Por: David Alandete
Estados Unidos está expandiendo a marchas forzadas su red de bases de aviones no tripulados en todo el mundo, para controlar y atacar a enemigos en Asia, la península Arábiga y, más recientemente, el cuerno de África.
La última adición al
programa secreto de drones norteamericano es una nueva base en Etiopíaque, según han confirmado fuentes del Pentágono aquí en Washington, se halla en un aeropuerto en la localidad sureña de
Arba Minch. Desde allí se fletan aviones no tripulados que espían a supuestos terroristas de Al Qaeda en el este de África.
Esa base se une a la que el Pentágono ha habilitado en las islas Seychelles, para albergar drones del modelo Reaper. En
uno de los cables del Departamento de Estado publicados por Wikileaks y EL PAÍS el año pasado se mencionaba la existencia de esa base secreta. Los primeros drones (bautizados con el apodo de “cazadores asesinos” porque pueden ir cargados con misiles Hellfire) llegaron a Seychelles en 2009, para ser operados por la Marina y la Fuerza Aérea.
Un drone, en una foto de la Fuerza Aérea, (U.S. Air Force /Lance Cheung)
Otro punto desde el que se vuelan drones es
Camp Lemonnier, en Djibouti, donde hay apostados 3.000 soldados de EE UU. Desde esas tres bases, y las demás que el Pentágono y la CIA mantienen todavía en secreto, Washington controla las operaciones de la filial de Al Qaeda en Somalia,
Al-Shabaab. Los drones que parten de Etiopía lo hacen,
según The Washington Post, en misiones de reconocimiento, con la única misión de grabar los movimientos de los supuestos terroristas.
Esos drones pueden hacer eso y mucho más. Son pequeñas computadoras con alas. Se las puede programar para grabar vídeo, para espiar conversaciones y, por supuesto, para lanzar misiles. Son ordenadores letales. En 10 años, EE UU ha pasado de tener 50 a 7.000, atesorando un 70% de las existencias mundiales. En los últimos años, el Pentágono ha reservado una partida anual de 5.000 millones de dólares para comprar estas aeronaves.
Los dos modelos más comunes son el
Predator y el
Reaper. El Predator se usa, sobre todo, para reconocimiento, aunque puede ir cargado con dos misiles Hellfire. Mide 8 metros de largo. Alcanza los 217 kilómetros por hora y tiene una autonomía de 700 kilómetros. Cada modelo cuesta 14 millones de euros. El Repaer, el “cazador asesino”, mide 11 metros. Puede ir cargado con los misiles Hellfire y con bombas guiadas por láser. Alcanza los 370 kilómetros por hora y tiene una autonomía de 1.800 kilómetros en vuelo. Cada modelo cuesta 37 millones.
Dos pilotos vuelan un drone Predator en la Base Aérea de Edwards, California. (NASA/Tony Landis)
Esos son los drones convencionales. Pero la ciencia está alumbrando modelos verdaderamente revolucionarios. Está el espía
Wasp III, que ya emplea la Fuerza Aérea, y que pesa medio kilo y mide menos de 30 centímetros. Y a pesar de su tamaño, alcanza los tres kilómetros de altura y va equipado con cámaras y un localizador GPS. También está, en desarrollo, el
Nano Hummingbird, cuya envergadura es de 16 centímetros y pesa 18 gramos.
Se necesitan dos personas para operar un drone: un piloto y un técnico de sensores. Ambos trabajan de forma remota, desde bases que pueden estar en el mismo país del que despega la aeronave o no. La mayor base de drones, de la Fuerza Aérea, está, de hecho, en EE UU, en el desierto de Nevada. Los pilotos dedrones no se exponen al enemigo, como lo hacen los soldados de infantería que entran en combate en Afganistán. Pero sufren las mismas secuelas psicológicas, como el Síndrome de Estrés Postraumático,
según estudios recientes.
Manifestación contra los drones en Peshawar, Pakistán, en abril (AP / Mohammad Sajjad)
Hay un gran debate en EE UU sobre si los ataques con drones en países con los que el Pentágono no está en guerra, como Pakistán, Yemen o Somalia, son legítimos o no. El gobierno de Barack Obama mantiene (siempre off the record, dado que EE UU no admite públicamente el uso de drones) que al enemigo hay que perseguirle donde sea, y eso incluye países que le den refugio. De ahí surge otro problema: si la CIA está legitimada para aniquilar a terroristas con esos drones, dado que es una agencia de inteligencia y no una rama del Ejército. (Fue prescisamente la CIA la que mató al clérido norteamericano afincado en Yemen
Anuar el Aulaki el mes pasado).
Sucesivamente, las administraciones de George W. Bush y Obama han evitado valorar públicamente la legitimidad de este programa. Simplemente, publicitan por vías indirectas la aniquilación de terroristas de alto perfil, como Aulaki o el número dos de Al Qaeda,
Atiyah Abd al Rahman, que murió en Pakistán en agosto. En lo que va de año, ha habido ya 60 ataques con drones en ese país asiático. Desde 2004, han provocado entre 1.600 y 2.600 víctimas, muchas de ellas civiles,
según varios informes. De ahí que los drones hayan dado tanto fuelle al antiamericanismo en Pakistán.