En Misrata la gente reza a Alá pero cree en la OTAN. Dos meses de asedio, más de 600 muertos y mil heridos después del inicio de la guerra, la única gran ciudad en manos de los rebeldes del oeste libio, que controla Muamar el Gadafi, se prepara para lo peor.
La embestida bélica del régimen —que se reanudaba con singular violencia el domingo, tras la supuesta muerte del hijo menor del coronel en Trípoli— se redoblaba ayer con la tentativa de las tropas leales de volver a entrar con los tanques a golpe de obús en el corazón de la urbe martirizada y los rumores de que el dictador se prepara para utilizar armas químicas. «Hemos escuchado que los soldados se están distribuyendo entre sí máscaras antigás en la ciudad cercana de Zlitan», declaraba desde Misrata el opositor Rida Al Montasser. No pocas capitales, principalmente Londres y Washington, han expresado en repetidas ocasiones su preocupación ante la posibilidad de que el dictador emplee a fondo sus arsenales tóxicos contra la población si se ve atrapado.
Gadafi ya ha denunciado dos intentos de asesinato por parte de la OTAN en lo que va de revuelta en Libia —el último el pasado sábado por la noche—, a lo que ayer se sumaba la noticia de que las fuerzas estadounidenses habían dado por fin caza a Osama bin Laden. Los militares rebeldes no tardaban en aplicar la ecuación a su terreno y en pedir el «siguiente paso». «Queremos que los norteamericanos —decía su portavoz, Ahmed Omar Bani— hagan lo mismo con Gadafi». En Trípoli podrían haber comenzado los planes de la huída hacia delante y, por si acaso, los sublevados de Misrata ya han pedido a los oficiales de la capital sublevada, Bengasi, que les manden por mar un cargamento de máscaras protectoras para sobrevivir.
Cuentas pendientes
De por qué Misrata se ha convertido en blanco de la más volcánicas iras del sátrapa dan cuenta su situación en el mapa y las razones de sus habitantes. La localidad, de 500.000 residentes, es estratégicamente vital, y su permanencia en manos insurgentes impide al dictador tener bajo su control la continuidad del territorio oeste libio hasta Sirte, su feudo y ciudad natal. Paralelamente, la resistencia de Misrata se ha convertido en emblema y ejemplo que está inspirando coraje a otros enclaves opositores en el lado oriental, como Zintan y Zawiya. Un castigo ejemplar aplacaría los ánimos levantiscos en todas ellas.
Más allá, los residentes de Misrata sostienen que Gadafi tiene una cuenta pendiente con ellos por ser «unas gentes que siempre escapamos a su dominio, unos emprendedores crecimos con el comercio del puerto sin pedirle permiso, al margen de Trípoli, y por eso no nos perdona», señala Abdala Zaeda, un empresario local de alfombras. Y la versión mas extendida es que Gadafi va a por este pueblo porque no puede llegar hasta Bengasi. De momento, la mayoría de los ciudadanos del casco urbano de Misrata ha abandonado sus casas, pero el cerco de los leales les ha impedido huir y alrededor de 100.00 desplazados permanecen hacinados con familiares y amigos en barrios periféricos como Sarmuk, Ramla o Kser Ahmed. A las ONGs les es imposible llegar hasta ellos.
«Nos nos tiene al alcance, querrá hacernos pagar por todo... si no fuera por la OTAN ya habría matado hasta al último de Misrata», plantea Marwan Abu Sami, un combatiente que custodia con un fusil un control junto al calcinado mercado de verduras del centro.
Llegada de refuerzos
Allí mismo, la aviación aliada frenó a mediados de abril el avance de los blindados de Gadafi con un bombardeo que se recuerda como providencial. La conquista de Misrata era un hecho, la masacre estaba asegurada dada la asimetría de fuerzas entre el nutrido repertorio armamentístico de las filas del coronel —su munición de 14,5 milímetros con capacidad antiaérea tapiza las calles de Misrata, diana también de todo tipo de cohetes, granadas de obús y demás artilleria pesada— y el raquítico arsenal rebelde. Por eso, para los jóvenes libios erigidos contra su líder asesino, ir a luchar a esta ciudad significa el verdadero sacrificio por la defensa del bastión y el camino a la gloria.
Llegan por decenas del este, en barcos pesqueros que salen de Bengasi pertrechados con granadas de mano recién compradas y kalashnikov capturados en el asalto a bases militares gadafistas abandonadas o adquiridos por 3.200 dinares, unos 1.800 euros. En su travesía por mar transportan docenas más, envueltos en sacos y esterillas junto a montañas de cajas de balas, que poco podrán hacer de nuevo contra los tanques o si Gadafi desata la nube tóxica.
Según fuentes de la Casa Blanca, el coronel acumula 13,5 toneladas métricas de gas mostaza de las 23 que se comprometió a destruir en 2003, cuando así lo acordó con el Gobierno de George Bush a cambio del levantamiento de las sanciones a Libia. Sadam Hussein ya lo utilizó en Irak para matar a 5.000 kurdos en 1988. Gadafi también cuenta con 1.300 toneladas métricas de los precursores químicos necesarios para desarrollar armas de esa naturaleza almacenados en Rabta, una planta a 40 kilómetros de Trípoli.
Por eso no hay mas remedio que encomendarse a Dios o confiar en la OTAN.