Fotografía de archivo de una vista general de la plaza Tahrir (Efe).
@Ismael Monzón. El Cairo 25/01/2012 (06:00h)
Una veintena de personas rodea al padre de Mohamed Hassan. “La policía mató a mi hijo hace un año. Le dispararon, murió en un segundo. Tengo un nudo en la garganta desde entonces”, explica desconsolado. Mientras continúa la narración se echa las manos a la cabeza y arranca a llorar. En ese momento, el grupo comienza a gritar: “Mubarak, ilegítimo”. Frente a ellos y separados por más policías que manifestantes, un grupo más numeroso defiende al que fuera presidente egipcio durante las tres últimas décadas. Pese a la nostalgia de estos últimos, no hay vuelta atrás. El rais escucha las alegaciones de su defensa tendido en una camilla al otro lado de los muros de la Academia de Policía, donde se dan cita los pocos que todavía cuestionan la caída del dictador.
En el lado de los detractores de Mubarak, una mujer cubierta con velo integral se suma a las protestas. El niqab deja ver un parche en su ojo derecho. “Esto me lo hicieron los hombres de Mubarak, pero meses después de la revolución. Perdí el ojo en noviembre, por culpa de los disparos de los militares. Los mismos militares que acompañaban a Mubarak en el Gobierno”, asegura la mujer. La Fiscalía egipcia pide la pena de muerte para el expresidente, al que acusa de haber ordenado la matanza de más de 800 civiles durante los 18 días que duraron las protestas. Entonces fue la policía quien intentó reprimir a los manifestantes. Los militares, que entraron en la plaza Tahrir victoriosos para sumarse al clamor popular, han acabado con la vida de cerca de otro centenar de personas desde entonces.
La Junta Militar, encabezada por el mariscal Hussein Tantaui, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa con Mubarak durante los últimos veinte años, gestiona la transición egipcia con mano de hierro. Durante el último año más de 12.000 civiles han sido juzgados por cortes militares, una cifra seis veces superior a la que se produjo durante las tres décadas que duró el antiguo régimen. Una medida legitimada por la Ley de Emergencia, que permanecía en vigor desde el mismo día en que llegó Mubarak al poder y que los militares decidieron derogar ayer mismo, salvo en “casos de vandalismo”. Dos días antes, el Ejército había decidido liberar a casi 2.000 de estos presos juzgados en cortes marciales, entre ellos un conocido bloguero que había sido condenado a dos años de prisión por criticar al Ejército en Facebook y que ha permanecido en huelga de hambre durante meses. La violencia con que han actuado los militares en las últimas protestas han erosionado la imagen de una institución que ha gozado tradicionalmente de un gran prestigio en el país.
“Mentirosos”
Una tela blanca en una pared desconchada refleja alguna de estas escenas que nunca han sido emitidas en la televisión oficial. Una iniciativa de un grupo de jóvenes revolucionarios denominada “Mentirosos” pretende llevar a los barrios más humildes estas imágenes que generalmente se difunden por Internet. Los vecinos de Mohamed Gamal, otro de los ‘mártires’ de la revolución observan una de las últimas representaciones. “Mohamed era mi vecino, lo conocía, era un buen chico, pero yo no sé lo que pasó. Creo que esto es un montaje”, asegura Amr Hussein. “Por supuesto que el Ejército debe seguir en el poder”, añade.
“Hay mucha gente pobre en Egipto, mucha gente que no sabe leer ni escribir y que no tiene acceso a Internet”, explica Noah Abdala, una diseñadora de interiores que está siguiendo la campaña barrio por barrio. “Después de lo que estamos viendo, ¿qué vamos a conmemorar, la sangre de nuestros hijos? El día 25 de enero no es un día para celebrar nada, es un día para continuar con la revolución”, añade su amiga Imam Halil. El Ejército ha decretado, sin embargo, el 25 de enero como fiesta nacional. Mientras, varias decenas de movimientos revolucionarios han animado a salir a las calles reclamando que los militares entreguen el poder a una autoridad civil cuanto antes.
La revolución continúa
Razza Alaa es una de esas jóvenes que defiende esa postura. “Una de las demandas de aquellas protestas era la libertad. Sin justicia no puede haber libertad y no es justo que el Ejército haya detenido a tanta gente de forma arbitraria”, reflexiona. Tiene 22 años y estudia la carrera de Comunicación en la Universidad de El Cairo. Fue una de esas muchas mujeres que se sumaron a las protestas hace un año y ahora este discurso no le hace caer en el desánimo. “La situación de la mujer sigue siendo igual de mala. La diferencia es que nos reprimía Mubarak y ahora la Junta Militar. La revolución debe continuar”, zanja.
La joven lleva el pelo descubierto y representa a esa élite de jóvenes liberales que se pusieron a la cabeza de la revolución. Al igual que su amigo Ahmed Fathy, técnico informático en una empresa de telecomunicaciones. “Queda mucho por hacer, pero no se puede decir que no haya cambiado nada. Yo nací con Mubarak en el poder y nunca pensé que fuera a caer así”, explica el muchacho de 24 años. “Los Hermanos Musulmanes y los salafistas llaman a celebrar la revolución, porque ellos han obtenido lo que querían. Tenemos una oportunidad de libertad y democracia que no podemos perder”, justifica.
Quienes esperan al cambio
Aunque el poder Ejecutivo siga en manos de un Gobierno títere supervisado por el Ejército, la composición del Parlamento ha dado un vuelco radical. Los partidos islamistas ocupan ya más del 70% de la nueva Cámara, tras el triunfo arrollador de los Hermanos Musulmanes y la exigua representación de los antiguos miembros del partido de Mubarak. Queda todo por hacer, ya que aún no están claras las funciones que tendrá el Parlamento, ya que en menos de seis meses Egipto debe redactar una nueva Constitución y elegir un nuevo presidente. La nueva fuerza hegemónica decide mantener compás de espera hasta que se complete la transición, aunque sabe que durante este tiempo tendrá que negociar con los militares la forma en que éstos abandonan el poder. Ni el Ejército está dispuesto a perder privilegios ni los Hermanos Musulmanes quieren que se inmiscuyan en materia legislativa. Pero a nadie se le escapa que tanto la nueva Carta Magna como la elección del próximo presidente deberá contar con el beneplácito de ambos actores.
Los islamistas son el futuro que han elegido los egipcios, mientras los militares siguen siendo los mismos que en el régimen pasado. La prudencia de los primeros ha provocado que hasta ahora sólo hayan actuado los segundos. Un año después de la revolución, será en los próximos meses cuando deban materializarse los cambios. Los jóvenes y los ‘mártires’ de la revolución exigen una transformación tangible, sin reparar en que ya sólo unas decenas de nostálgicos se acuerdan del dictador caído. Otra cosa es que esos cambios que vendrán sean del gusto de todos.
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