De los nuevos estallidos revolucionarios, después de Egipto, tal vez el más problemático sea el levantamiento en Bahréin, donde un rey suní gobierna desde hace tiempo a sus súbditos predominantemente chiíes. El rey Hamad es un tirano corrupto cuyo desprecio por los derechos humanos básicos fue subrayado por las acciones de sus fuerzas de seguridad al atacar un campamento de protesta en la plaza principal de la capital, asesinando a 5 manifestantes en un ataque avanzada la noche, e hiriendo a más de 200. Existen indicios de que por lo menos algunos de los atacantes eran saudíes. Bahréin, un pequeño reino isleño en el Golfo Pérsico, está conectado con Arabia Saudí por una carretera elevada.
En los últimos años, el gobierno se ha sometido a la presión estadounidense de que por lo menos presente una fachada de reforma “democrática”, pero los cambios que Hillary Clinton elogió en su visita a Bahréin hace algunos meses sólo fueron cosméticos: el parlamento elegido sigue siendo un organismo consultivo, la corrupción es general, y los ciudadanos no tienen nada que decir sobre cómo o quien los gobierna. Por cierto, parece que la tan pregonada “reforma” supuestamente emprendida en el país a pedido de Washington no es más que una fachada para la manipulación política y el hurto a alto nivel. En Bahréin la tortura de disidentes políticos es rutinaria.
Los manifestantes no buscan el derrocamiento de la monarquía al-Khalifa; que yo sepa, sus demandas se limitan a la destitución del tío del rey Hamad, el jeque Khalifa bin Salman al-Khalifa, cuyo período como primer ministro ya se ha extendido durante 40 años. El jeque Khalifa, un gran terrateniente, ha llegado a simbolizar todos los beneficios mal adquiridos de la familia real, que virtualmente posee todo el país. Como en Túnez, donde la familia del dictador Ben Alí pesaba considerablemente sobre la fortuna decreciente del país –y también como en Egipto donde el clan Mubarak tenía unos 70.000 millones de dólares depositados en cuentas bancarias suizas– el resentimiento por esos robos masivos se ha convertido en revolución.
Sin embargo, pocas señales de problemas parecen haber llegado a penetrar los muros de la embajada de EE.UU. en Manama, la capital, donde sus diplomáticos, recién en diciembre de 2009, informaron de que todo iba a pedir de boca. Un cable diplomático que nos presentó WikiLeaks, dice que el rey es “atractivo y cautivador”, y que ha “supervisado el desarrollo de instituciones fuertes”, aunque dudo de que el diplomático que lo escribió haya querido decir eso. “Me acaba de golpear una pandilla de matones”, dijo el periodista de ABC Miguel Márquez cuando fue atacado por fuerzas del gobierno de Bahréin, lo que resume aproximadamente nuestra posición en la región, donde estamos invariablemente del lado de los matones.
Bahréin es un elemento clave en la estrategia del gobierno [de EE.UU.] contra Irán: es la base de la Quinta Flota, y será el punto central de cualquier acción militar futura de EE.UU. en el Golfo. Dicho simplemente, el Imperio no se puede permitir la pérdida de Bahréin. “Bahréin es un amigo y un aliado y lo ha sido durante muchos años”, entona nuestra secretaria de Estado: “Llamamos a que el gobierno muestre circunspección, (y) que mantenga su compromiso de responsabilizar a los que han utilizado fuerza excesiva”. El rey ha prometido una investigación de los asesinatos, algo como si Mubarak hubiera prometido una investigación de los asesinatos cometidos por los matones pro gubernamentales en Egipto. Buena suerte, Hillary.
Sigue una visión general del paisaje político en Bahréin: En pocas palabras, el terreno se caracteriza por una gran división sectaria entre la elite suní y la mayoría chií. Los chiíes afirman que el gobierno los discrimina en los empleos en el sector público, la regulación de los negocios y los subsidios para la vivienda. La oposición demanda una revisión de la constitución: que sea escrita y votada por un cuerpo de delegados elegidos.
También afirma que el régimen está trayendo suníes de fuera de Bahréin y otorgándoles la ciudadanía con el fin de aumentar la base política de la elite gobernante: menos del 30% del país es suní.
Bahréin ha sido un títere aún más dócil que el Egipto de Mubarak: mientras los cables desde El Cairo filtrados a WikiLeaks se quejaban de que los militares egipcios todavía parecen considerar a Israel como su principal enemigo, los diplomáticos de Manama no informan de una ambigüedad semejante en los círculos gobernantes de Bahréin. El gobierno bahreiní fue el primero de un país árabe que envió un embajador a Iraq “liberado” y los funcionarios estadounidenses lo han elogiado por acurrucarse en los brazos de los israelíes. El rey Hamad ha estado agitando a favor de un ataque estadounidense contra Irán con tanto esfuerzo como los israelíes, pero no tan públicamente. En una visita al país, el general David Petraeus se reunió con el rey, quien, según un cable diplomático estadounidense:
“Apuntó a Irán como una fuente de gran parte de los problemas de Iraq y Afganistán. Argumentó enérgicamente a favor de que se actuara para acabar con su programa nuclear, por cualesquier medio que sea necesario. ‘Ese programa debe detenerse’, dijo. ‘El peligro de permitir que continúe es mayor que el peligro de detenerlo’. El rey Hamad agregó que a la luz de estos eventos regionales, Bahréin trabaja para fortalecer la coordinación del GCC [Consejo de Cooperación del Golfo] y sus relaciones con aliados y organizaciones internacionales. Mencionó específicamente a la OTAN y confirmó que Bahréin había aceptado el pedido de la Alianza para la utilización de la Base Aérea Isa para misiones de AWACS [Aviones espías para la vigilancia aérea, N. del T.] aunque todavía hay que discutir los detalles sobre cantidades y oportunidad.”
EE.UU. va a necesitar ese tipo de apoyo político, así como la ventaja militar estratégica permitida por Bahréin en cualquier conflicto futuro con Irán. Sin embargo después de la masacre de la Plaza de la Perla y la continua represión, el precio por ese apoyo va a ser bastante elevado –tan elevado que apenas parece que valga la pena-. En otra visita de Petraeus, en la que se reunió con el rey, se informa de que Hamad dijo:
“Bahréin ha recibido un mensaje del ministro de Exteriores iraní Mottaki, instando a los gobiernos regionales a que apoyen los esfuerzos de Irán, de los insurgentes iraquíes, de Hamás, Hizbulá, los talibanes y Siria para expulsar a las fuerzas estadounidenses del Golfo. El rey comentó “Con amigos como esos, ¿quién necesita enemigos?”
Los diplomáticos de EE.UU. ahora podrían devolverle la pregunta, y preguntar: con amigos como usted, ¿quién necesita enemigos?
Tal vez en anticipación de algo semejante, parece que el rey ya tuvo lista su coartada desde 2008, cuando se celebró la reunión:
“El rey Hamad habló del informe de que algunos bahreiníes estaban recibiendo entrenamiento de Hizbulá en el Líbano, pero admitió que no tenía pruebas definitivas. También especuló con que el gobierno sirio era cómplice y debía de estar ayudando a que esos bahreiníes viajaran como turistas sin verificar los pasaportes.”
Ahora hay que esperar que cualquier día se oiga que Hizbulá –sustituto de la Hermandad Musulmana desde el punto de vista de Bahréin– está detrás de lo que sucede en el país. En ese caso, hay que referirse al comentario agregado en el cable diplomático filtrado por WikiLeaks, que dice:
“El autor ha escuchado versiones de esta teoría de funcionarios bahreiníes en el pasado, pero a pesar de nuestros pedidos el gobierno no ha podido suministrar evidencia convincente”.
La rebelión en Bahréin es un puñal que apunta al corazón de la campaña del Partido de la Guerra contra Irán, y más aún: Es una espada de Damocles que cuelga sobre las cabezas de la Casa de Saud. Directamente al otro lado de la carretera elevada Rey Fahd, en la provincia oriental rica en petróleo, hay nada más y nada menos que dos millones de chiíes, que viven y trabajan sobre la mayor concentración de reservas de petróleo del mundo y cerca de un 90% de la producción saudí de petróleo. Los trabajadores, en su mayoría chiíes, que trabajan en esos campos petroleros son la clave de la riqueza y futura estabilidad del reino, y los cleptócratas saudíes no se pueden permitir que un levantamiento chií tenga éxito en Bahréin.
Bahréin –y Arabia Saudí– son el punto débil de la compleja estructura de seguridad de EE.UU. en la región. Instalado desde que Franklin Delano Roosevelt consolidó la alianza de EE.UU. con la Casa de Saud en 1943, todo esto se puede estar desintegrando, y muy rápido.
Justin Raimondo es director of Antiwar.com. Es autor de An Enemy of the State: The Life of Murray N. Rothbard (Prometheus Books, 2000), Reclaiming the American Right: The Lost Legacy of the Conservative Movement (ISI, 2008), y Into the Bosnian Quagmire: The Case Against U.S. Intervention in the Balkans (1996). También es editor colaborador de The American Conservative, socio senior del Randolph Bourne Institute, y experto adjunto del Ludwig von Mises Institute. Escribe frecuentemente para Chronicles: A Magazine of American Culture.
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