¿Qué quedó de la revuelta popular de la Plaza Tahrir de El Cairo? Al cumplirse un año de la renuncia de Hosni Mubarak como presidente, regresamos a la capital egipcia.
BBC Mundo
"Manifestación en El Cairo"
Han pasado más de cuatro años desde que dejé la corresponsalía de BBC Mundo en Medio Oriente, con sede en El Cairo. Pero regreso frecuentemente a ver a amigos, familiares, y preguntar por la salud del país. Y aunque lejos geográficamente, seguí muy de cerca la revolución del 25 de enero.
Durante aquellos 18 días febriles de la Plaza Tahrir no me despegué del twitter, que casi no usaba anteriormente. Me emocioné con las escenas de unidad y coraje de los jóvenes revolucionarios y me reí con el conocido sentido del humor egipcio, ahora en su nueva encarnación irónica y politizada. Y también me estremecí ante la posibilidad de un conflicto civil, de tintes sectarios.
Me perdí la fiesta callejera el 11 de febrero de 2011, pero cuando llegué a la capital egipcia tres semanas después, pude ver el deseo de cambio en las barriadas pobres y las charlas politizadas en los cafés. Todos se referían al depuesto presidente por su nombre, 'Hosni' a secas, en lugar del ceremonial 'señor presidente' que se usaba antes, con mezcla de respeto y temor. Otro Egipto despuntaba.
Antes y después
Allá por 2005, muchos periodistas y analistas habíamos seguido los esfuerzos de algunos sectores de la sociedad civil en manifestarse contra el gobierno. El movimiento Kefaya (Basta) o las huelgas de los obreros de la fábrica textil de Mahalla fueron sin duda los predecesores del 25-E. El sastre del barrio y mi frutero de confianza me advertían cada tanto que la burbuja estaba a punto de estallar, que la gente no aguantaba más tanta injusticia.
Pero las cosas seguían igual, la paciencia egipcia es legendaria, ya se sabe. Un pueblo pacífico y religioso, ya sea en su versión musulmana o cristiana, acostumbrado de alguna u otra forma al gobierno faraónico de sucesivos sultanes, reyes y presidentes. Las manifestaciones de rebeldía siempre terminaban palideciendo frente al despliegue de las fuerzas de seguridad.
Por eso sorprendió tanto la asistencia masiva a las protestas de enero 2011. Finalmente estalló la burbuja y cambió el equilibrio del poder, por los menos en las calles. Al mismo tiempo, se abría una caja de Pandora.
Autogol del pueblo
Regresé en agosto de 2011 y las cosas habían evolucionado. El idealismo inicial de la primavera se esfumó con las altas temperaturas del verano cairota: nuevos enfrentamientos en las calles y un proceso político errático. La junta militar, el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (CSFA), ocupaba ahora el lugar de Mubarak. Este último, junto con sus hijos y algunos secuaces, era juzgado precisamente el 3 de agosto, por cargos de corrupción y por haber dado instrucciones de disparar a los revolucionarios en la plaza.
'Hosni', desde su camilla, negaba los cargos. A pesar de su enfermedad, aparecía con gafas oscuras y el cabello pintado. Un espectáculo inusitado, que a más de uno le pareció grotesco. Aún así, los egipcios no podían dejar de mirarlo, casi con morbo. Al día de hoy se han celebrado cinco sesiones del juicio y no le ha sido imputado ningún cargo.
BBC Mundo
"Hosni Mubarak"
He vuelto por tercera vez en un año. Es enero de 2012 y me percato del ambiente de depresión generalizada. La gente no responde al teléfono si es un número extraño. Se respira mal en El Cairo y es el invierno más frío que yo recuerde.
'No hay revolución, porque no ha realizado ninguno de sus objetivos. Todo lo contrario: hay más corrupción; los asesinatos ahora son públicos, antes por lo menos eran secretos', me dice la activista Ghada Kamal, del movimiento obrero 6 de abril. Los abusos a los derechos humanos registrados durante este año son múltiples: tortura, exámenes de virginidad, tribunales militares, censura y, claro, muertes. Sin olvidar la palabra clave: impunidad.
La situación económica es desastrosa. No hay turismo, no hay inversión extranjera, no hay liquidez. Amr Shalakany, doctor en derecho de la Universidad Americana de El Cairo resume el sentimiento actual: 'el pueblo se metió un autogol'. Varias personas están de acuerdo con el veredicto. Y además, hay que agregarle otro problema: la seguridad se ha deteriorado enormemente. Hay más personas armadas y nerviosas. Y, sobra decirlo, el tráfico dantesco de El Cairo está mucho peor.
Brecha generacional
Hay en Egipto una brecha generacional entre la cúpula que gobierna con mano dura y los jóvenes que representan un 60% del país. Pero incluso entre padres e hijos he visto discusiones donde las visiones son radicalmente opuestas; el mayor busca conciliación, el joven quiere sus derechos.
Hace un año, la consigna en las calles era 'el pueblo y el ejército son una mano unida' acompañada de abrazos, besos y apretones efusivos de manos. Este invierno 2012 lo que más se escucha es 'abajo el gobierno de los milicos'. Digamos que se acabó el beneficio de la duda.
No se han hecho las prometidas reformas que precisa urgentemente el aparato de seguridad del estado: en particular la policía y los servicios de inteligencia. Nadie ha sido responsabilizado por los más de 800 muertos oficiales y los miles de heridos. Para el primer aniversario de la caída de Mubarak, se anuncia una huelga general y los estudiantes de la Universidad de Alejandría advierten al CSFA que la juventud del país ha perdido la paciencia.
'Estamos ante un momento de confusión', me dice el artista audiovisual Khaled Hafez. Su última exposición aborda el síndrome de Estocolmo; en este caso, cómo el pueblo egipcio ha desarrollado una relación de complicidad con su captor. Y es que siguen siendo muchos los que pertenecen al llamado 'partido del sofá', que no salen a las calles y se dejan guiar apáticamente por los medios de comunicación.
El viejo nuevo Egipto
Algo ha cambiado pero nada ha cambiado. En el sistema actual, los militares se benefician de un 40% del pastel económico, entre tierras, compañías nacionales y múltiples prebendas. Tanto el presidente interino, el mariscal Tantawi, como el primer ministro actual, Kamal el Ganzuri, son productos de la era Mubarak.
Lo cierto es que a pesar de la imposición militar, en este año que ha transcurrido los egipcios han salido dos veces a votar. Un auténtico hito para un pueblo que nunca acudió a las urnas en elecciones libres. Resultado de un voto popular sin fraude pero con irregularidades, el nuevo congreso estará dominado a partir de ahora por los islamistas.
'Yo voté por los Hermanos Musulmanes y por los salafistas', me cuenta entusiasmado el taxista Mamduh Jairi, de 71 años, en un trayecto por el denso tráfico cairota. 'Mire usted, en este país hay cinco millones de privilegiados, 20 millones de clase media y 60 millones de pobres. Es hora de que las cosas cambien y les tengo confianza'.
Pero otros piensan que la democracia a la occidental no es el modelo ideal para una población mal informada. 'Estás pidiendo que la gente se comporte como adultos políticos cuando apenas están amamantando', sentencia el artista Khaled Hafez.
Para Amr Zaki, congresista por el Partido Libertad y Justicia (Hermanos Musulmanes) el momento actual presenta un gran reto: 'Políticamente, estamos ante un completo cambio de piel, económicamente en pausa, y socialmente en gestación'. Y el Parlamento es el que llevará a buen término el nacimiento del bebé, 'que esperemos no tenga que ser por cesárea', bromea Zaki.
No es ningún secreto que las transiciones de regímenes dictatoriales a democracias están plagadas de trampas. En Egipto hay destellos de una nueva conciencia social, que se debate contra la inercia del sistema y las oscuras fuerzas del status quo.
Sí, es verdad que el muro del miedo cayó, pero existen todavía muchas preguntas sobre lo que se está gestando. Prevalecen la confusión y la firme convicción de que, para el egipcio promedio, solo es visible la punta del iceberg.
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