Álex Calvo
jueves, 25 de noviembre de 2010 |
Un nuevo ataque norcoreano, esta vez con artillería contra una isla del Mar Amarillo, amenaza con elevar aun más el listón de la respuesta aliada. Se suceden los intentos de explicar esta actitud de Pyongyang, mientras Beijing aprovecha una vez más para postularse como parte de la solución. Sesenta años después, la destitución de MacArthur continúa pasando factura.
Una guerra inacabada: Este verano se cumplió el sesenta aniversario del estallido de la Guerra de Corea, conflicto aún vivo no solamente a nivel jurídico al no haberse firmado ningún tratado de paz, sino también político puesto que las dos grandes cuestiones que se debatieron en el
En primer lugar, bajo qué sistema político y económico debe vivir la nación coreana. Aunque a la vista de la enorme disparidad en el nivel de vida a ambos lados del Paralelo 38 la respuesta sea evidente, el frío, el hambre, y la falta de libertades continúan imperando en el norte, sin que los repetidos intentos de Seúl por promover un acercamiento hayan tenido éxito.
En segundo, si debe reconocerse a China una esfera de influencia en su periferia, que le permita controlar los mares que la rodean y gozar de acceso directo al Pacífico y al Índico, o si por el contrario debe ser contenida mediante un cinturón de países libres y asegurada la libertad de navegación, piedra angular del sistema económico dibujado por Roosevelt y Churchill en la Carta del Atlántico.
Son esas las dos cuestiones en juego en el periodo abierto con la decisión de Truman de no tolerar la caída de la República de Corea y cerrado con su destitución del General MacArthur, ante el miedo a que una guerra regional desembocase en la Tercera Guerra Mundial. Desde entonces, incluidos los largos meses de guerra de trincheras y negociaciones sobre los prisioneros, el conflicto permanece congelado, con incidentes periódicos, pero de ninguna manera resuelto.
"Qué miedo los norcoreanos y sus amigos los chinos": Esta frase no la ha escrito ninguno de los muchos analistas que tras el ataque artillero contra la isla de Yeonpyeong se han lanzado a intentar descifrar las claves del comportamiento de Pyongyang, buscando todo tipo de explicaciones, sino que se puede leer en la página de facebook de una sencilla ama de casa que canta en una coral en sus ratos libres. Refleja sin embargo bastante bien el núcleo duro de la cuestión, puesto que el problema de fondo no es Corea del Norte, sino China.
Para empezar, sin la intervención china a finales de 1950 la guerra habría concluido ese mismo año con una contundente victoria aliada. Más allá del detalle histórico, si el régimen de Corea del Norte sobrevive es en gran medida gracias a Beijing, gracias al cual además dispone del arma atómica.
Ha llegado, por tanto, el momento de dejar de preocuparse tanto por lo que hace o deja de hacer Pyongyang y centrarse en buscar la mejor política para parar los pies a China, cuyos ciudadanos creen ser una raza superior destinada a dominar Asia tras 150 años de humillaciones a manos extranjeras.
Por si queda alguna duda sobre el papel chino en los continuos incidentes en la Península Coreana fijémonos tan sólo en un pequeño detalle geográfico. La larga retahíla de provocaciones y ataques marítimos, cuyo ejemplo más notable fue el hundimiento de la corbeta ChonAn en marzo, tienen siempre lugar en el Mar Amarillo, es decir frente a las costas chinas. Nunca en el Mar de Japón, donde las dos Coreas también comparten una frontera marítima de facto.
El USS George Washington, navegando hacia aguas coreanas / edition.cnn.com |
Elevando el listón de la respuesta aliada. Más allá de las motivaciones particulares de Pyongyang en este último ataque, y de los más amplios objetivos chinos en la región, parece ser que estamos ante un intento de forzar aun más el nivel hasta el que las fuerzas surcoreanas y norteamericanas se limitan a responder con palabras, maniobras, y algún bombardeo simbólico. Seúl se ha limitado a lanzar unos ochenta proyectiles de artillería y concentrado unos cuantos F-16, mientras Washington despliega el portaaviones USS George Washington (con base en Japón).
Hasta aquí parece haber llegado la respuesta a la agresión comunista. Ocurre pues a nivel convencional lo mismo que se puede observar los últimos años en el nuclear: pasos cada vez más atrevidos de Pyongyang que no chocan con ninguna respuesta militar.
Dos posibles estrategias ante Corea del Norte: ¿Cómo puede pues reaccionar Seúl, Washington, y el resto de potencias marítimas democráticas de la región (sin olvidar el papel de Rusia)? Se vislumbran dos posibilidades.
La primera sería lanzar un ataque para poner fin definitivamente a la guerra. Nadie duda de la superioridad aliada y es dudoso que la bomba nuclear norcoreana sea operativa, pero a las democracias siempre les cuesta tomar la iniciativa en el campo de batalla. La polémica en torno a la doctrina india "Cold Start" (Inicio en Frío) es un buen ejemplo, especialmente relevante al estar diseñada para responder a otro títere nuclear chino.
La segunda consistiría en maniobrar políticamente para abrir una brecha entre Pyongyang y Beijing. Ello exigiría negociar un tratado de paz, dar garantías de supervivencia al régimen de Pyongyang, consensuar la abertura gradual de su economía, y emprender la construcción de las infraestructuras necesarias para conectar las dos Coreas entre sí y con Japón y Rusia, evitando que el norte acabe convirtiéndose en una colonia china.
Sea cual sea la estrategia escogida, el objetivo debe ser evitar la consolidación del dominio chino sobre Corea del Norte y el consiguiente acceso a mar abierto de Beijing.
Rusia a veces parece seguir la política china hacia Pyongyang, pero debería ser posible convencer a Moscú que también le interesa cerrar el paso a Beijing. Es uno de los grandes retos de Washington, para lo que sería interesante contar con el apoyo de Nueva Delhi, cuya relación con Moscú es muy buena.