Guennadi Ziugánov, Pravda, 1 de septiembre 2011
Traducido del ruso por Josafat S. Comín
Según informan los medios, las fuerzas que persiguen el derrocamiento del gobierno de Libia, han ocupado la capital, Trípoli y otra serie de ciudades. Por todas partes se están cometiendo asesinatos en masa y actos de pillaje. Ha sido incluso saqueado el excepcional museo nacional en Trípoli. Todo esto habla por si solo de la clase de gente que participa en la lucha contra el gobierno legítimo.
Es bien conocido, que los “opositores” alzados supuestamente contra la “tiranía” de Gadafi, están recibiendo armas del exterior. Pero aún así, no hubieran podido enfrentar a las tropas del gobierno libio, de no ser por el apoyo masivo de la aviación de choque de la OTAN, que ha estado destruyendo puestos de mando, almacenes de munición y armamento, líneas de comunicación. Los “insurgentes” solo aparecen, después de que el torbellino de fuego de la OTAN haya arrasado todo a su paso. Se trata sin duda de una intervención militar, solo que cuidadosamente oculta tras el transparente biombo de las “fuerzas rebeldes”. En Libia se está perfeccionando la nueva táctica de derrocamiento de gobiernos indeseables para Occidente, con amplia utilización de ejércitos privados y mercenarios en calidad de tropas auxiliares de la OTAN.
Toda esta bacanal se lleva a cabo bajo la cobertura de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU y la aplicación de la “zona de exclusión aérea”, cuyo supuesto objetivo era proteger a la población civil de Libia de los bombardeos. En la práctica la aviación de la OTAN ha lanzado sus ataques de misiles y bombas, no solo contra posiciones del ejército libio, también contra posiciones civiles en las ciudades. Como resultado han muerto miles de civiles, incluyendo ancianos y niños. Hechos como estos en el derecho internacional reciben el calificativo de crimen contra la humanidad. Pero en el idioma jesuítico de la OTAN, las vidas destruidas, reciben el nombre de “daños colaterales”.
Libia es la nueva víctima de la intervención global de la OTAN, que se hizo posible tras la destrucción de la Unión Soviética. Precisamente entonces, con la desaparición de una fuerza capaz de hacer frente al aventurerismo de la oligarquía mundial, fue que a nuestros actuales “socios” les apareció el sentimiento de impunidad.
Empezaron imponiéndole desde el exterior una guerra civil a Yugoslavia, que concluyó tras 78 días de bombardeos sobre indefensas ciudades y pueblos. Luego los EE. UU. y sus aliados invadieron Irak, enredando a ese país en una alambre de espino. Luego le siguió Afganistán, convertida al amparo de las tropas de ocupación, en guarida para la producción de droga. Entre medio, las agencias de inteligencia de la Alianza ponían en marcha revoluciones “naranja” en Georgia, Ucrania y Moldavia. Llevan años intentando derrocar al presidente de Bielorrusia, A Lukashenko. Siria es la siguiente en la cola, sometida ya a ataques de insurgentes armados desde el exterior. Asistimos a una guerra informativa contra el gobierno sirio. Prueba elocuente de los preparativos para la intervención de la OTAN.
Hoy el mundo se enfrenta de nuevo al colonialismo, en su variante más repugnante y cínica, igual que fuera hace dos siglos. Las antiguas potencias coloniales, -EE. UU., Reino unido y Francia- de nuevo se arrogan el derecho de decidir el destino de cualquier estado soberano. En el curso de esta operación “humanitaria” se han pisoteado la carta de la ONU y las normas del derecho internacional. Como consecuencia, Libia se ha visto sumergida en el caos, y los acontecimientos podrían acabar desarrollándose siguiendo el escenario somalí: la división del país en infinidad de tribus y clanes que combaten entre sí.
Rusia también es responsable de la tragedia en Libia, desde que el gobierno dio luz verde a la resolución anti-Libia de la ONU, al no utilizar su derecho de veto y sumarse así a las sanciones contra Libia. Esto ha supuesto, no solo que hayamos perdido 20 mil millones de dólares de potenciales beneficios de la cooperación económica y comercial con este riquísimo país africano, también hemos perdido a uno de escasos estados amigos, que teníamos en una región tan importante estratégicamente como es el Mediterráneo.
Si no detenemos este desenfreno del neocolonialismo, Rusia con sus inabarcables territorios y sus colosales reservas de materias primas, se convertirá en uno de los futuros objetivos de la exportación atlantista de la “democracia”. Debilitada por veinte años de consciente desindustrialización y abotargamiento, con un ejército destruido y desmoralizado, nuestro país inevitablemente se convertirá en un objetivo para intervenir.
El PCFR condena la piratería colonial de la oligarquía mundial y exhorta al gobierno de la Federación de Rusia a tomar conciencia de las peligrosísimas consecuencias que acarrea la connivencia con el agresor.
Solo un gobierno fuerte, patriótico, que haga renacer la industria, la agricultura, la educación, la ciencia y la cultura, y que devuelva nuestro pasado potencial a nuestras Fuerzas Armadas, podrá salvar a Rusia de la repetición del escenario libio y las revoluciones de “colores”.
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