La Unión Soviética siempre estaba preparándose para una guerra a escala mundial, algo que necesitaba enormes reservas de municiones para cualquier tipo de armas. Las fábricas producían municiones 24 horas al día. Anualmente se fabricaban 800 000 toneladas de proyectiles de artillería, misiles, bombas, minas y torpedos.
Las municiones ya no cabían en los arsenales, que estaban al doble de su capacidad. Los proyectiles y las bombas de las tropas que en los años 80 fueron evacuadas desde Europa Oriental a menudo se almacenaban a cielo abierto. En los arsenales aún se conservaban municiones de la época de la Segunda Guerra Mundial. Alrededor de los lugares de almacenamiento aparecieron poblaciones nuevas y los arsenales quedaron dentro de los perímetros de las ciudades, lo que podría causar una catástrofe en caso de explosión accidental.
Por falta de recursos financieros en los años 90, hasta el año 2005 no se procedió al reciclaje de munición a gran escala. En cinco años había que dejar fuera de circulación el tren imaginario de 85 000 vagones, con 20 toneladas de explosivos cada uno: 1 700 000 toneladas de bombas y proyectiles en total.
Se llegó a la conclusión de que quien mejor podría desempeñar la tarea de reciclaje sería el propio productor de la munición. Se escogió, en concreto, la planta mecánica de la ciudad norteña rusa de Kírov.
En el año 1990 la fábrica, que producía cabezas de proyectiles de artillería pesada, fue excluida de la lista de proveedores estatales de la industria militar. Hubo que parar las líneas de laminación, conservar la maquinaria y despedir a más de 200 trabajadores.
Sin embargo, a los ingenieros se les ocurrió revertir el proceso de producción. Si antes como materia prima en la entrada a las líneas de laminación se situaba un tubo de acero y a la salida aparecía un proyectil, ahora en la entrada se situaba una cabeza del proyectil y a la salida asomaba un tubo.
Los proyectiles llegan a la planta de Kírov sin detonadores ni explosivos. Tras ser descargados de los vagones ferroviarios, primero pasan a la línea de torneros. Los obreros quitan el anillo de cobre que en el momento del disparo se pega a las paredes del interior del cañón para que la pólvora dé el mayor impulso al proyectil. El cobre reciclado es una fuente de ingresos muy valiosa para la fábrica. En la segunda etapa el proyectil se limpia de pintura y laca. En la tercera el material de reciclaje atraviesa varios hornos, calentados a temperaturas altísimas, convirtiéndose al final del procesamiento en un tubo sin soldaduras.
Los torneros en las máquinas herramientas transforman estos tubos en piezas de repuesto para tractores, en manguitos y en diferentes conexiones para los aparatos de compresión y bombeo.
Los ingenieros no hicieron prácticamente ningún cambio tecnológico importante. Es más: en cualquier momento todo el parque de máquinas de la planta puede volver a desempeñar la tarea para la que fue concebido y producir de nuevo cabezas de proyectiles. Los ingenieros obtuvieron importantes galardones en exposiciones internacionales. La planta de Kírov y otros centros de la industria militar rusa tienen la misión de reciclar anualmente 400 000 toneladas de proyectiles de artillería con plazos de almacenamiento vencidos.
Junto con los métodos de los años anteriores, en el reciclaje de municiones convencionales se emplea también tecnología moderna. En particular, la carga explosiva se extrae de las cápsulas metálicas con un chorro de agua o parafina a presión. El trinitrotolueno se destruye con ultrasonidos o se dispersa con sustancias químicas. El proceso se realiza en módulos móviles que se transportan por ferrocarril y se instalan cerca de los arsenales.
Los explosivos se procesan para ser utilizados en la industria minera. Los cartuchos de latón y los residuos de cobre son las partes más valiosas del reciclaje.
Los biólogos criaron para la flota rusa del mar Negro una especie extraordinaria de bacterias que consume todo el contenido de explosivos de la mina flotante dejando únicamente las partes metálicas. Una familia de bacterias es capaz de dejar fuera de combate en pocos meses unos 200-300 kilogramos de sustancia explosiva marítima.
Al mismo tiempo no se descarta el método más sencillo y barato: las municiones se vuelan en polígonos especiales. Los expertos consideran que este sistema es poco ventajoso tanto desde el punto de vista ecológico como económico. Del procesamiento completo de todas las municiones caducas se pueden obtener unas 640 000 toneladas de metales ferrosos, 600 000 de no ferrosos, unas 110 000 toneladas de sustancias explosivas y 130 000 de pólvora y combustible sólido.
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