Osama Bin Laden ha desaparecido, pero Estados Unidos prosigue su lucha contra Al Qaida. Su última victoria ha sido la muerte de Anwar Al Awlaki en Yemen gracias al ataque de un drone, un avión teledirigido no tripulado. Al Qaida en la Península Arábiga (AQPA) pierde de esta forma a su ciberpredicador y a su rostro más internacional.
El ministerio de Defensa yemení anunció vía mensaje de texto la muerte del clérigo tras una operación llevada a cabo entre las provincias de Al Jawf y Marib, en un lugar situado a unos 150 kilómetros al norte de Saná y alejado de la zona de Shabwah, tradicional feudo de los integristas. A las pocas horas, Washington confirmó la muerte del terrorista americano-yemení, el primer ciudadano con pasaporte de Estados Unidos que formaba parte de la lista de diez nombres a los que la CIA tenía orden de matar y que estaba calificado de «terrorista global». Junto al egipcio Al Zawahiri, el enemigo público número uno de Estados Unidos.
A la tercera fue la vencida ya que Al Awlaki fue objeto de dos ataques anteriores en diciembre de 2010 y el pasado mayo de los que logró salir ileso. Esta vez el misil alcanzó el vehículo del religioso en el que perdieron la vida también sus cuatro acompañantes, entre ellos podría estar un ciudadano estadounidense de origen paquistaní identificado como Samir Jan que sería el director de la publicación yihadista «Inspire», principal publicación de propaganda de Al Qaida.
Entre el memorial de agravios formulado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos contra el clérigo en cuestión figura el haber «inspirado» a través de correos electrónicos al mayor Nidal Malik Hasán, militar de la base tejana de Ford Hood que disparó contra sus compañeros causando la muerte a 13 personas. Su dominio del inglés y de las nuevas tecnologías permitieron a Al Awlaki predicar el mensaje de la yihad global a través de la red y llegar a militantes de cualquier parte del mundo.
Tras el anuncio de Saná y la confirmación de Washington comenzaron a filtrarse los detalles de la operación más importante contra Al Qaida que se lleva a cabo desde la muerte de su líder, Osama Bin Laden. La agencia AFP, citando fuentes tribales, apuntó a «misiles lanzados desde un avión no tripulado» y desde Estados Unidos se informó de que fue uno de sus drones armado con misiles «Hellfire» y dentro de una operación del Mando Conjunto de Operaciones Especiales bajo la dirección de la Agencia Central de Inteligencia. Con esta muerte EE.UU. elimina al que consideraban «jefe de operaciones externas de Al Qaida en la Península Arábiga» a quien acusan de estar detrás de las últimas grandes operaciones transfronterizas del grupo.
Tras el regreso de Saleh
La Administración Obama ha logrado su objetivo más preciado tan solo una semana después del regreso del presidente Alí Abdulá Saleh a Yemen tras pasar más de tres meses en Arabia Saudí curándose de las heridas sufridas en el atentado sufrido en su palacio. El asesor de la Casa Blanca en materia antiterrorista, John Brennan, aseguró que desde el estallido de la revolución contra Saleh en febrero la colaboración antiterrorista con las autoridades «ha mejorado notablemente», sobre todo a la hora de la localización de miembros de AQPA. Brenan atribuye este cambio de actitud a la necesidad de los actuales mandatarios de ganarse el favor de Estados Unidos en su lucha contra la revolución que le mantiene contra las cuerdas.
Como en Pakistán, los aviones no tripulados americanos tienen luz verde para operar en todo el país —lo que supone que cuentan con una red de informadores sobre el terreno que son quienes dan las coordenadas precisas de los objetivos— y el número de ataques se ha disparado en los últimos siete meses. El apoyo formal de Washington a las revoluciones de Egipto, Túnez. Libia o Siria contrasta con la actitud descafeinada en el caso de Yemen, un país calificado de «socio indispensable» en la lucha contra Al Qaeda, donde el pueblo demanda cambios.
Yemen engendra desde hace tres décadas a la bestia del integrismo islámico en lo más profundo de sus entrañas, acogida en valles y desiertos alejados de un poder central incapaz de suplir las leyes tribales que imperan en las provincias y más preocupado estos días por sofocar la revolución popular que desde hace siete meses exige la dimisión del presidente Saleh. El presidente yemení lleva 32 años en su puesto, se aferra al poder e intenta mostrar a Occidente que él es una figura imprescindible en la lucha contra el terror. Las organizaciones de derechos humanos y los grupos opositores, sin embargo, denuncian que Al Qaida en la Península Arábiga no es más que un juguete en manos de las autoridades para perpetuarse en el poder. Las dos visiones de una realidad que mantiene al país al borde de la guerra civil.