miércoles, 14 de septiembre de 2011
A estas alturas Japón ya debería haber entendido que Rusia no va de farol en las islas Kuriles. Es un órdago en toda regla. El archipiélago ya no está a la venta como en los años 90 del pasado siglo, cuando Moscú buscaba desesperadamente dinero tras el desplome de la URSS y la devaluación del rublo. Rusia se propone modernizar tanto las infraestructuras civiles de las islas como, y eso es lo que más preocupa a Tokio, las militares.
La última afrenta para los nacionalistas dirigentes nipones tuvo lugar el pasado domingo con la visita a las islas del secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolái Pátrushev, antiguo jefe del Servicio Federal de Seguridad (FSB, la versión rusa del KGB). Recordemos que, para los japoneses, cualquier visita de un alto funcionario ruso a los cuatro islotes es considerada "inadmisible".
Pátrushev visitó Kunashir y el minúsculo islote de Tanfiliev, que se encuentra a apenas 10 kilómetros de territorio japonés y que cuenta con un puesto de vigilancia fronteriza del FSB. Tokio no tardó en reaccionar y tachó de "ultraje" la visita de inspección.
A esto se sumó la denuncia japonesa de que los bombarderos rusos Tu-95MS que sobrevolaron la pasada semana la zona en el marco de unas maniobras militares habían violado el espacio aéreo nipón. El ministro de Exteriores japonés, Koichiro Gemba, acusó a Moscú de utilizar los vuelos como herramienta de presión diplomática y le conminó a no recurrir a provocaciones militares. Gemba incluso llamó por teléfono a su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, para expresar su malestar.
Aprovechando su turno de réplica diplomática, la Cancillería rusa puso las cartas sobre la mesa: "Las islas Kuriles del sur son territorio ruso y nuestra soberanía sobre las mismas no puede ser discutido ni puesto en duda".
Por lo que parece, el nuevo Gobierno japonés comandado por el primer ministro, Yoshihiko Noda, tampoco parece dispuesto a rebajar la tensión alimentada por el histórico contencioso territorial. En los últimos dos años los sucesivos ejecutivos nipones han utilizado este asunto como arma arrojadiza para mejorar sus alicaídos índices de popularidad. Según los analistas, esa política es de consumo interno y busca aglutinar a la sociedad asiática en torno a una idea de orgullo nacional en momentos de zozobra política e inestabilidad económica.
El ultranacionalismo japonés parece haber antepuesto el orgullo más ancestral a la realpolitik con el fin de enterrar para siempre la todavía traumática herencia de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. A esto se suma la continua presión de la vecina China, que insiste en aplicar una política de hechos consumados para hacerse con la soberanía de las islas Senkaku, también reclamadas por Tokio.
La escalada de tensiones en las Kuriles comenzó hace menos de un año cuando el presidente ruso, Dimitri Medvédev, se convirtió en el primer mandatario de este país en visitar el territorio. Ni su antecesor y actual primer ministro, Vladímir Putin, se había atrevido a tanto. Desde entonces, todo han sido desplantes y llamadas a consultas de embajadores. En estos momento, la firma del tratado de paz que ponga fin al estado de guerra técnica entre ambos países parece más lejos que nunca.
La lectura es que Rusia ha perdido la paciencia. Japón tuvo la oportunidad de recuperar dos de las islas si se hubiera comprometido a invertir en el desarrollo del atrasado lejano oriente ruso en tiempos de Boris Yeltsin, pero optó por el maximalismo y exigió la devolución de las cuatro islas. Ahora, Rusia no está dispuesto a ceder "ni la oreja de un burro muerto", expresión utilizada por Putin cuando la pequeña Estonia pidió una revisión de su fronteras con el país heredero de la URSS.
Por una parte, Rusia ha iniciado un ambicioso proceso de rearme, uno de cuyos vectores es el renacimiento de su armada, que se encuentra en estado ruinoso. Para ello, la armada recibirá nuevas fragatas, submarinos nucleares de nueva generación y cuatro portahelicópteros franceses de la clase Mistral, uno de los cuales será apostado en las aguas de las Kuriles. Y es que Moscú se resiste a abandonar sus ambiciones de superpotencia militar y una de las condiciones para ello es mantener viva su vertiente militar asiática.
Hoy mismo, Rusia anunció que celebrará el próximo año sus primeras maniobras militares navales con Corea del Norte, cuyo líder comunista, Kim Jong-il, visitó Rusia a finales de agosto, en su primer viaje a este país en una década. Entonces, el imprevisible Kim se comprometió ante Medvédev a reanudar las negociaciones nucleares a seis bandas a cambio de ayuda humanitaria y cooperación económica.
Otro factor de impaciencia rusa es la negativa japonesa a cooperar o permitir que otros países lo hagan en la explotación de los ingentes recursos de la zona: pescado, oro, plata, titanio e hidrocarburos. En los tiempos de crisis que corren, Moscú no puede frenar artificialmente el desarrollo de la región, que ha perdido a más de la mitad de su población desde la caída de la URSS debido a la crudeza del clima y la falta de infraestructuras.
Rusia bien podría sobrevivir y mantener intacto su potencial estratégico sin esas cuatro pequeñas islas, manteniendo el control del resto del archipiélago y la isla de Sajalín, pero la intransigencia japonesa le ha empujado a cruzar el Rubicón en las Kuriles y, si Japón no lo remedia, ya no habrá marcha atrás.
A estas alturas Japón ya debería haber entendido que Rusia no va de farol en las islas Kuriles. Es un órdago en toda regla. El archipiélago ya no está a la venta como en los años 90 del pasado siglo, cuando Moscú buscaba desesperadamente dinero tras el desplome de la URSS y la devaluación del rublo. Rusia se propone modernizar tanto las infraestructuras civiles de las islas como, y eso es lo que más preocupa a Tokio, las militares.
La última afrenta para los nacionalistas dirigentes nipones tuvo lugar el pasado domingo con la visita a las islas del secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolái Pátrushev, antiguo jefe del Servicio Federal de Seguridad (FSB, la versión rusa del KGB). Recordemos que, para los japoneses, cualquier visita de un alto funcionario ruso a los cuatro islotes es considerada "inadmisible".
Pátrushev visitó Kunashir y el minúsculo islote de Tanfiliev, que se encuentra a apenas 10 kilómetros de territorio japonés y que cuenta con un puesto de vigilancia fronteriza del FSB. Tokio no tardó en reaccionar y tachó de "ultraje" la visita de inspección.
A esto se sumó la denuncia japonesa de que los bombarderos rusos Tu-95MS que sobrevolaron la pasada semana la zona en el marco de unas maniobras militares habían violado el espacio aéreo nipón. El ministro de Exteriores japonés, Koichiro Gemba, acusó a Moscú de utilizar los vuelos como herramienta de presión diplomática y le conminó a no recurrir a provocaciones militares. Gemba incluso llamó por teléfono a su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, para expresar su malestar.
Aprovechando su turno de réplica diplomática, la Cancillería rusa puso las cartas sobre la mesa: "Las islas Kuriles del sur son territorio ruso y nuestra soberanía sobre las mismas no puede ser discutido ni puesto en duda".
Por lo que parece, el nuevo Gobierno japonés comandado por el primer ministro, Yoshihiko Noda, tampoco parece dispuesto a rebajar la tensión alimentada por el histórico contencioso territorial. En los últimos dos años los sucesivos ejecutivos nipones han utilizado este asunto como arma arrojadiza para mejorar sus alicaídos índices de popularidad. Según los analistas, esa política es de consumo interno y busca aglutinar a la sociedad asiática en torno a una idea de orgullo nacional en momentos de zozobra política e inestabilidad económica.
El ultranacionalismo japonés parece haber antepuesto el orgullo más ancestral a la realpolitik con el fin de enterrar para siempre la todavía traumática herencia de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. A esto se suma la continua presión de la vecina China, que insiste en aplicar una política de hechos consumados para hacerse con la soberanía de las islas Senkaku, también reclamadas por Tokio.
La escalada de tensiones en las Kuriles comenzó hace menos de un año cuando el presidente ruso, Dimitri Medvédev, se convirtió en el primer mandatario de este país en visitar el territorio. Ni su antecesor y actual primer ministro, Vladímir Putin, se había atrevido a tanto. Desde entonces, todo han sido desplantes y llamadas a consultas de embajadores. En estos momento, la firma del tratado de paz que ponga fin al estado de guerra técnica entre ambos países parece más lejos que nunca.
La lectura es que Rusia ha perdido la paciencia. Japón tuvo la oportunidad de recuperar dos de las islas si se hubiera comprometido a invertir en el desarrollo del atrasado lejano oriente ruso en tiempos de Boris Yeltsin, pero optó por el maximalismo y exigió la devolución de las cuatro islas. Ahora, Rusia no está dispuesto a ceder "ni la oreja de un burro muerto", expresión utilizada por Putin cuando la pequeña Estonia pidió una revisión de su fronteras con el país heredero de la URSS.
Por una parte, Rusia ha iniciado un ambicioso proceso de rearme, uno de cuyos vectores es el renacimiento de su armada, que se encuentra en estado ruinoso. Para ello, la armada recibirá nuevas fragatas, submarinos nucleares de nueva generación y cuatro portahelicópteros franceses de la clase Mistral, uno de los cuales será apostado en las aguas de las Kuriles. Y es que Moscú se resiste a abandonar sus ambiciones de superpotencia militar y una de las condiciones para ello es mantener viva su vertiente militar asiática.
Hoy mismo, Rusia anunció que celebrará el próximo año sus primeras maniobras militares navales con Corea del Norte, cuyo líder comunista, Kim Jong-il, visitó Rusia a finales de agosto, en su primer viaje a e
ste país en una década. Entonces, el imprevisible Kim se comprometió ante Medvédev a reanudar las negociaciones nucleares a seis bandas a cambio de ayuda humanitaria y cooperación económica.
Otro factor de impaciencia rusa es la negativa japonesa a cooperar o permitir que otros países lo hagan en la explotación de los ingentes recursos de la zona: pescado, oro, plata, titanio e hidrocarburos. En los tiempos de crisis que corren, Moscú no puede frenar artificialmente el desarrollo de la región, que ha perdido a más de la mitad de su población desde la caída de la URSS debido a la crudeza del clima y la falta de infraestructuras.
Rusia bien podría sobrevivir y mantener intacto su potencial estratégico sin esas cuatro pequeñas islas, manteniendo el control del resto del archipiélago y la isla de Sajalín, pero la intransigencia japonesa le ha empujado a cruzar el Rubicón en las Kuriles y, si Japón no lo remedia, ya no habrá marcha atrás.