América latina modifica sus hipótesis de conflicto y busca defender los recursos naturales. El rol de Brasil en la vigilancia de la Amazonia. Cuál es su estrategia global.
La segunda década de nuestro siglo no sólo muestra cambios importantes en las relaciones de poder entre las principales naciones, también se modificó la naturaleza de los temas que son vistos como riesgos o amenazas.
El Cono Sur estuvo durante gran parte del siglo XX sometido a las desconfianzas entre los Estados que lo formaban. Probablemente, para varios de ellos las principales hipótesis de conflicto de sus fuerzas armadas eran sus vecinos. Hace treinta años, Chile, Argentina y Brasil se desconfiaban y temían. Es bien conocida la decisión de argentinos y brasileños de no construir puentes o carreteras que los vinculasen. La lógica, recordará usted lector, era tan sencilla como inquietante: todo vínculo terrestre puede servir para la invasión del otro.
Esa era también la época de las dictaduras interrumpidas por las breves primaveras democráticas. Cuando se instaló la democracia y para no desmentir la historia de que ellas no hacen guerras entre sí, el Cono Sur se encaminó hacia la distensión, la cooperación y en varios casos la puesta en marcha de procesos de integración.
Probablemente, la imagen más fuerte de esa transición la dieron los ex presidentes de Brasil y Argentina Sarney y Alfonsín, cuando primero en Argentina y luego en Brasil visitaron las plantas de enriquecimiento de uranio que ambos países habían desarrollado. Fue el fin de la sospecha y el comienzo de una nueva era. Hoy convivimos con ella, con la paz del sur, como si ese fuera el estado natural de la cosas. Tanto mejor que las jóvenes generaciones sientan así y que no vivan la paz como un hecho excepcional.
Sin embargo, no deberíamos creer que porque estamos en paz entre nosotros, y no tengo duda que lo seguiremos estando, la paz está asegurada. Como le decía al inicio, las cuestiones que pueden devenir amenazas han cambiado.
Nuestros ríos, praderas y minerales en un mundo que este mes llegó a los 7.000 millones de habitantes, pueden ser algo más que una bendición de la naturaleza, también pueden convertirse en objetivo económico y militar para quienes desde fuera de nuestra región los ven como factores indispensables para su subsistencia. Si los que miran así nuestras aguas, tierras y minerales, además tienen poder, podemos llegar a estar en problemas.
De estas cuestiones nos ocupamos hace varios meses. La razón para volver a traerlas a nuestra mesa son las declaraciones de Celso Amorín, canciller del presidente Lula y actualmente ministro de Defensa brasileño, las que prefiero reproducir lo más ampliamente posible, porque creo que son muy importantes: “Nuestra estrecha cooperación con la Argentina es esencial para toda América del Sur. Ninguno de nuestros vecinos constituye una amenaza. Pero la defensa no precisa enemigos preestablecidos.”
Comentario: fíjese que aquí Amorín introduce un idea central, que me parece da un nuevo sentido a la idea estricta de defensa. El dice: no nos defendemos de países, nos defendemos por cuestiones. El adversario no tiene rostro, tiene intereses. Vea cómo sigue.
“La complejidad de la vigilancia de la Amazonia exige tecnologías avanzadas… Poseemos una importante producción de alimentos, de reservas de agua y de energía, que están entre las más importantes del mundo. Debemos estar listos para defenderlas en caso de conflicto entre potencias que carecerían de estos recursos. También hay grupos criminales, narcotraficantes y otros actores. La policía no alcanza para proteger nuestros 17 mil kilómetros de frontera y nuestra plataforma submarina rica en petróleo.”
Esta columna se ha ocupado reiteradamente de las cuestiones que señala Amorín cuando expresa sus preocupaciones sobre una OTAN que crecientemente puede intervenir por casi cualquier motivo en cualquier zona del mundo, luego de las reformas que se introdujeron en su carta en abril de 1999 y, sobre todo, luego de las prácticas de las que hemos sido testigos en estos últimos años. “Ayer fue Libia, mañana podría ser Africa Occidental y, ahí, la OTAN se acerca a Brasil. Y en verdad, eso comienza a molestarnos.”
La intervención del ministro de Defensa avanza en una cuestión que siempre ha sido complicado distinguir: cuándo un Estado se arma para defender, cuándo para atacar. Su visión se enmarca en lo que se ha dado en llamar la estrategia de defensa activa. Esto significa tener instalada una importante capacidad de disuasión, no dispuesta para actuar contra otro Estado, sino para defender habitantes, territorios y recursos.
Quiero insistir en la diferencia que existe cuando un Estado dice que debemos defendernos de la posibilidad de ataque del país X, de cuando sostienen tenemos que defender nuestros recursos si cualquiera sea el país, éstos son amenazados. Creo que la diferencia es mayor y que también abre el campo para una discusión compleja y difícil. La pregunta, dicha de manera descarnada, es: ¿puede el incremento de la capacidad militar de un Estado, en el marco de estas ideas, ayudar a la paz?
Como usted podrá imaginar, esta no es una cuestión para discutir lo que debería o no debería hacer un país, sino que debería ser un tema importante de nuestra discusión política en América del Sur. ¿Podemos disminuir los peligros de las incertidumbres mundiales con la aplicación de la defensa activa?
No debería saltar sobre el debate y la argumentación, pero tampoco debería lavarme las manos. Con su comprensión lector por no acompañar mi respuesta con el argumento que la sostiene, la contestación a esa pregunta, para mí, es sí. Estas no son decisiones abstractas ni debates teóricos. Hay consecuencias concretas cuando se toma uno de los caminos.
Siguiendo con el caso de Brasil, un resultado de esta opción es la construcción, luego de los acuerdos que se han celebrado en Francia, de cinco submarinos a propulsión nuclear, con transferencia de tecnología. También la compra a Francia de cincuenta helicópteros de transporte y la difícil negociación para optar por la alternativa norteamericana, francesa o sueca para la provisión de 36 aviones de combate de última generación.
Una nación son sus habitantes, su territorio con los recursos que posee y la idea compartida de un destino común. Si falta una de las patas, el trípode se cae. Deberíamos discutir, nada menos, que esa cuestión.