Al Jazeera
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La reciente decisión de India de no comprar aviones de guerra estadounidenses para su programa de más de 10.000 millones de dólares de aviones caza –la mayor licitación pública militar en la historia del país– ha provocado debate en los círculos de la defensa en todo el mundo.
El ministerio de defensa de India consideró que los dos candidatos estadounidenses, el F/A-18 Superhornet de Boeing y el F-16 Superviper de Lockheed, no satisfacen los requerimientos que necesitaba para un avión de combate multirol mediano. Habiendo eliminado también el MiG-35 ruso y el Gripen sueco, los únicos aviones que siguen en competencia para un pedido de 126 aviones son el Eurofighter Typhoon y el Rafale francés.
India nunca había adquirido un avión caza estadounidense, y EE.UU. esperaba que consolidara la emergente cooperación estratégica bilateral con un contundente cheque. Por cierto, funcionarios estadounidenses, incluido el presidente Barack Obama, habían cabildeado a favor del negocio, que habría inyectado dinero y puestos de trabajo a la afligida economía del país. El ‘profundamente desilusionado’ embajador estadounidense en India, Tim Roemer, anunció de inmediato su renuncia. Pero, en un comentario típico, el estratega indio-estadounidense, Ashley Tellis señaló mordazmente que India había elegido “invertir en un avión, no en una relación”.
La noción de que una importante compra de armas debería basarse en consideraciones estratégicas más amplias –la importancia de EE.UU. en la política mundial emergente de India– en lugar de los méritos del avión en sí, parece injusta a los responsables indios. Algunos niegan que la decisión refleje algún prejuicio político por parte del taciturno ministro indio, AK Antony, de tendencias izquierdistas. La decisión, afirman, es puramente profesional, tomada por la Fuerza Aérea India, y solo ratificada por el ministerio.
Los dos jets europeo son generalmente vistos como aerodinámicamente superiores, y han superado a ambos aviones hechos en EE.UU. en pruebas bajo condiciones climáticas adversas en las cuales podrían ser utilizados, particularmente en las grandes alturas y bajas temperaturas del norte de Cachemira. Los expertos sugieren que los aviones estadounidenses están tecnológicamente atrasados en diez años respecto a los europeos, y no ayuda el que Pakistán, probable adversario de India si los aviones tuvieran que entrar en combate, ha sido un cliente regular de aviones de guerra de EE.UU.
Además, los responsables de las decisiones en India no pudieron dejar de ver que EE.UU. ha demostrado, durante años, que no es un proveedor fiable de equipamiento militar a India o a otros países. Frecuentemente ha interrumpido suministros contratados, impuesto sanciones a amigos y enemigos por igual (incluida India) y dado marcha atrás en la entrega de bienes militares y repuestos, aparte de ser tristemente célebre por su negativa a transferir sus mejores tecnologías militares.
La actual flota india de sobre todo aviones rusos y franceses no ha sufrido problemas semejantes, y la infraestructura existente de apoyo en tierra y de mantenimiento hubiera necesitado grandes cambios para ocuparse de aviones estadounidense. (Es probable que se pida al eventual vencedor en la licitación que llegue a un acuerdo de producción conjunta con India, lo que las compañías estadounidenses no hubieran hecho.)
Como si todo esto no fuera suficiente para decidir contra EE.UU., el argumento decisivo puede haber sido el deseo del gobierno indio de evitar cualquier nueva controversia por adquisiciones cuando es asediado por todos lados por afirmaciones de corrupción. Una decisión basada en motivos técnicos, pensaron muchos, sería más fácil de defender que otra basada en consideraciones políticas.
En contra de este razonamiento hablan las ventajas inequívocas de complacer a un importante nuevo aliado y de desarrollar un modelo de cooperación militar bilateral en el suministro, entrenamiento, y operaciones. En circunstancias en las que las compras de reactores nucleares estadounidenses –posibilitadas por el histórico acuerdo negociado por el gobierno de Bush– han sido postergadas por la insistencia de EE.UU. en exenciones de responsabilidad del proveedor en caso de un accidente, hay quien considera que el desdén mostrado hacia los aviones estadounidenses constituye un rechazo innecesario de una oportunidad de que la amistad con India también ayude a EE.UU.
¿Vuelve India a ser de nuevo el antiguo espinoso no alineado? ¿Es más importante para un gobierno indio asediado apaciguar a los políticos notoriamente antiestadounidenses de India que congraciarse con EE.UU.? ¿Limitará la tradicional obsesión india de preservar su autonomía su utilidad como socio para EE.UU.?
Semejantes preguntas son justas. A buen seguro, las relaciones entre India y EE.UU. van más allá de cualquier compra aislada de armas. ¿Por qué iba a constituir el valor financiero de un trato el barómetro de una cooperación estratégica? Es simplemente estrecho de miras reducir la política exterior de EE.UU. hacia India a los balances de los vendedores de armamentos estadounidenses.
Tampoco hay ningún alejamiento militar entre los dos países. Incluso si este negocio no le resulta, EE.UU., sigue siendo un destacado proveedor de armas a India, habiendo ganado en licitaciones para suministrar barcos, aviones de reconocimiento, y aviones de transporte de última tecnología. El ejército, la armada y la fuerza aérea de India todavía realizan más ejercicios con las fuerzas armadas de EE.UU. que con las de cualquier otra potencia.
Y la relación estratégica no va en una sola dirección. EE.UU. también tiene mucho interés en la autonomía estratégica de India, que sería reforzada por una gama más amplia de cooperaciones exteriores, incluidas las con los Estados europeos que se beneficiarán con la venta de los aviones. Aunque India es alérgica con razón a ser vista como un contrapeso apoyado por EE.UU. a China ascendente, en la práctica es ávidamente cortejada por países del Sudeste de Asia ansiosos de contrapesar a los chinos, una situación que corresponde a los intereses estadounidenses. La visita de Obama a India en noviembre pasado reforzó una percepción de que ambos países comparten una visión del mundo cada vez más convergente, valores democráticos comunes, y un comercio intensivo. Nada de esto dejará de ser relevante si India compra un cazabombardero europeo.
De hecho, el potencial para la colaboración india-estadounidense en una variedad de áreas militares y no militares podría ser realzado por esta decisión. El rechazo a EE.UU. en esta ocasión podría en realidad liberar las manos de India para avanzar en otros aspectos de esta cooperación, inmune a la acusación de que es demasiado sensible a las presiones de EE.UU. India no ha limitado sus opciones; las ha ampliado.
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Shashi Tharoor, es ministro de Estado para asuntos exteriores, y subsecretario general de la ONU, es miembro del parlamento de India y autor de una docena de libros, incluido India from Midnight to the Millennium y Nehru: the Invention of India.
Una versión de este artículo apareció primero en Project Syndicate.