Raúl Zibechi
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La visita del presidente ruso Dimitri Medvediev a Brasil supone un salto cualitativo en las relaciones entre ambos países. Aunque la gama de acuerdos alcanzados y en proceso de negociaciones abarca desde la apertura del mercado ruso a las exportaciones de carne y soya brasileñas hasta la formación del Banco de los BRICS, que será formalizado en la próxima reunión de los cinco gobiernos en marzo en Sudáfrica, lo más destacado es el avance en la cooperación militar entre las dos potencias emergentes.
Entre 2008 y 2012 Brasil compró apenas 306 millones de dólares a Rusia en armamento, básicamente misiles portátiles Igla-S y helicópteros de ataque Mi-35. Como resultado de la visita de Dilma Rousseff a Moscú en diciembre, una delegación militar encabezada por el jefe del estado mayor de las fuerzas armadas de Brasil, José Carlos de Nardi, visitó Rusia en enero. La comitiva estaba integrada, entre otros, por los tres principales fabricantes de armamento de Brasil: Odebrecht, dueña de la fábrica de misiles Mectron; Embraer, propietaria de la empresa de radares antiaéreos Orbisat, y Avibras, fabricante del principal misil brasileño, el Astros II.
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Odebrecht firmó en diciembre un memorando de entendimiento con la rusa Rostechnologii para la creación de una empresa mixta para el montaje de helicópteros rusos Mi-171 en Brasil y un centro de servicios para los ya operativos Mi-35 (Defensa.com, 18 de diciembre de 2012). Pero la principal propuesta es la compra de baterías antiaéreas de alta tecnología Pantsir S-1, que puede incluir la transferencia de tecnología para su posterior fabricación en Brasil por Avibras, Odebrecht y Embraer.
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Al parecer los militares brasileños estiman que el principal problema que deben afrontar es la insuficiente defensa antiaérea del país, que puede ser resuelto con la compra de uno de los más avanzados sistemas del mundo como el que ofrece Rusia ( Folha de São Paulo,primero de febrero de 2013). Para superar el agujero en la defensa –así lo denominan los uniformados– debe iniciarse una completa reorganización del sistema defensivo aeroespacial.
Entre los acuerdos bilaterales figura la inauguración en la Universidad de Brasilia de un punto de rastreamiento que forma parte del sistema de geo-localización ruso Glonass, el primero fuera del país y el único capaz de competir con el estadunidense GPS. Los rusos, por cierto, presionan para la venta de su caza Su-35, el más avanzado de su fuerza aérea, que compite con el francés Rafale y el F-18 Super Hornet de Boeing. Son éstos, justamente, dos de los tres aviones de combate que Brasil analiza, desde hace casi cinco años, para incorporar a sus fuerzas armadas.
La propuesta rusa llega justo después de que Dilma anunciara a François Hollande, poco antes de la visita a Moscú en diciembre, la decisión de congelar la compra de 36 cazas Rafale que está pendiente desde que en 2008 Lula y Nicolás Sarkozy firmaran un amplio acuerdo militar que incluye la cooperación técnica francesa para la fabricación de submarinos en Brasil. Aunque el gobierno de Dilma señaló que la compra se aplazó por razones de presupuesto, la mayor parte de los analistas registran un distanciamiento en las relaciones entre Francia y Brasil desde mayo de 2010, cuando se firmaron los acuerdos tripartitos (entre Irán, Turquía y Brasil) para resolver el conflicto en torno al programa nuclear iraní.
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Bajo el actual gobierno Brasil viene apostando a una diversificación de sus alianzas, sobre todo en lo relativo a las compras de armamento, para evitar caer en una situación de dependencia con proveedores que pueden poner condiciones inconvenientes para los intereses del país. Días antes de recibir a la comitiva rusa, el ministro de Defensa, Celso Amorim, enfatizó en que su país apuesta a conseguir un grado razonable de autonomía tecnológica e industrial para garantizarnos la defensa ( O Globo, 17 de febrero de 2013). En la misma entrevista informó la decisión del gobierno de elevar la proporción histórica de inversiones del sector público en defensa, de 1.5 por ciento del PIB a 2 por ciento en esta década.
Brasil ya consolidó, según Amorim, asociaciones estratégicas con los países de la región por medio del Consejo Sudamericano de Defensa. Además de la participación argentina en el carguero KC-390 de la Embraer, Brasil compra lanchas fluviales a Colombia y participa en el proyecto de construcción de una nave de patrulla fluvial con Perú y Colombia. Fuera del continente está construyendo misiles aire-aire con Sudáfrica, mantiene una fuerte cooperación con China en el área espacial y en 2012 estableció acuerdos en el área de la industria militar con India.
En paralelo se está ultimando la venta de radares de la brasileña Mectron para equipar el caza Yak-130, avión de entrenamiento y ataque ligero ruso, según difundió O Estado de São Paulo (16 de febrero). De ese modo comienzan a intercambiar productos y tecnologías militares que interesan a ambos, lo que permite pensar en una cooperación a largo plazo, sobre todo si se confirma la fabricación de misiles y helicópteros en Brasil.
La crisis del viejo orden global está descosiendo el sistema de alianzas heredado de la guerra fría, mientras aún no se consolida el nuevo mapa del mundo. A eso llamamos inestabilidad, incertidumbre y reacomodos, un proceso de varias décadas que bien puede haber comenzado el 11 de septiembre de 2001 (ataques terroristas en Estados Unidos) o en octubre de 2008 (comienzo de la crisis económico-financiera), algo que podremos fechar con precisión cuando la situación comience a estabilizarse.
Lo más probable es que antes de la decantación de lo nuevo se produzcan conflictos y guerras más intensas aún, con su secuela de destrucción y muerte. Es la historia del capitalismo. Es, también, una ventana de oportunidades para los de abajo, siempre que seamos capaces de mirar la realidad de frente, sin hacernos ilusiones ni buscar atajos, y siempre que seamos capaces de perder el miedo a perder lo único que tenemos.
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