Ángel Gómez De Ágreda
"Cuanto antes se convierta la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS) en una alternativa a la OTAN en la región, mucho mejor". Son palabras de Wang Lijiu, investigador de un prestigioso instituto chino. Muchos han querido ver, en ocasiones de forma interesada, a la OCS como un competidor global de la Alianza Atlántica. Es lógico que una organización que agrupa a la Federación Rusa, a China y a cuatro repúblicas centroasiáticas ricas en recursos energéticos despierte recelos en Occidente pero éstos son difíciles de justificar.
LA OCS nació de la reorganización de los Cinco de Shanghái, un mecanismo que se propició en su día para solventar de modo pacífico los contenciosos fronterizos en aquella región tras la desintegración de la URSS. Concluida con éxito - encauzada al menos - su misión, incorpora posteriormente a Uzbekistán y se define como organización de seguridad regional para la lucha contra los "tres males": el separatismo, el extremismo y el terrorismo.
Es difícil enfatizar suficientemente la importancia que el acuerdo fronterizo tiene en la actual geopolítica asiática y mundial. Una muy significativa cantidad de las tropas que rusos y chinos mantenían a ambos lados de su frontera común dejaron de ser necesarias en la zona. La reducción de la tensión en las fronteras terrestres era el requisito previo que ambos necesitaban para seguir avanzando en otros frentes. Mientras la Federación Rusa pudo centrarse en la resolución de sus problemas en el Cáucaso, la República Popular China se vio con las manos libres para focalizar su atención en el flanco marítimo. Las recientes tensiones ocurridas en las islas Diaoyu (Senkaku para los japoneses) o en el Mar del Sur de China son su consecuencia indirecta, igual que el recientemente renovado interés ruso por las Kuriles y el Pacífico Occidental.
Los "tres males" contra los que quiere luchar la organización son la expresión de las preocupaciones de sus gobiernos. Para los chinos, supone un mecanismo multinacional de contención del separatismo uigur en la provincia de Xinjiang, fronteriza con varios de ellos.
Para los rusos, supone la contención del fenómeno terrorista islamista que ya soportan en la región caucásica y que podría afectar a esta otra zona procedente de un Afganistán talibán. La reciente propuesta de unificar la relación de organizaciones consideradas terroristas dentro de la OCS es el último paso dado en este sentido.
En cuanto a las repúblicas centroasiáticas, debería suponer una garantía de apoyo a sus dirigentes para el mantenimiento de sus regímenes. La revolución ocurrida el pasado año en Kirguizistán, en la que la OCS no intervino oficialmente, debió cuestionar este último punto de vista en cualquier caso.
Se trata de una organización de carácter regional, como lo fue la OTAN en su día. Su antagonismo con la Alianza queda, por lo tanto, circunscrito a la presencia de ésta en la región centroasiática. El hecho de que la OCS no tenga carácter militar, a pesar de llevar a cabo ejercicios conjuntos en los que sus Fuerzas Armadas se coordinan para la lucha contra los "tres males", y la inclusión de dos grandes potencias con intereses no siempre coincidentes entre sus socios hacen que difícilmente pueda considerarse un instrumento con intereses globales.
El principal punto de unión que alía a rusos y chinos respecto de la OTAN, y muy en concreto de los americanos, es el interés común en minimizar la presencia de éstos en el continente asiático. Más allá de la retórica anti-occidental, la OCS no ha demostrado ni el interés ni la capacidad para hacerse cargo de crisis regionales como la kirguiza ni mucho menos de ser una alternativa viable como estrategia de salida occidental de Afganistán.
La evidente complementariedad que, en muchos aspectos, presentan la Federación Rusa y la República Popular china termina allá donde convergen sus apetitos sobre intereses concretos. Mientras se trate de combatir el islamismo radical o el narcotráfico procedentes de Afganistán, ambos países encontrarán terreno abonado para la cooperación pero, en otros aspectos, la ganancia de uno sigue siendo la pérdida del otro. Mientras Rusia pretende apoyar en ella su retorno al primer plano internacional, China potencia los aspectos económicos como el Banco de Desarrollo de la OCS.
Países observadores
Con todo, la OCS es una organización moderna y pragmática que evita que el exceso de ambición o la falta de paciencia pongan en riesgo los logros obtenidos. Así es percibida por otros estados de la región que se postulan como candidatos a ingresar en la misma. La incorporación de India, Pakistán, Mongolia e Irán - todos ellos miembros observadores - tendría, sin embargo, tanto evidentes ventajas como patentes dificultades, además de un claro potencial para enfrentar a los dos socios principales actuales y para reducir su influencia en el conjunto ampliado.
Mientras Rusia apoya la incorporación de India como miembro permanente de un Consejo de Seguridad de Naciones Unidas renovado, China, con la que Nueva Delhi mantiene buen número de divergencias, opina que su presencia no es necesaria y que podría ser contraproducente. El apoyo ruso al programa nuclear hindú y a su incorporación a los organismos nucleares (TNP - Tratado de No Proliferación - y GSN - Grupo de Suministradores Nucleares) pretende ser contrarrestado por Pekín con su apoyo a Pakistán en estas mismas materias. De igual modo, mientras India se ha convertido en el mayor importador de armamento ruso, el régimen chino es el principal proveedor pakistaní.
Las palabras del primer ministro indio, Manmohan Singh, durante la última visita del presidente ruso Dmitri Medvédev están medidas para expresar la dificultad de aunar las tres voluntades cuando dijo "la nuestra (indo-rusa) es una asociación estratégica y muy especial que seguirá adelante con independencia de las relaciones con otros países".
Irán, la otra potencia regional, también es candidata al ingreso en la OCS. Tanto Medvédev como el líder chino, Hu Jintao, se han mostrado ambivalentes respecto a su ingreso en el actual contexto de desafío iraní en relación al desarrollo de su programa nuclear.
La conclusión es que la OCS, igual que la Alianza Atlántica de hace unos años, es una organización que pretende mantener la seguridad en su ámbito regional sin ninguna pretensión de competir con la OTAN, aunque aspire a desplazarla de Asia. Siendo una organización de seguridad, no tiene un carácter militar sino multidisciplinar y distinto para cada uno de sus miembros en función de sus intereses. Su importancia actual no es desdeñable, pero su potencial ampliación al resto de las potencias regionales asiáticas la convertiría en una versión revisada y ampliada de la Tierra Corazón de Mackinder.