Los bombardeos israelíes en territorio sirio: un acto "amistoso"© AFP/ SANA
14:58 08/05/2013
Konstantín Bogdánov, RIA Novosti
Israel vuelve a atacar a Siria desde el aire. Se podría calificar este acto como una acción de apoyo a la oposición siria. Sin embargo, el papel y los intereses de Tel Aviv en el
conflicto del país vecino son mucho más complicados de lo que pueda aparentar.
Una guerra no declarada
Aviones de Israel bombardearon el 3 y el 5 de mayo territorio sirio. Todavía no están claros los detalles de lo ocurrido. La información que divulgan en los medios los opositores sirios no resulta demasiado fiable: un ataque de 18 aparatos contra 48 objetivos sin ni siquiera entrar en el espacio aéreo de Siria no parece otra cosa que una exageración.
Israel no hizo comentarios a las especulaciones de la prensa occidental relativas a que el ataque apuntaba contra un convoy de misiles (Fateh 110) transportados a las milicias libanesas de Hezbolá desde Irán, que por su parte lo niega todo.
No es la primera agresión israelí contra el país vecino. Israel, según la televisión siria, lanzó misiles contra el centro de investigación Jamraya, que el pasado 30 de enero ya fue blanco de un ataque israelí, aunque otras fuentes informaron que en aquella ocasión se bombardeó un convoy con armas. Esta vez los medios aseguran que el ataque del viernes 3 de mayo, tenía como blanco un lote de misiles destinados para las milicias de Hezbolá, en el Líbano, mientras que dos días más tarde los aviones isralíes atacaron Jamraya, cerca de Damasco.
¿Es una guerra? ¿Intenta Israel asestar un golpe a traición a su antiguo enemigo? Es lo que parece. A primera vista.
Sin posibilidad de elegir
Lo más original del 'montaje' consiste en que Israel es casi el único país de la región, además de Irán, que no está interesada en la caída del régimen alauita de Asad. El mito de que Tel Aviv se desvive por hacerle alguna jugada sucia a Damasco es muy extendido, pero infundado.
Es verdad que el régimen sirio, aunque hostil, pero centralizado y laico, no le gusta nada a Israel. Pero la única alternativa a Bashar Asad es el caos, la guerra y la pérdida de cualquier control sobre la situación en el país, que se convertirá en el baluarte del extremismo islamista. La elección es nefasta pero evidente.
Tel Aviv está actuando de manera cínica pero a la vez racional: Siria en estos momentos representa para el gobierno israelí un estado desestructurado en cuyo territorio pasan cosas muy peligrosas para Israel.
Hasta hace poco Tel Aviv no se podía permitir bombardear cada convoy que transportase a través de Siria armas iraníes para Hezbolá. Pero el debilitamiento de Damasco hace posible la intervención de Israel, que se aprovecha para aumentar las presiones contra sus enemigos afincados en el país vecino desde mucho antes de aparecer la insurgencia actual. Una insurgencia que, por cierto, se va radicalizando cada vez más.
Por ejemplo, el
Frente Al Nusra, uno de los grupos armados que lucha en Siria contra el régimen de Bashar Asad, en diciembre de 2012 fue incluida por Washington en su lista de organizaciones terroristas. La propia organización reconoce ser una rama de Al Qaeda y estar bajo la autoridad del sucesor de Bin Laden, Ayman Al Zawahiri.
La química política en Oriente Próximo
Un vivo ejemplo de lo que teme el gobierno israelí es
la turbia historia del uso de armas químicas en Siria. Desde diciembre de 2012 se han multiplicado las denuncias tanto de los grupos opositores armados como del régimen de Bashar Asad sobre el uso de armas químicas por parte del bando contrario, pero sobre las cuales no se han recabado evidencias irrefutables.
Al principio los medios internacionales responsabilizaron de ello, naturalmente, al Gobierno sirio, pero ahora parece que no es tan simple.
"Disponemos de testimonios sobre la utilización de armas químicas en particular de gas sarín. No por parte del Gobierno, sino de los opositores", dijo Del Ponte, quien también actuó como fiscal en los tribunales internacionales para la antigua Yugoslavia y Ruanda. Al mismo tiempo manifestó que no se ha podido demostrar el uso de este tipo de armas por el gobierno del país árabe.
Occidente difícilmente podrá pasar por lo alto estas declaraciones, convirtiéndose el conflicto en Siria en una mezcla explosiva. Por un lado están las revoluciones árabes y la democracia, por el otro, el radicalismo islamista y sus consecuencias que los estadounidenses sienten en su propio pellejo. Tras las explosiones en Boston los medios de EEUU no tardaron en vincular los atentados con el conflicto sirio.
Todo ello se agrava por las cada vez más limitadas posibilidades de Washington de intervenir en la situación en Siria y la cada vez más intensa actividad islamista en Qatar y Arabia Saudita.
Enemigos a la vez que aliados
Dadas las circunstancias ¿qué le queda al Gobierno israelí? Al norte de los Altos del Golán, en un país hostil pero previsible, está gestándose algo muy sospechoso. Si llega a extenderse por todo el territorio de Siria, éste se convertirá en un territorio fuera de la ley y del control.
Es más, en parte ya lo es, lo cual queda demostrado por el uso de armas químicas por parte de los insurgentes. Mientras tanto, el gas sarín (que proviene seguramente de los arsenales de armas sirios saqueados) es una substancia extremadamente tóxica, incluso en pequeñas dosis, y es considerado como un arma de destrucción masiva desde 1991 por Naciones Unidas.
Esta situación en ajedrez se llama Zugzwang (literalmente en alemán “obligación de mover”), cuando cualquier movimiento provoca empeorar la posición del jugador. El principal interés de Tel Aviv es debilitar al máximo el régimen de Asad pero al mismo tiempo no permitir que se derrumbe y pierda el control sobre Siria.
Entonces, los alauitas del país árabe serán más dóciles y se concentrarán en sus problemas internos dejando de intervenir, en particular, en la política interior de Líbano y, posiblemente, de apoyar a Hizbulá que molesta bastante a los israelíes.
Sin embargo, Tel Aviv no puede apoyar abiertamente a Bashar Asad, lo único que puede hacer aprovechando la debilidad actual de su régimen es intentar cazar a los activistas de la organización islamista libanesa que trafiquen con armas en el territorio del país vecino. Y a todos los que muestren interés hacia los arsenales sirios.
Recientemente los islamistas del Sahel crearon un antecedente muy peligroso armándose por el saqueo de Libia con arsenales de armas gracias al caos que acompañó la caída de Gadafi. Si algo similar sucede en Oriente Próximo, las consecuencias serán impredecibles.
Damasco, por su parte, es consciente que en esta situación no es capaz de responder ante los ataques israelíes. Tampoco le conviene ya que esto no mejoraría las posiciones del régimen ni le ayudaría a luchar contra la insurgencia sunita. Pero el Gobierno sirio no está dispuesto a reconocerlo para no perder el resto del prestigio ante los ojos de los ciudadanos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI