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Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens.
Todo es alambre de púas, advertencias y puestos de control. Y para empeorar las cosas, la base aérea Futenma se encuentra directamente en medio de un área urbana densamente poblada.
Varios ciudadanos japoneses de mediana edad están asediando sedanes y vehículos todoterreno conducidos por personal militar estadounidense que abandonan sus barracones para salir al campo. Mientras los coches esperan en la intersección para sumarse al flujo del tránsito en la carretera principal, hombres y mujeres de edad avanzada cierran sus puños, gritan consignas y agitan sus pancartas. Hay un solo policía japonés que se asegura de que nada vaya mal. Pero todo es ordenado, una rutina.
“¡Cerrad la base!” gritan los manifestantes. “¡Ejército estadounidense fuera de Okinawa!”
Soldados y pilotos militares estadounidenses apartan sus ojos. Y todo es algo embarazoso. No es como si esos artilleros y soldados de primera estadounidenses enfrentaran a físico-culturistas o ases del club de karate local lanzando piedras. Esa gente de edad, sonoros adversarios del Imperio, no podrían dañar a los soldados o a sus vehículos; probablemente ni podrían matar una mosca.
Me acerco a una de las dirigentes de este pequeño grupo de manifestantes. La señora baja su pancarta y escucha mis preguntas, atentamente. ¡Todo es tan japonés! Le entrego mi tarjeta, con ambas manos; ella, con ambas manos, la acepta. Nos saludamos con una inclinación.
“Miyoko-san”, comienzo. “¿Qué es exactamente lo que la molesta respecto a esta base?”
“Es tan ruidosa y tan peligrosa”, responde. “Hay todo tipo de aviones terriblemente traicioneros que vuelan desde Futenma. Nunca nos consultan. No nos informan”.
Conduzco un poco más lejos de Naha, a un alto Edificio Matsuki. Alberga varios clubes nocturnos; probablemente también prostíbulos, que abren de noche. Pero durante el día toda esta estructura está silenciosa y vacía. Y, según estándares japoneses, es muy deslucida. Tomo el ascensor hasta el último piso, subo al techo, y me detengo junto una enorme cámara de seguridad Canon. De repente, tengo la base Futenma frente a mí.
Este sitio parece insano: a nadie le importa realmente lo que hago. No hay guardias, ni prevención de problemas. Simplemente saco mis cámaras fotográficas y de video y comienzo a trabajar.
Todo es tan fácil, tan plácido, que uno casi se siente ‘desilusionado’. No hay drama de seguridad, ni payasadas.
Oigo los motores y miro hacia el cielo. Un Hercules de cuatro motores se vuelve abruptamente hacia la pista, y luego cae literalmente desde el aire, se eleva al último momento, y luego toca el suelo, rueda algunos segundos por la pista, luego vuelve a despegar: una maniobra de ‘toque y despegue’. Lo filmo. Luego filmo otro avión, y luego otro.
Llamo a mi montajista en Tokio.
“Todo parece y se siente extraño”, le digo.
“¿Cómo algún país del tercer mundo?, sugiere.
“Sí”, confirmó. “Pero eso no es todo. Es totalmente fantasmagórico. Con este nuevo gobierno y los apasionados boleros de amor que canta a EE.UU…. Todo esto puede, por supuesto, provocar fácilmente la Tercera Guerra Mundial. Estas bases están realmente aquí, probablemente, para gatillar un conflicto… para provocar a China o Corea del Norte, o a ambos. Pero todo es tan tranquilo y sereno.”
Así es Okinawa”, confirma mi editor.
En su reciente artículo, que apareció en la revista australiana Arena, el destacado historiador australiano y profesor emérito en la Universidad Nacional de Australia, Gavan McCormack, llama a Japón “El Estado Servil” y al Cuerpo de Marines de EE.UU. basado en Okinawa “una fuerza hecha para atacar en lo profundo del territorio enemigo”. Menciona uno de los mayores éxitos de venta en Japón, el libro The Truth of Postwar History [La verdad de la historia de la posguerra] – escrito por Magosaki Ukeru, ex jefe del Buró de Inteligencia y Análisis del Ministerio de Asuntos Exteriores japonés:
…Magosaki y yo también estamos de acuerdo en ver que Okinawa, la isla prefectura frente a la costa de China donde la ocupación estadounidense ha sido ininterrumpida durante sesenta y siete años y donde se concentran tres cuartos de las instalaciones militares de EE.UU. en Japón, es crucial. En ninguna otra parte se puede encontrar una expresión tan concentrada de la relación entre EE.UU. y Japón. Allí, es una inescapable realidad de la vida de cada día el hecho de que el gobierno japonés es determinadamente servil, y que toda la política en Okinawa se basa en la prioridad de los intereses militares de EE.UU. Requerida para servir como el arco sobre el cual se puede basar todo el sistema de seguridad Asia-Pacífico, Okinawa se convirtió en una especie de talón de Aquiles, porque se le niegan los mismísimos valores que se supone deben ser defendidos por la alianza. Su gente se siente amenazada, no protegida, por ella, y la discriminación en su contra (en nombre de la ‘seguridad de Asia del Este’) ha llegado al punto de no seguir siendo tolerable.
Mientras filmar la Base Futenma desde el techo del Edificio Matsuki es de alguna manera tolerado, filmar la Base Kadena, un monstruo que llevó tanto dolor al resto de Asia del Noreste durante la Guerra de Corea, es algo que es considerado absolutamente ordinario, incluso esperado. El área tiene una terraza de observación abierta, que enfrenta la pista, que está completamente equipada, con poderosos binoculares tragamonedas, café, y servicios higiénicos públicos.
Después de haber trabajado en India donde ni siquiera se puede filmar barcos militares atracados abiertamente en la costa de Mumbai, Okinawa parece ser el otro extremo: el poder militar estadounidense en el lugar es convertido en una violenta atracción turística. Atrae grupos enteros de escolares, así como camarógrafos y fotógrafos, tanto aficionados como los que trabajan para diversos medios noticiosos japoneses.
La señora Kato vende café y refrescos en la terraza. Apunto a los impenetrables búnkeres que protegen cazabombarderos estadounidenses de la última generación contra quién sabe quién, y le pregunto qué piensa de todo ese show de horror convertido en entretenimiento. Responde con una sonrisa pragmática: “¡El negocio es bueno! Pero después de todo, por supuesto, como habitante de Okinawa, detesto la base.”
Hay que preguntarse cuál es la parte principal de la frase.
Mientras ella habla, un trueno ensordecedor brota violentamente en algún sitio dentro de la base. A la espera de que algún tremendo monstruo volador esté listo a tomar el vuelo, busco intuitivamente mis cámaras, listo para correr hacia la baranda. Pero la señora Kato domina el rugido con su voz bien entrenada, y me grita: “¡Descanse, nada se mueve! Solo están probando el motor.”
¿Lo hacen todos los días? Lo hacen, como todo el mundo en Okinawa me dice. Los motores de los aviones son probados casi todos los días, a veces hasta las diez de la noche, hasta que los tímpanos de la gente están a punto de reventar.
Conduciendo por Okinawa, hay que estar preparado para imágenes verdaderamente kafkianas. Hay interminables perímetros que consisten de alambrada de púas y pilares de hormigón. Hay líneas divisorias por todas partes. No es sorprendente, ya que las bases de EE.UU. cubren cerca de un 18% del territorio de la isla principal.
Hay literalmente cientos de portones protegidos que separan el mundo civil del universo de las zonas militarizadas. Hay campos de juego solo para niños estadounidenses, directamente tras las alambradas, hay pequeñas arcadas con Baskin Robins y Subway’s, como si esos negocios de comida chatarra no pudieran ser encontrados en territorio japonés.
Hay autobuses públicos japoneses convertidos en vehículos hechos para llevar a niños estadounidenses hacia y desde sus escuelas. Hay parques de bomberos japoneses, así como estadounidenses construidos en territorio japonés, con camiones estadounidenses y teléfonos de emergencia estadounidenses.
Y hay “aldeas estadounidenses” – deprimentes parques temáticos con el peor nivel de arquitectura y aún más Red Lobster’s, KFC’s, bares desaseados, y algunas de las tiendas de recuerdos de peor gusto del mundo. En realidad no son para soldados estadounidenses, sino para turistas japoneses que tratan de echar una mirada a enormes soldados estadounidenses de carne y hueso.
Bajo la influencia de las fuerzas de ocupación, Okinawa tiene la peor comida de Japón – un país famoso por tener la gastronomía más fina del mundo.
Aparte de una línea de monorraíl, Okinawa no cuenta con un sistema de transporte público, otra anomalía en un país que tiene una de las más intensivas y eficientes redes de trenes del mundo. Dentro y fuera de Naha, todo se mueve por carreteras, y sobre todo por vehículos privados. Como resultado, las calles en las ciudades están frecuentemente congestionadas, y toda la Isla Principal tiene un ambiente de suburbio étnico asiático en algún sitio en EE.UU.
Innumerables anuncios de agentes inmobiliarios seducen a los que están dispuestos a hacer negocios con el diablo: “Si queréis comprar o vender tierras para propósitos militares, por favor hacednos saber”.
Lamentablemente, todo este mal gusto y militarismo se encuentra en medio de lo que otrora fue el gran Reino Ryukyu, conocido por su gloriosa historia de quinientos años, desde el Siglo XII al XVII. La UNESCO eligió varias ruinas de los castillos y emplazamientos como patrimonios de la humanidad. Okinawa era famosa en toda Asia por su avanzada estructura social, por su estructura económica y su cultura.
David McNeill, profesor en la Universidad Sophia en Tokio y coordinador del Asia-Pacific Journal, explicó para este informe:
“Como muchos sitios que han llegado de depender de dádivas externas, Okinawa puede parecer esquizofrénica. Los sondeos muestran consistentemente que la mayoría de la gente en la isla se opone a la presencia de bases estadounidenses, pero miles de personas, incluidos trabajadores civiles de las bases, propietarios de bares y negocios, dependen de las bases para una parte o la mayor parte de sus ingresos. La cultura popular de EE.UU. se ha infiltrado durante los últimos más de 60 años dando a la isla una apariencia, una sensación e incluso una dieta más cercana a EE.UU. contemporáneo que el territorio central de Japón.”
Como la suerte de Okinawa y de sus habitantes parece estar estrechamente vinculada a las relaciones entre EE.UU. y Japón, pregunté a la Sra. Satoko Norimatsu, Coordinadora de Japan Focus y Directora del Centro de Filosofía de la Paz, ¿qué cambios pueden esperarse en la política exterior de Japón, particularmente en sus relaciones con EE.UU., ya que ahora se espera que Japón ‘se acercará aún más a EE.UU.’?
“No habrá mucho cambio ya que los previos gobiernos del DPJ (Partido Democrático de Japón) bajo Kan y Noda ya habían hecho concesiones a la agenda original del DPJ y el partido y el gobierno no parecen diferentes de los gobiernos dirigidos por el LDP (Partido Liberal Democrático). Los que intentaron iniciar el cambio, es decir Hatoyama y Ozawa, perdieron el poder y se retiraron”.
Luego, la Sra. Satoko Norimatsu resumió:
“El nuevo gobierno del LDP será tan favorable a EE.UU. y servil ante EEU como el último gobierno del DPJ, si no más. Un cambio significativo será su serio intento de cambiar la constitución pacifista de Japón de la posguerra, sea nominalmente o virtualmente para que Japón pueda ejercer su “derecho a la autodefensa colectiva”, es decir emprender guerras agresivas junto a EE.UU. Fue el intento inconcluso de Abe y su objetivo durante mucho tiempo en su período previo en 2006/2007.”
En la historia moderna, los isleños de Okinawa tuvieron que sufrir inmensamente.
En 1945, un cuarto de la población civil murió durante la Batalla de Okinawa. 200.000 toneladas de bombas, según la NHK [Corporación Radiodifusora de Japón], fueron lanzadas sobre la isla por el ejército de EE.UU., en una muestra de total desprecio por las vidas de la gente del lugar.
Entonces este sorprendente archipiélago formado por cientos de Islas Ryukyu, cayó bajo la ocupación estadounidense. Durante los 27 años de reino colonial, llamado ‘Gobernación de las Islas Ryukyu’, la Fuerza Aérea de EE.UU. estableció numerosas bases militares en todo el archipiélago. De ahí, utilizando sobre todo la Base Kadena, durante la Guerra de Corea, Súper Fortalezas B-29 cumplieron misiones de bombardeo, destruyendo gran parte de Corea y de China.
Miles de mujeres de Okinawa fueron brutalmente violadas por militares de EE.UU. después de la Batalla de Okinawa, y la violencia sexual continúa hasta nuestros días.
En 1972, las islas fueron devueltas a Japón bajo el Tratado de Cooperación Mutua y Seguridad, pero las Fuerzas de EE.UU. en Japón (USFJ) han mantenido una gran presencia militar.
Según John Chan, desde 1960 Japón ha estado cumpliendo un acuerdo que “permite que EE.UU. lleve secretamente armas nucleares a puertos japoneses, y hay especulación de que algunas armas nucleares pueden estar ubicadas en Okinawa. Se han mantenido en Okinawa armas tácticas y estratégicas.”
El Museo de Arte Sakima se encuentra directamente sobre el perímetro de la Base Futenma. Incluso puede ser visto desde su techo.
El Museo contiene algunas de las pinturas con más carga política que se encuentran en el archipiélago, sobre todo unas 50 obras del matrimonio Iri y Toshi Maruki que tienen ahora más de 90 años. En las paredes cuelga su famosa “Batalla de Okinawa”.
Aquí, a través del arte, se revela la tragedia del pasado en toda su brutalidad y fuerza. Se ve cuerpos flotando en la superficie del océano, hay caras aterrorizadas de mujeres, y suicidios en masa.
Kiyoko Sakima, Directora del Museo de Arte Sakima, podrá sonar frecuentemente amargada, pero también es muy activa, llena de determinación de resistencia y de lucha contra la injusticia:
“Libramos una batalla legal para hacer que la base nos devolviera este lugar y ganamos, pero hace solo 3 años, 800 granjas y casas fueron arrebatadas a la gente del lugar; por la fuerza. No hubo compensación, algo semejante a lo que sucede en Palestina, hasta ahora. Algunas personas fueron obligadas a partir hacia Brasil, porque perdieron todo lo que tenían.”
La Sra. Sakima sigue diciendo: “Nos ven como la ‘Isla del Mal’; en toda Asia, porque todo lo que es peligroso y vuela parte de aquí. En Okinawa, vive solo 1% de la población de Japón, pero tenemos un 75% de las bases militares de EE.UU. en nuestro territorio”.
Recuerdo las palabras de un veterano profesor de Beijing, quien educó a cientos de miembros del cuerpo diplomático chino. Me explicó hace varios años:
“Si China fuera atacada por EE.UU. desde sus bases en territorio japonés, China no respondería con un ataque contra EE.UU., tomaría represalias contra Japón, ya que el ataque provendría desde su suelo”.
No sería una perspectiva muy atractiva para Okinawa.
La Sra. Satoko Norimatsu y otros destacados expertos en Japón creen que el nuevo gobierno japonés tratará ahora de “maximizar la percepción de miedo a China, maximizando también los beneficios del complejo militar-industrial”. La ‘cooperación’ militar entre EE.UU. y Japón se acelerará, incluyendo las así llamadas ‘co-bases’.
¡De nuevo malas noticias para Okinawa! En discursos pre-electorales, políticos locales hicieron promesas de reducir algunas actividades militares, y trasferir las bases, o por lo menos una parte de sus operaciones, a Guam, un ‘territorio no incorporado de EE.UU.’, ubicado en el Océano Pacífico occidental, que es básicamente su colonia.
Pero la Sra. Sakima tampoco piensa que eso sería justo: “Esas bases deben ser cerradas, no trasferidas a otro sitio. Pobre Guam: Japón solía ocuparlo, ahora lo hace EE.UU. ¿Por qué debería heredar aquello de lo que nos libramos nosotros?”
Uno de los planes que impulsan tanto EE.UU. como Japón para el eventual cierre de la Base Futenma es la apertura de una nueva, y enorme – Henoko.
Gavan McCormack argumenta en su Servile State Japan: “El área designada es clasificada por Okinawa como una que requiere el mayor nivel de protección debido a su entorno marino y forestal único y precioso, y la idea de que una gran base militar podría ser impuesta en el lugar era inherentemente tan imposible como si alguien hubiera sugerido lo mismo para el Gran Cañón de EE.UU. o Kakadu en Australia”.
“Los habitantes de Okinawa están unidos, de izquierda a derecha, en la oposición a la construcción de una nueva base en Henoko, y los cuatro recién elegidos miembros del LDP de Okinawa en la Cámara Baja también aclararon ese punto después de las últimas elecciones”, dijo la Sra. Norimatsu. “El clima político en Okinawa sigue siendo el mismo: resistencia contra la construcción de la base Henoko, cierre de la base aérea Futenma, así como del despliegue de los aviones Osprey”.
Incluso si gana, se ha dejado en claro a la gente de Okinawa que si se cierra algunas de las bases, los gobiernos de Japón y EE.UU. no pagarán absolutamente nada en compensaciones; la gente del lugar tendrá que basarse en sus propios recursos.
Es paradójico, pero el nuevo gobierno ‘nacionalista’ de Japón es en realidad pro estadounidense, tanto como es anti chino. ¿Es una contradicción en términos? Indudablemente, pero en Japón, todo vale – a nadie parece preocuparle la política exterior.
Puede ser un tremendo error. Japón apuesta a la fuerza más peligrosa, agresiva y desestabilizadora del mundo. Alberga el ejército y la fuerza aérea del país que es visto, en todo el mundo, como la principal amenaza.
Mientras mi avión está listo a partir hacia Nagoya, observo jets militares japoneses listos para despegar, y aterrizar, por todo el cielo. La fuerza aérea de EE.UU. utiliza Futenma y Kadena, la fuerza aérea de Japón usa el Aeropuerto Internacional Naha.
Por cierto, Japón no tiene su propio ejército o fuerza aérea. Esos más recientemente y totalmente armados jets no son nada, solo una ilusión. Y EE.UU. no tiene ningún plan imperialista en esta parte del mundo.
Sigamos pretendiendo. ¡Hasta que sea demasiado tarde!
Andre Vltchek (
http://andrevltchek.weebly.com/ ) novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. Su libro sobre el imperialismo occidental en el Sur del Pacífico se titula Oceania y está a la venta en
http://www.amazon.com/Oceania-André-Vltchek/dp/1409298035 . Su provocador libro sobre la Indonesia post Suharto y su modelo fundamentalista de mercado se titula Indonesia: The Archipelago of Fear ,
http://www.plutobooks.com/display.asp?K=9780745331997 . Recientemente produjo y dirigió el documental de 160 minutos Rwandan Gambit sobre el régimen pro occidental de Paul Kagame y su saqueo de la República Democrática del Congo, y One Flew Over Dadaab sobre el mayor campo de refugiados del mundo. Después de vivir muchos años en Latinoamérica y Oceanía, Vltchek vive y trabaja actualmente en el Este de Asia y África.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=162348