocación?. ¿Se puede creer todavía hoy en una guerra limpia?.¿Perseguían los derechos humanos las potencias aliadas, ha desaparecido el burka del rostro de las mujeres, qué papel tienen los oleoductos, el tráfico de drogas o las zonas estratégicas a nivel mundial, en todo esto?. ¿Quién va asegurar y de qué manera, que será el pueblo libio el que decida su futuro?.
Algunos invocan el compromiso con los DD.HH., la legalidad internacional…Incluso se alude a lo que le pasó a la España republicana por falta de ayuda militar…Pero claro, además de diferentes contextos históricos (movimientos fascistas en marcha, disputas interimperialistas), las respuestas se producen no desde amplios movimientos de solidaridad (recordemos las Brigadas Internacionales por ejemplo), sino que en la actualidad, se dan desde las cúpulas de los altos mandos militares y políticos en el mundo y no desde abajo. Quien decide si se dispara un Tomahawk o ametralla un F 18, no es la gente normal. Y ese factor, es muy importante, la política exterior, la política mundial (y cabría decir la política local, doméstica), ha sido paulatinamente expropiada al ciudadano, de manera que, haga lo que haga, resulta muy difícil influir el las acciones internacionales, ni por recursos, tiempo, información o capacidad de presión y movilización en la calle.
En la treintena de conflictos armados en el mundo actualmente, la dinámica de la guerra y el uso de las armas han puesto en marcha procesos incluso no deseados, y no reversibles, en daños humanos, materiales y secuelas de enfrentamientos y venganzas. Las experiencias modernas en las que los estados poderosos de la tierra han intervenido en nombre de la Humanidad, siempre han generado desastres aún mayores y consecuencias difíciles de evaluar. Las dinámicas en las que se han promovido negociaciones, acuerdos y procesos de debate racional, con contradicciones, sin duda, y necesitando apoyos hacia las partes más débiles, y protestas y presiones, hacia las partes más fuertes, han sido, al menos, menos dañinos y más productivos.
La Guerra Civil generó entre buena parte de la población española una actitud pacifista que se quebró ante la entrada en la OTAN (“de entrada No”, pero de salida SI). Ante el argumento de que el Estado democrático per se,es garante de valores de paz y justicia, descubrimos que en sus cloacas se han preparado “guerras sucias”, se mentía ostensiblemente para “salvar al pueblo irakí del tirano Sadam Hussein”, y aún tras el atentado del 11-M, con la teoría de la conspiración.
Es cierto que la población Libia se merece, como los demás pueblos africanos y del mundo, nuestra solidaridad activa, al igual que todas las victimas del planeta. Pero mucho me temo que nuestra capacidad de incidencia es muy baja, cuando nos tienen usurpado el derecho y la posibilidad de hacer algo realmente efectivo.
En otro orden de cosas, el papel de los medios de comunicación resulta muy importante para legitimar las actuaciones de los gobiernos. Se ha desinformado o mal informado (¿manipulado?) a la población, para que se gastaran millonarias cantidades por parte del Ministerio de Sanidad en vacunas dudosas, para enriquecer un poco más a las empresas farmacéuticas, que coinciden en muchos casos con las multinacionales agroalimentarias, responsables de los transgénicos, de la pérdida de biodiversidad en las semillas, de la soberanía alimentaria de pueblos y el empeoramiento de las condiciones de vida, trabajo y alimentación para grandes sectores de campesinas y campesinos de la población mundial.
Y es que, los grandes beneficiarios de la crisis son las megaempresas que, como por ejemplo en EE. UU., no ha pagado un dólar de los impuestos federales sobre sus ingresos de 2009.Decía Joseph Fontana que en vez de considerar la crisis como un aviso de la irracionalidad de la economía capitalista y la necesidad de cuestionarla y buscar alternativas, en cambio, está siendo utilizada para atribuirsela a los salarios y gastos sociales.”Se nos hace pagar una crisis creada por la codicia de otros y el argumento es que la culpa es nuestra” (Público, 20 de marzo de 2011.
Efectivamente, los estados democráticos no son inocentes, al igual que los organismos internacionales que rigen un mundo tampoco lo son, aunque prometían que tras la caída del muro de Berlín y de las experiencias del “comunismo real”, una alternativa superadora. Hay que recuperar el espacio público, la calle y las instituciones para que la voz de la gente se oiga realmente, para que pueda influir en las decisiones fundamentales como es meterse en una guerra.
Cuando la política está en manos de militares las cosas empiezan a ir a peor.¿Acaso tendremos que aceptar, como algunos se empeñan, lavando la cara de la vieja institución castrense y olvidando la memoria reciente de nuestro pasado, que los nuevos ejércitos modernos son casi como una ONG?.
Una viñeta de Pepe Medina (en Público), dibujaba a un militar que se señalaba sus abundantes medallas prendidas en su uniforme y decía: “las de este lado son por poner tiranos y las del otro lado por quitarlos”.