El hombre con turbante negro y barba blanca que ven en esta fotografía es Burhanuddin Rabbani, uno de los responsables de la destrucción de Kabul a principio de los años noventa, cuando era presidente del Gobierno afgano y líder del partido Jamiat-e-Islami. Con la excusa de que sus fuerzas representaban las tropas legítimas del Gobierno y que luchaban contra facciones que intentaban arrebatarle el poder,bombardeó la capital afgana de forma indiscriminada, sin importarle para nada la población civil. Algo que prohíbe la ley humanitaria internacional.
Rabbani ha sido hasta ahora diputado en el Parlamento afgano con total impunidad. En las elecciones legislativas del pasado 18 de septiembre, sin embargo, no se presentó a la reelección. Este domingo se ha sabido por qué. El presidente afgano, Hamid Karzai, tenía reservado para él un cargo incluso mejor, que le dará aún mayor protagonismo.Será el presidente del Consejo Superior de la Paz, que en teoría tiene que liderar la negociación con los talibán. No es el único señor de la guerra, sin embargo, a quien se le ha encomendado conseguir la paz en Afganistán.
Karzai hizo pública el 28 de septiembre la lista de personas que conformarán dicho consejo de la paz. La lista la encabezan Sabghatullah Muijadedi, Said Ahmad Gailani, Mohammad Asef Muhseni, Abdul Rasoul Sayaf y Muhammad Muhaqiq. Todos ellos, importantes líderes militares, cuyos nombres figuran en algunos casos en informes de Human Rights Watch y Amnistía Internacional por supuestos crímenes de guerra.
La lista la completan otros tantos cabecillas regionales (por ejemplo, Ismail Khan), representantes de Hezb-e-Islami -partido del considerado terrorista Gulbudin Hekmatyar-, antiguos talibán, y un buen número de acólitos a Karzai, además de ocho mujeres de un total de 70 representantes. Para que no se diga que ellas no participan. En el consejo de la paz no hay ni un representante de la sociedad civil, ni de partidos políticos moderados, y aún menos de organizaciones humanitarias que, a menudo, por su neutralidad, son las que más fácil acceso tienen a la insurgencia. A pesar de ello, la comunidad internacional –es decir, la ONU y los países con tropas destacadas en Afganistán, entre ellos España- no ha dicho ni una palabra al respecto.
Quienes sí que han hablado han sido las asociaciones sociales, de derechos humanos y de mujeres de Afganistán, que han denunciado a través de un comunicado que esto es un auténtico contrasentido: los que tienen que encontrar una salida al conflicto en Afganistán “tienen más experiencia en hacer la guerra que la paz”.
“La sociedad civil afgana subraya la necesidad de que los integrantes del Consejo Superior de la Paz acusados de violar los derechos humanos o de haber cometido crímenes de guerra sean sustituidos por expertos en la resolución de conflictos, mediación y reconciliación”, solicitan las organizaciones sociales en su escrito, en el que también reivindican que su voz sea tenida en cuenta en las negociaciones.
Durante los últimos días importantes medios de comunicación de Estados Unidos -el diario The Washington Post y la cadena CNN-, y tras ellos, los del resto del mundo, se han hecho eco del inicio de supuestas negociaciones formales entre el Gobierno afgano y los talibán, como si el proceso de paz realmente fuera viento en popa. Incluso en un ramalazo de optimismo, el representante especial del secretario general de la ONU para Afganistán, Staffan de Mistura, declaró días atrás en Nueva York –según publicó el diario digital Huffington Post- que para julio del año que viene, la fecha marcada por Obama para el inicio de la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, el proceso de reconciliación ya habrá acabado, y será posible un acuerdo de paz.
Por los actores que participan en dicho proceso, esto va a ser pan para hoy y hambre para mañana. Para entonces, sin embargo, posiblemente buena parte de los países con efectivos militares en Afganistán estarán preparando sus petates para marchar y el problema, en todo caso, será de la población afgana.
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