/ GUILLEM VALLE
Derrotar a Muamar el Gadafi fue mucho más complicado de lo que se había previsto. Pero lo más difícil viene ahora, con la muerte de la única persona que mantenía unida contra una causa común a gente tan dispar como los rebeldes de Bengasi, los bereberes de las montañas de Nafusa, los islamistas, los intelectuales del exilio, los milicianos de Misrata... Entre los seis millones de libios hay miles de personas que en seguida han aprendido a expresarse sin miedo después de 42 años de dictadura. Y prueba de esto son las decenas de manifestaciones que cada semana se celebran en Trípoli. Pero hay también miles de personas que nunca han ejercido su derecho al voto, nunca han aceptado la derrota frente a un rival en unas urnas y nunca han formado un Gobierno de coalición. Tienen armas, han aprendido a usarlas y no querrán deshacerse de ellas fácilmente.
Los dos meses que han empleado los rebeldes en acabar con la resistencia de Sirte y Bani Walid han servido para dejar al descubierto todas las divisiones internas. La población de Misrata siente que sin ellos el país aún se encontraría bajo la bota de Gadafi. Fueron ellos quienes combatieron en su ciudad durante dos meses contra 18.000 soldados gadafistas. Cientos de personas murieron en Misrata y sus vecinos exigen una cuota generosa en el reparto de poder. “A los de Bengasi los liberó la OTAN, pero nosotros lo hicimos solos. Y ahora, somos los que más tanques tenemos”, indicó a este periódico un político nacido en Misrata. Y en Trípoli, muchos ciudadanos sienten como una afrenta la presencia apabullante de milicianos de Misrata.
Una vez que el Consejo Nacional de Transición declare la liberación oficial del país, algo inminente, se deberá formar un Gobierno provisional en el plazo de 30 días. Tampoco será fácil. De hecho, hasta ahora ha sido imposible pactar un Ejecutivo de transición. Durante varias semanas circularon listas de ministrables. Hubo varias ocasiones en que parecía que el presidente, Mustafá Abdel Yalil, iba a anunciar la composición de ese Gobierno. Pero nunca cuajaba. Mientras tanto, algún dirigente islamista pedía en Al Yazira la dimisión del primer ministro interino, Mahmud Yibril. Y Yibril, quien goza del apoyo de las potencias occidentales, pero entre sus compatriotas se le acusa de haber pasado demasiado tiempo en el exilio, anunció que dimitiría una vez que Libia fuese liberada por completo. Mientras seguían muriendo personas en el frente, el Consejo se enredaba en sus divisiones.
Ahora, además de superar esas desavenencias, los vencedores de la guerra tendrán que aprender a respetar a quienes, con todo el derecho del mundo, sigan expresándose a favor de Gadafi. Hasta ahora, la victoria ha ido acompañada de represalias y venganzas. El pueblo de Tahuerga, a media hora en coche de Misrata, es un ejemplo claro de eso. La mayoría de sus 30.000 habitantes eran negros descendientes de esclavos. La mayoría, también, eran partidarios de Gadafi. Muchos trabajaban en Misrata, conocían a sus vecinos. Pero en Misrata aseguran que los de Tahuerga violaron a las mujeres de Misrata. Ahora, en Tahuerga solo se ven casas quemadas y saqueadas. Sus habitantes tuvieron que huir de la noche a la mañana y no se les permite el regreso. Necesitan la firma de tres habitantes de Misrata para volver. Pero no solo no las consiguen, sino que allá adonde van solo encuentran la protección de las ONG. Amnistía Internacional denunció que desde agosto se han encarcelado a 2.500 personas en Trípoli y Al Zawiya sin ninguna orden judicial.
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