Corren malos tiempos para la energía nuclear tras el accidente en la central de Fukushima. Con unas fugas radiactivas que continuarán hasta principios del próximo año y dejarán sin hogar durante décadas a 100.000 vecinos evacuados en 20 kilómetros alrededor de la planta, la peor catástrofe desde Chernóbil está cuestionando la viabilidad de la energía atómica en todo el mundo [
Vea a gran tamaño el gráfico]. En el archipiélago nipón, su nuevo ministro de Comercio e Industria, Yoshio Hachiro, anunció ayer que todos los reactores nucleares serán cerrados en el futuro. El Gobierno japonés tiene previsto «reducir a cero» las centrales atómicas porque «la opinión pública está unida en clausurarlas en lugar de aumentarlas».
Sus declaraciones se une al plan del nuevo primer ministro, Yoshihiko Noda, de no construir más reactores nucleares y liquidar los 54 ya existentes en 40 años, cuando acabe su periodo de servicio. Mientras, el ejecutivo nipón apuesta por seguir utilizando las plantas sometidas a controles de seguridad para evitar apagones en su sector industrial, ya que la energía atómica aporta un tercio de la electricidad que consume Japón. Antes de Fukushima, el Gobierno preveía que la energía nuclear generara un 50 por ciento de la electricidad producida en el país en 2030.
Crisis nuclear
En su primera comparecencia pública tras su nombramiento como primer ministro, Yoshihiko Noda ya dejó claro que era «irreal y difícil» construir nuevos reactores por el clamor popular contra la energía nuclear y a favor de las renovables. Japón, el único país que ha sufrido dos bombas atómicas (Hiroshima y Nagasaki en 1945), se enfrenta a su mayor crisis desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial por culpa de la radiación que escapa de Fukushima, que ya ha contaminado el mar y afectado a la agricultura y ganadería de sus zonas colindantes.
Como portavoz de una campaña ciudadana que espera recopilar hasta el próximo marzo 10 millones de firmas contra la energía atómica, el premio Nobel de Literatura, Kenzaburo Oe, presionó ayer al nuevo Gobierno para cerrar los reactores nucleares. «El primer ministro piensa que las centrales son necesarias para la economía de Japón y su puesta en marcha es una de las claves de su agenda política», criticó Oe, que recordó que «nos enfrentamos a la mayor amenaza de radiactividad desde Hiroshima y Nagasaki y muchos niños tendrán que vivir con la radiación durante los próximos diez, veinte o treinta años». Inspirándose en las palabras de Keijiro Matsushima, uno de los supervivientes más combativos de Hiroshima, el Nobel y reconocido pacifista definió a Fukushima como «la tercera bomba atómica de Japón».
En la actualidad solo funcionan 12 de los 54 reactores nucleares del archipiélago. Más de 30 están paralizados por seguridad para su revisión tras el terremoto de magnitud 9 que sacudió la región de Tohoku en marzo y desató un tsunami que borró la costa nororiental y se cobró unos 25.000 muertos y desaparecidos. Entre ellos destacan cuatro de los seis reactores de Fukushima, cuyos núcleos llegaron a fundirse parcialmente en una cadena de explosiones posteriores al temblor.
Psicosis internacional
El accidente desató en el todo el planeta una psicosis colectiva por los peligros de un apocalipsis nuclear, como llegó a calificarlo el comisario de Energía de la Unión Europea, Günther Oettinger.
A los riesgos de la energía atómica se sumaron los fallos de seguridad en Fukushima, ocultados por la empresa Tokyo Electric Corporation, y los oídos sordos que hizo el Gobierno nipón a las amenazas de tsunami en sus plantas nucleares. Como consecuencia de las fugas, la radiación llegó a ser 20.000 veces más alta de lo permitido para la salud en la costa de Fukushima, cuyo pescado y carne de ternera han sido prohibidos junto a la leche y las espinacas.
Sin apenas recursos naturales, el imperio del Sol Naciente importa el 80 por ciento de sus necesidades energéticas y, tras construir su primer reactor en 1966, situó la energía nuclear como una prioridad estratégica a raíz de la crisis del petróleo en 1973.
A pesar de ser una de las naciones más avanzadas del mundo en energías limpias, Japón se encuentra muy por detrás de países como Alemania o España. Tokio se ha propuesto hacer un gran esfuerzo en energías renovables tras el accidente en Fukushima.
Elegido por la circunscripción electoral de Fukushima, el nuevo ministro de Exteriores, Koichiro Gemba, ha señalado que Japón «desarrollará la tecnología medioambiental» para dejar de depender de la energía nuclear, que será sustituida en el futuro por paneles solares y generadores eólicos. «La crisis de Fukushima ha revelado el insostenible modelo energético de Japón», explicó a ABC Andrew DeWit, profesor de la Escuela de Estudios Políticos de la Universidad de Rikkyo, en Tokio.
La catástrofe ha puesto de manifiesto los puntos débiles del «milagro económico» nipón, basado en el consumismo a espuertas, el derroche de energía y la fiebre tecnológica. A juicio de DeWit, «la industria eléctrica japonesa se ha autorregulado y tiene un lamentable historial de recortes y fraudes corporativos».