El polémico apoyo a Siria que le ha otorgado el gobierno de Dimitri Medvedev ha suscitado todo tipo de respuestas en los principales gobiernos árabes y occidentales, que buscan mayores sanciones sobre el régimen de Damasco y un eventual cambio de gobierno como solución a la crisis. La violencia que se ha mantenido desde marzo del año pasado arroja un saldo de más de 6.000 muertos y según las cifras de organizaciones no gubernamentales en el terreno, la mayoría son civiles y han sido autoría de los servicios de seguridad del régimen de Bachar Al Assad, presidente sirio. En medio de este panorama ha surgido la pregunta sobre las razones que explican la postura de Moscú de no apoyar sanciones al régimen de Assad y llamar a la calma tanto a rebeldes como al gobierno. Rusia parte de la base de que se trata de una violencia que se ejerce en ambas vías. Mientras tanto, el resto de la comunidad internacional supone que es el régimen de Assad el principal responsable de la violencia y no los rebeldes constituidos alrededor del llamado Ejército Libre de Siria. Esta postura no ha dejado de asombrar a algunos líderes occidentales que esperaban una postura similar a la que había adoptado Moscú frente a Libia cuando dio luz verde (mediante la abstención en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) para el bombardeo de la OTAN y luego de la denominada diplomacia de reset que buscaba comenzar con Washington desde cero luego de décadas de tensión y desconfianza. Los acuerdos para la disminución de ojivas nucleares entre Rusia y Estados Unidos (Tratados Star) firmados en 2010 parecían ser prueba fehaciente de ello. Algunos análisis que apuntan a que Rusia se opone a mayores sanciones contra Siria por su interés en contradecir siempre a Occidente dejan entrever un error craso de observación. En casos como Irán, Libia y los acuerdos en materia nuclear en cuestión, Moscú ha demostrado que comparte intereses con Occidente o que es capaz de cooperar. En contraste, en el tema sirio para Rusia hay más elementos en juego. De ellos por lo menos tres son vitales: la dimensión económica, el prestigio regional y global y no menos importante: el sistema de valores. En cuanto a lo primero, cabe recordar que Siria es un aliado desde la época de la Unión Soviética, lo que le ha permitido a los rusos la instalación de una base militar en Tartus cuya relevancia estratégica resulta estimable. Además, la cooperación militar le deja un ingreso importante a Rusia. Según Marie Jégo, corresponsal del diario 'Le Monde' en Rusia, a los 3 mil millones de dólares que recibió Moscú por la venta de armas al régimen de Al Assad, se debe sumar el anuncio de que Siria compraría 36 aviones de entrenamiento militar Yak 130 por un valor de poco más de 500 millones de dólares. Habida cuenta de ello, para Rusia es esencial que se mantenga en el poder Al Assad, un comprador estable de productos y servicios militares rusos. En cuanto al prestigio regional y global, se debe recordar que Rusia ha defendido vehementemente un principio elemental del derecho internacional: la no injerencia. Indudablemente, las intervenciones de Estados Unidos en Irak y de la OTAN en los Balcanes Occidentales, Afganistán y Libia han hecho mella en el prestigio de buena parte de las potencias de Occidente. A su vez, lo que la mayoría de la gente del común juzga como doble moral frente a las crisis humanitarias en las que se reacciona en unas y se omiten otras es constantemente fustigado por millones de ciudadanos que otrora admiraban el racionalismo humanista de Occidente. Este desprestigio por el que atraviesan las potencias europeas y Estados Unidos es constantemente capitalizado por Rusia y China que se sirven de él para afinar sus intereses con potencias emergentes como Brasil y Turquía y criticar la "ideología hegemonizante occidental". Por último, el sistema de valores ruso no es necesariamente el mismo de Occidente para la conducción de su política exterior. No se trata de que el sistema de valores ruso sea incompatible con el Occidental, pero Rusia es antes que nada una sociedad basada en la religión y en el sentido colectivo que en momentos puede estar incluso por encima del individuo. El famoso escritor ruso Alexander Solzhenitsin fue uno de los más duros críticos de lo que él denominó el humanismo antropocéntrico ateo que condujo en su parecer a excesos del poder en contra de la población. Para Solzhenitsin paradójicamente el comunismo soviético era una expresión de la idea de modernidad y humanismo impulsada por Occidente. De allí su oposición constante al régimen soviético. La Rusia de hoy se parece al ideal de Estado planteado por el célebre escritor. Es decir, un Estado eslavo que reivindica el derecho a pesar en su región natural y en el sistema internacional sin comulgar siempre con las ideas humanistas occidentales que han demostrado un daño enorme sobre algunas sociedades, incluso en Occidente. La crisis de Siria puede ser el comienzo de una Rusia que debe ser leída e interpretada al margen de la postura de Europa Occidental y de Estados Unidos y en consonancia con el deber ser del paneslavismo.
MAURICIO JARAMILLO JASSIR Profesor de Relaciones Internacionales, Universidad del Rosario e investigador Escuela Superior de Guerra
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