La aprobación del Congreso de EE.UU. de nuevos fondos para la continuación de la guerra en Afganistán da señales claras de la intención de la actual administración estadounidense de validar y de mantener la tesis guerrerista de su antecesora, lo cual ahora se extiende al Golfo Pérsico, a la península de Corea y, más cercanamente, a nuestra América, con el uso de bases militares en una buena porción de naciones latinoamericanas y caribeñas; creando así un ambiente cargado de tensiones que, eventualmente, podrían desembocar en una guerra de carácter mundial, con indudables consecuencias catastróficas para toda la humanidad.
En el caso de nuestra América, la estrategia de Washington persigue, evidentemente, amenazar y minimizar los procesos políticos de transformación que se han suscitado en la región, posicionar su fuerza militar en áreas estratégicas de gran riqueza natural, como la biodiversidad existente en el ancho territorio amazónico y los yacimientos petroleros ubicados en las aguas profundas del Atlántico sur. Aunque se quiera ocultar bajo el argumento de una lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, la realidad es que Estados Unidos ha iniciado la implementación del control directo de un abanico de regiones vitales para su modo de vida, lo cual representa un arremetida real contra la soberanía de las naciones situadas en ellas, además de atentar contra la paz y la seguridad internacionales. Extremando el análisis, todo esto constituye un colonialismo militarizado que, a través de los diversos programas militares suscritos con algunos gobiernos de la región, como el Plan Puebla-Panamá y el Plan Colombia, como los más resaltantes, además de la reactivación de la IV Flota del Caribe, en momentos en que no existe una amenaza real contra la seguridad de Estados Unidos. Sería de tontos no creer que dichos planes configuren la puesta en marcha de megaproyectos en manos de sus corporaciones transnacionales para lo cual se requiere antes que nuestra América sea intervenida militarmente, cuestión que se adelanta por medio de adiestramientos y ejercicios en toda América Latina, el comercio de armamento, la instalación de sistemas de vigilancia y espionaje, incluida la instalación de bases militares en medio continente, siendo las de Costa Rica las más recientes.
Como se evidencia, con el Plan Colombia se han destruido más de un millón de hectáreas de bosques colombianos, contaminadas por las fumigaciones con agentes químicos, llegándose a desplazar forzosamente a miles de personas mediante el terror y el asesinato colectivo desatados por los paramilitares, de forma que abandonen sus tierras para ser ocupadas posteriormente por hacendados y empresarios ligados al capital estadounidense. Por su parte, el Plan Puebla-Panamá prevé la construcción de un canal terrestre, uniendo el territorio situado al sur de México hasta Panamá, el cual -como la Amazonía- es abundante en biodiversidad y en recursos naturales, aparte de facilitar la utilización de mano de obra barata y no sindicalizada con la instalación de maquiladoras, o líneas de montaje, bajo control de empresas multinacionales estadounidenses, gracias a las “áreas de libre comercio”, con una producción exportada casi en su totalidad, sin la obligación de pagar tributos.
Todo esto coincide con las maniobras de una formidable fuerza militar dirigiéndose a aguas del Golfo Pérsico, amenazando la soberanía de Irán y la paz de Medio Oriente, y con la filtración de documentos militares a través del portal Wilikeaks en relación con la invasión de Estados Unidos a Afganistán que dan cuenta de las operaciones encubiertas (con asesinatos selectivos y ejecuciones extrajudiciales) y del comportamiento homicida y sádico de las tropas gringas en contra de miles de civiles indefensos (incluyendo niños y mujeres) con su secuela de bombardeos indiscriminados, torturas e injerencias políticas; todo ello ocultado o distorsionado para salvaguardar la imagen creada de ser una invasión justificada ante las atrocidades de los talibanes y, por extensión, de todo el mundo musulmán (considerando lo hecho en Iraq y los amagos belicistas sobre Irán), tras los sospechosos ataques al World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.
Así, Barack Obama -irónicamente, un premio Nobel de la Paz con el dedo en el gatillo- estaría desatando lo que sería, sin duda, el apocalipsis que acabaría con cualquier vestigio de vida sobre la Tierra, como bien lo viene advirtiendo el Comandante Fidel Castro en sus Reflexiones más recientes.
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