10:03 24/03/2011
Columna semanal por Fiodor Lukiánov*
La campaña de Libia sacó a la superficie circunstancias sorprendentes. Por primera vez, dentro del tándem de los líderes rusos surgió un desacuerdo profundo. El Presidente, Dmitri Medvédev, y el primer ministro, Vladímir Putin, adoptaron posturas diferentes. Este deslinde ideológico pone en evidencia la ambigüedad de la identidad de la política exterior rusa.
Cuando se trata de asuntos de guerra y paz, las potencias que aspiran al liderazgo en el escenario mundial, tienen que asumir una posición clara, a favor o en contra. Por eso el hecho de que Moscú se abstuviera de votar en el Consejo de Seguridad fue un acontecimiento inesperado.
Y es que la abstención contradice el principio defendido por Rusia en ocasiones anteriores, el de oponerse a la intervención externa en asuntos internos.
Sólo una vez Rusia autorizó una operación militar contra un estado independiente. Pero fue hace 20 años y se trataba de castigar a un agresor, a Iraq que había ocupado a Kuwait. Tanto en el caso de Yugoslavia como en el de la guerra de Iraq de 2003, Rusia estuvo en contra de intervención militar. Hasta en plena crisis en Zimbabue en 2008, a pesar de la firma postura de EEUU y Gran Bretaña, Rusia impuso su veto sobre la resolución del Consejo de Seguridad sobre las sanciones contra el régimen del dictador Robert Mugabe. Y eso, sin tener Rusia ningún interés allí, es decir, guiándose exclusivamente por principios políticos.
En aquel entonces también se habló mucho de que la posición de Rusia fue un fruto de desacuerdo entre Vladímir Putin y Dmitri Medvédev. En vísperas de la votación de la ONU Medvédev, quien acababa de asumir la presidencia, apoyó en la reunión del G-8 (Grupo de los 8) la declaración crítica contra Robert Mugabe. Pero después la posición de Kremlin de repente cambió, y muchos lo atribuyeron a la influencia de Putin en Medvédev. Sin embargo, no es cierto. En la reunión del G-8 se trató sólo de una reprobación política de Harare, mientras que en el Consejo de Seguridad de la ONU EEUU y Gran Bretaña propusieron imponer unas sanciones estrictas, sin acordarlo con Rusia.
Pero repito, Rusia tomó su decisión partiendo de principios políticos, sin tener ningunos intereses en Zimbabue. Esta vez Kremlin optó por la neutralidad, aunque el caso era mucho más crucial. Se entiende, que la campaña militar tiene como su fin el de derrocar a Gadafi. Es la única opción, ya que, si Muamar el Gadafi permanece al poder, se convertirá en el símbolo de la derrota moral y política del occidente y de sus aliados en la región. La retirada es imposible tanto para la coalición, como para Gadafi, quien, recordando el ejemplo de Saddam Hussein, tiene una idea muy clara de lo que le espera en el caso de la derrota.
Rusia escogió una postura pragmática. No es nada razonable oponerse a una acción militar aprobada, aunque por motivos diferentes, por los países más importantes de la región (incluido Líbano, controlado por Irán). Gadafi para Moscú no es más que un socio. Además, sus relaciones comerciales y de corrupción del coronel con Europa, que ahora se muestra como las más atrevidas, son mucho más estrechas. No vale la pena exponer al riesgo la dinámica positiva de las relaciones con EEUU y Unión Europea (UE) por Trípoli, Rusia tiene muchos más asuntos de importancia. Hablar de contratos perdidos en Libia tampoco tiene sentido, porque la situación actual impide hacer negocios tanto en el país, como en la región del Oriente Próximo. Ni se puede prever todavía cuál será la perspectiva de los negocios con Libia en los próximos dos años.
Desde el punto de vista geopolítico, la “Odisea del Amanecer” sirve a EEUU para detener la erosión de su influencia en el Oriente Próximo, y a Europa, para prevenir la pérdida definitiva de su papel internacional. Si logran deshacerse de Gadafi rápido, estos objetivos serán alcanzados, por lo menos durante un periodo determinado. Pero si la operación se dilata y requiere más que bombardeos, lo que parece muy probable, el efecto puede ser inverso: significará la pérdida de influencia occidental en la región. Eso hace muy vulnerable la posición de los estados árabes que apoyaron la intervención militar. Por un lado, esto les permitió distraer la atención de sus pueblos de los problemas internos, pero por el otro lado, puede causar la radicalización de la población y dar pretexto para acusar a los líderes de estos países de traicionar los intereses árabes y de colaboracionismo. Puede ocurrir cualquier cosa. Pero parece, que los iniciadores de la guerra no tienen ni menor idea de cuál guión será el más probable.
Sin embargo, la abstención de Rusia tiene una razón mucho más profunda que el deseo de ver las tendencias del proceso. Tras la caída de la URSS, Moscú durante cierto periodo de tiempo intentó mantener o, por lo menos, imitar el estatus de una superpotencia, que tiene que tomar parte de cualquier decisión. Para los finales de los 2000 la identidad de Rusia cambió: de una potencia, semejante a la Unión Soviética, a un estado grande e importante, pero a nivel regional, cuyos intereses vitales tiene fronteras geográficas. Esto es lo que quiso decir Dmitri Medvédev, hablando del área de intereses privilegiados. Para proteger sus intereses regionales, Rusia sí puede utilizar la fuerza, como los hizo en el caso de Osetia del Sur. Otros asuntos, pueden ser objeto de regateo o de abstención.
Las declaraciones desafiantes de Vladímir Putin manifiestan un enfoque diferente, global y universal. El primer ministro criticó la resolución y calificó la acción contra Libia como “una cruzada medieval”, indicando, que el militarismo estadounidense se convierte en una tendencia estable. Es decir, el gobierno de Rusia insiste en el principio de soberanía e inviolabilidad del territorio e indica a la necesidad de luchar contra la hegemonía internacional (de EEUU, aunque esta vez la acción bélica fue propuesta por otro estado). Eso significa que los intereses de Rusia como de una superpotencia no se limitan con el marco regional y, por lo tanto, el país no tiene derecho a abstenerse en la votación de decisiones de importancia.
Las dos interpretaciones son viables, pero hay que escoger una y atenerse a ella. Declarando las dos a la vez, los líderes ponen a su país en una situación ambigua, mostrando que no existe entendimiento y política concordada dentro de la cúpula dirigente de Rusia. Y esto, si tomamos en cuenta el caos que vemos acrecentando por todo el mundo, es preocupante.