28 de mayo de 2012
Los expertos tienden a debatir acerca de los posibles riesgos de un ataque nuclear o de las consecuencias del escudo antimisiles que EE UU planea instalar en Europa. La destrucción potencial es enorme, pero estos temas forman parte de una realidad paralela, de un escenario de lo posible que no forma parte de la política real. Aunque, a menudo, este mundo simbólico es tan importante como el real.
Fuente: Flickr/ Utenriskdept.
Hace poco asistí a un seminario ruso-estadounidense sobre los aspectos estratégicos de las relaciones mutuas. El segundo día, casi simultáneamente, se nos ocurrió la misma idea a un colega norteamericano y a mí: sería maravilloso elegir una bonita isla en algún lugar al sur del Océano Índico y mandar allí a todos los especialistas mundiales en estabilidad estratégica y control armamentístico. Allí estarían bien, discutirían con abnegación los problemas de un primer y un segundo ataque nuclear, la dialéctica de la destrucción mutua asegurada, la posibilidad de la verificación mutua y el aumento de la confianza mediante la monitorización de los sensores de velocidad de los misiles en el despegue, etc... Llegarían a unos resultados provisionales y volverían a debatirlo una y otra vez. Además, como esto tendría lugar en algún lugar cercano a Madagascar, esta interesantísima actividad no interferiría en la política internacional, que hace tiempo que se desarrolla en otra dirección.
foto taringa.net
Pero al mismo tiempo, no se puede decir que todo esto no sea importante o que carezca de sentido. Mientras Rusia y EE UU sigan teniendo enormes arsenales nucleares capaces de una aniquilación mutua y mundial, no se podrán desechar ni superar los principios desarrollados y acumulados durante la época de la confrontación en un mundo bipolar. Pero también tienen validez en otra dimensión paralela al principal escenario de los acontecimientos.
Las recientes declaraciones del jefe del Estado mayor de las Fuerzas Armadas rusas, Nikolái Makarov, de que Rusia podría atacar objetivos del escudo antimisiles estadounidense si estos se situaran demasiado cerca de las fronteras rusas, levantó mucho ruido. Por supuesto, lo que más alarmó fue el hecho de que un mando militar ruso admitiera la posibilidad de una acción militar contra Europa. Suena terrible. ¿Pero qué significa?
Es el típico ejemplo de una dimensión paralela. En realidad, todos comprenden que no puede estallar ningún tipo de guerra, ni nuclear ni convencional, entre Rusia y la OTAN o entre Rusia y los EE UU. Y más aún en Europa, que se ha convertido en una periferia estratégica. Sin embargo, los militares deben basarse no solo en lo razonable, sino también en los potenciales y las posibilidades, calculadas y sopesadas, del enemigo. Mientras tanto, la Alianza lleva veinte años ampliándose alrededor de Rusia y, en los últimos diez, los Estados Unidos están sopesando la construcción de un escudo estratégico antimisiles cerca de sus fronteras. Esto también es una dimensión paralela, ya que la necesidad de construir este sistema antimisiles se explica con el fin de proteger a Europa de la amenaza de los misiles iraníes. Todavía no existen, y además no queda nada claro, por qué Irán, que está luchando por su influencia en la región con los países vecinos (Israel, Arabia Saudí, etc.), dirigiría sus misiles, en caso de tenerlos, hacia Europa.
El escudo antimisiles americano es un proyecto muy caro, muy complejo tecnológicamente y ambiguo, que se parece mucho a una religión. La idea del presidente Ronald Reagan de que Estados Unidos pudiera construir un escudo con el que protegerse de cualquier amenaza balística le gustó tanto al establishment estadounidense que pasados casi 30 años todavía sigue presente en sus pensamientos. Poco a poco se ha ido transformando, desde una utopía reaganiana (más bien un farol destinado a asustar a la URSS) hasta convertirse en un proyecto en el que se han invertido muchos medios y enormes esfuerzos. Los gastos son ingentes, pero resulta imposible abandonar esa imagen de un futuro sin peligro. La universalización de los puntos de vista se convierte en un trampa. ¿Está el escudo antimisiles dirigido contra Rusia? Pregunta Moscú. No, dice Washington apasionadamente. ¿Es para proteger a los Estados Unidos de cualquier amenaza? ¡Sí! ¿Entonces es contra todos? ¿Incluida Rusia? La respuesta, por supuesto, también es positiva. Pero como se sigue manteniendo el principio de destrucción mutua asegurada, no han encontrado otra opción que no sea igualar, de alguna manera los enormes arsenales, lo que implica que existe la hipotética posibilidad de protegerse con otro escudo del contraataque. Y da lo mismo que ese posible escenario entre Rusia y América esté fuera de los límites de la realidad. Existe la posibilidad, lo que quiere decir que es real.
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En la realidad, la situación es aún más especulativa. Los americanos le dicen a los rusos que las primeras tres fases del escudo antimisiles que han propuesto en Europa no pueden causar daño al arsenal ruso, el supuesto peligro teórico aparece únicamente en la cuarta y última fase. Pero para eso ocurra todavía falta tiempo y no hay ninguna garantía de que sea posible tecnológicamente. Pero por otro lado, si a pesar de todo fuera posible, ¿cómo deberían reaccionar los generales rusos? ¿Deberían dejar que el sistema se desarrollase hasta que realmente llegue a suponer una amenaza, y solo entonces tomar medidas? Entonces ya sería tarde. Los estadounidenses responderán a cualquier protesta rusa: ¿Por qué lo aceptasteis antes?, si ya os lo advertimos.
Repito, de nuevo, que todo esto no tiene prácticamente ninguna relación con la agenda real y las amenazas reales a las que se enfrentan Rusia, EE UU, la OTAN y otros países. Prácticamente desde su invención, las armas nucleares adquirieron un carácter político y no militar, su único sentido residía en que nunca fueran utilizadas. La contención no era solo mutua, la existencia de las armas nucleares impuso responsabilidad y disciplinó a sus dueños. Exagerando un poco, podemos decir que los estados nucleares reprimieron ellos mismos el espíritu aventurero de sus propios líderes, eliminando a los radicales de las élites.
La función política de las armas nucleares se ha mantenido, sigue siendo, como antes, un elemento de prestigio, de un gran estado, o sencillamente de un protagonista importante de las relaciones internacionales. (La función de contención real se mantiene en países parecidos a Corea del Norte, que aseguran su inmunidad ante un posible 'cambio de régimen'). El armamento nuclear seguirá manteniéndose en esta función política y todas las discusiones asociadas continuarán. Solo hay que recordar que esta dimensión paralela está relacionada, aunque no coincida, con la principal, donde tienen lugar los acontecimientos de la vida internacional.
Sin embargo en política, a menudo lo virtual no es menos importante que lo real. Existe un mundo de conceptos, símbolos e imágenes, más aún cuando se apoyan en un arsenal inservible pero indudablemente destructivo, y que será donde tengan lugar los acontecimientos. El inexistente sistema del escudo antimisiles contra amenazas inexistentes que provoca una respuesta imposible de llevar a la práctica y una interminable discusión sobre las subidas de tono, es un símbolo de la impotencia de la élite política mundial frente a los desafíos reales. Siempre es más sencillo juzgar lo que conocemos bien, que lo nuevo y desconocido. Pero la realidad se impone y manda a los especialistas en control de armamento a una isla perdida, sino literalmente, por lo menos en sentido figurado.
Fiódor Lukiánov, redactor jefe de la revista 'Rusia en la política global'.