La superioridad en armamento y, sobre todo, el poder aéreo de Gadafi han obligado a los rebeldes a detener su ofensiva sobre Sirte, localidad natal del líder libio. Y ayer los aviones del Ejército de Gadafi continuaron castigando a los rebeldes en el enclave petrolero de Ras Lanuf, donde a duras penas intentan reorganizar sus fuerzas. Es la lucha de un Ejército de mercenarios y leales de Gadafi, armados hasta los dientes y encuadrados en los disciplinados comités revolucionarios, contra unas milicias integradas por voluntarios como Amine, con su carga de ilusiones y desdichas a cuestas.
Sus aviones bombardean el centro petrolero de Ras Lanuf. Los sublevados anuncian que Gadafi les ha ofrecido su dimisión y que la han rechazado.
Amine Boudarraa, de 22 años, tiene buena planta, viste pantalones vaqueros, calza zapatillas deportivas y lleva el pelo engominado. Parece que va a la discoteca. Pero no, va a la guerra. Y no a una guerra cualquiera. Cuando este enviado le pregunta, no oculta su sueño: «Entrar en Bab Asisía —residencia del líder libio— y dormir en la cama de Muamar Gadafi».
Para él, acabar con el dictador es una guerra santa, la «yihad». Es parco en palabras pero se muestra decidido. El 3 de marzo se alistó en el centro de reclutamiento 7 de abril de Bengasi, su ciudad. Hacía menos de dos semanas que la Policía libia había acabado con la vida de su hermano Mohamed, de 26 años, de un disparo durante una de las manifestaciones de protesta contra el régimen.
Este estudiante de inglés en la universidad de Garyunis, en Bengasi, ha recibido apenas unos cuantos días de instrucción. Montar y desmontar armas, disparar, desencasquillarlas y unas pequeñas nociones para avanzar y retroceder en el frente. Listo, ni siquiera uniforme. Así ha llegado a Ras Lanuz, enclave petrolero del este de Libia y última localidad que mantienen en esta parte del país bajo su control los insurgentes.
Unos kilómetros más allá se encuentran los primeros militares de Gadafi, antes de llegar a Bin Yawad. Esa es la línea del frente, donde el domingo murieron ocho rebeldes en la ofensiva del Ejército que les obligó a dar marcha atrás hasta Ras Lanuf. Uno de los ocho cadáveres que llegaron a la morgue era el de Ali Sherif, de 22 años, amigo íntimo de Atia Al Showhedi, de 24 años, el conductor de este periodista. «Es de una familia rica de Bengasi», explica Atia dando a entender que Ali, como muchos libios, no luchaba para reclamarle al régimen más dinero, sino más libertad y menos dictadura.
Y van dos, piensa Atia, que ya enterró a otro amigo el pasado 20 de febrero. También murió de un disparo en las revueltas anti Gadafi en Bengasi. Khalil, de 20 años, era el bajo en la banda de rock «Refuse» (rechazo), en la que Atia toca la guitarra y escribe las letras. Todas en inglés, ninguna en árabe. La última canción que ha compuesto es «Batalla de honor», referida a la emprendida por los jóvenes libios contra más de cuatro décadas de dictadura. «Mi sueño es tomarme un buen Jack Danniel`s el día que echemos a Gadafi», afirma ansioso.
Desdichas cotidianas de esta guerra que ayer estuvo poblada de bombardeos mañana y tarde en el enclave petrolero de Ras Lanuf. Actualmente está en manos rebeldes, pero el enclave es el principal objetivo que quieren recuperar las tropas de Gadafi, que se encuentran casi a las puertas. Las afueras de esta población, de apenas 10.000 habitantes, fueron la diana sobre la que descargaron sus bombas los cazas del Ejército.
Gadafi trata de recuperar el control sobre las industrias petroleras, quizás por eso, piensan muchos, las bombas no caen sobre sus instalaciones, que serían objetivo fácil para los aviones. Pero, a pesar de todo, los ataques siguen siendo indiscriminados.
Pero no solo las balas mueven Libia, también las negociaciones. Ayer, a última hora, la televisión qatarí Al Yazira aseguraba, de boca de los rebeldes, que Gadafi les había ofrecido dimitir bajo una serie de condiciones y que estos la habían rechazado porque no podían permitir su salida «honorable». Al parecer, siempre según los sublevados, el dictador quería garantías de seguridad para él y su familia, además de no poder ser juzgado, y que esos acuerdos fueran refrendados por el Congreso General del Pueblo. A falta de confirmación por parte del régimen se trataría de la primera vez que de la boca de Gadafi sale la palabra dimisión. Este organismo está formado por 2.700 representantes obedientes al dirigente. Ejerce como poder legislativo y supuesto intermediario entre el pueblo y los líderes.
La superioridad en armamento y, sobre todo, el poder aéreo de Gadafi han obligado a los rebeldes a detener su ofensiva sobre Sirte, localidad natal del líder libio. Y ayer los aviones del Ejército de Gadafi continuaron castigando a los rebeldes en el enclave petrolero de Ras Lanuf, donde a duras penas intentan reorganizar sus fuerzas. Es la lucha de un Ejército de mercenarios y leales de Gadafi, armados hasta los dientes y encuadrados en los disciplinados comités revolucionarios, contra unas milicias integradas por voluntarios como Amine, con su carga de ilusiones y desdichas a cuestas.
Sus aviones bombardean el centro petrolero de Ras Lanuf. Los sublevados anuncian que Gadafi les ha ofrecido su dimisión y que la han rechazado.
Amine Boudarraa, de 22 años, tiene buena planta, viste pantalones vaqueros, calza zapatillas deportivas y lleva el pelo engominado. Parece que va a la discoteca. Pero no, va a la guerra. Y no a una guerra cualquiera. Cuando este enviado le pregunta, no oculta su sueño: «Entrar en Bab Asisía —residencia del líder libio— y dormir en la cama de Muamar Gadafi».
Para él, acabar con el dictador es una guerra santa, la «yihad». Es parco en palabras pero se muestra decidido. El 3 de marzo se alistó en el centro de reclutamiento 7 de abril de Bengasi, su ciudad. Hacía menos de dos semanas que la Policía libia había acabado con la vida de su hermano Mohamed, de 26 años, de un disparo durante una de las manifestaciones de protesta contra el régimen.
Este estudiante de inglés en la universidad de Garyunis, en Bengasi, ha recibido apenas unos cuantos días de instrucción. Montar y desmontar armas, disparar, desencasquillarlas y unas pequeñas nociones para avanzar y retroceder en el frente. Listo, ni siquiera uniforme. Así ha llegado a Ras Lanuz, enclave petrolero del este de Libia y última localidad que mantienen en esta parte del país bajo su control los insurgentes.
Unos kilómetros más allá se encuentran los primeros militares de Gadafi, antes de llegar a Bin Yawad. Esa es la línea del frente, donde el domingo murieron ocho rebeldes en la ofensiva del Ejército que les obligó a dar marcha atrás hasta Ras Lanuf. Uno de los ocho cadáveres que llegaron a la morgue era el de Ali Sherif, de 22 años, amigo íntimo de Atia Al Showhedi, de 24 años, el conductor de este periodista. «Es de una familia rica de Bengasi», explica Atia dando a entender que Ali, como muchos libios, no luchaba para reclamarle al régimen más dinero, sino más libertad y menos dictadura.
Y van dos, piensa Atia, que ya enterró a otro amigo el pasado 20 de febrero. También murió de un disparo en las revueltas anti Gadafi en Bengasi. Khalil, de 20 años, era el bajo en la banda de rock «Refuse» (rechazo), en la que Atia toca la guitarra y escribe las letras. Todas en inglés, ninguna en árabe. La última canción que ha compuesto es «Batalla de honor», referida a la emprendida por los jóvenes libios contra más de cuatro décadas de dictadura. «Mi sueño es tomarme un buen Jack Danniel`s el día que echemos a Gadafi», afirma ansioso.
Desdichas cotidianas de esta guerra que ayer estuvo poblada de bombardeos mañana y tarde en el enclave petrolero de Ras Lanuf. Actualmente está en manos rebeldes, pero el enclave es el principal objetivo que quieren recuperar las tropas de Gadafi, que se encuentran casi a las puertas. Las afueras de esta población, de apenas 10.000 habitantes, fueron la diana sobre la que descargaron sus bombas los cazas del Ejército.
Gadafi trata de recuperar el control sobre las industrias petroleras, quizás por eso, piensan muchos, las bombas no caen sobre sus instalaciones, que serían objetivo fácil para los aviones. Pero, a pesar de todo, los ataques siguen siendo indiscriminados.
Pero no solo las balas mueven Libia, también las negociaciones. Ayer, a última hora, la televisión qatarí Al Yazira aseguraba, de boca de los rebeldes, que Gadafi les había ofrecido dimitir bajo una serie de condiciones y que estos la habían rechazado porque no podían permitir su salida «honorable». Al parecer, siempre según los sublevados, el dictador quería garantías de seguridad para él y su familia, además de no poder ser juzgado, y que esos acuerdos fueran refrendados por el Congreso General del Pueblo. A falta de confirmación por parte del régimen se trataría de la primera vez que de la boca de Gadafi sale la palabra dimisión. Este organismo está formado por 2.700 representantes obedientes al dirigente. Ejerce como poder legislativo y supuesto intermediario entre el pueblo y los líderes.