Día 12/06/2010 - 09.38h
Hamadi Uld Baba Uld Hamadi, el ministro de Defensa mauritano, zanja rotundo en su despacho ante ABC: «Al Qaida no está en Mauritania, no tiene bases en Mauritania y no tiene campos de entrenamiento en Mauritania». La expansión en los últimos años de la franquicia de Osama bin Laden en el norte de África tiene sin embargo en esta república islámica uno de sus mejores caldos de cultivo y el Gobierno no oculta que trata de hacerles frente.
El ministro explica que la creciente inseguridad les ha llevado a delimitar, desde principios de 2010, una zona exclusiva militar que ocupa aproximadamente un tercio de este país de un millón de kilómetros cuadrados (el doble que España) pero con sólo poco más de tres millones de habitantes.
Se trata de una vasta región desértica apenas poblada por algunos grupos de nómadas por la que escaparon hacia el vecino Malí, a finales de 2009, los secuestradores de los tres voluntarios españoles. Una zona conocida desde hace años por ser lugar de paso habitual para terroristas, y desde hace décadas por traficantes de todo tipo. «El Gobierno mauritano ha decidido tomar el control de esta inmensa extensión de territorio por medio de sus Fuerzas Armadas», comenta el ministro de Defensa.
Una inmensa frontera
El Ejército de Mauritania ha creado además unas Fuerzas Especiales de Intervención, diseñadas para operar en el desierto, cuya misión será patrullar esa zona del noreste del país. El Gobierno ha reforzado y elevado hasta más de 40 el número de pasos fronterizos a lo largo de los casi 6.000 kilómetros de frontera terrestre de un país que limita con Marruecos, Argelia, Malí y Senegal.
A finales del pasado año, unos días antes de tomar estas decisiones, el 29 de noviembre, Al Qaida del Magreb Islámico (AQMI) había secuestrado en Mauritania a tres voluntarios españoles y una pareja de italianos. Más de seis meses después, Albert Vilalta y Roque Pascual siguen en manos de los terroristas.
Con anterioridad AQMI había atacado en 2005 un cuartel matando a una veintena de militares mauritanos; asesinado a cuatro turistas franceses en 2007; secuestrado, degollado y descuartizado a una docena de soldados en 2008; asesinado en plena capital a un profesor estadounidense en 2009, y cometido un atentado suicida frente a la embajada francesa en el que, por fortuna, sólo murió el terrorista.
Con el paso de los años los «yihadistas» de Al Qaida se han ido envalentonando, y de aquellos ataques a unidades del Ejército en pleno desierto han ido acercándose a las principales vías de comunicación cercanas a la franja Atlántica y al centro mismo de Nuakchot, la capital.
Países como España, Francia y Estados Unidos observan con inquietud lo que está ocurriendo en Mauritania y en algunos estados del Sahel. El mando del Ejército estadounidense para África, el Africom, acaba de llevar a cabo en varios países de la región unas importantes maniobras militares, las «Flintlock». Algunos de sus ejercicios han tenido lugar en el desierto mauritano.
Francia y EE.UU.
Pero más allá de esos entrenamientos para que los mauritanos aprendan a combatir a Al Qaida, el Gobierno de Abdel Aziz no quiere saber nada de bases militares en su territorio. «No habrá bases extranjeras aquí. La seguridad es sólo cosa nuestra», señala Uld Hamadi. A pesar de estas palabras, el adiestramiento por parte de militares y agentes franceses y de Estados Unidos es casi permanente.
Los mensajes de advertencia a la colonia extranjera establecida en el país se suceden desde las distintas embajadas ante la posibilidad de nuevos secuestros y ataques, a pesar de la aparente tranquilidad que se percibe a pie de calle en las principales ciudades. Cada movimiento del personal oficial fuera de Nuakchot ha de ser consultado, es preferible no ir andando al trabajo y alternar horarios e itinerarios, y está absolutamente prohibido salir a la carretera tras la caída del sol.
«La seguridad es nuestra prioridad número uno. Antes incluso que el desarrollo o la democracia», asegura el ministro de Defensa de Mauritania rodeado de varios militares. Algunos de estos hombres de uniforme toman notas, graban o fotografían el encuentro de este corresponsal con el ministro, un civil que, según fuentes diplomáticas extranjeras acreditadas en este país magrebí, no es quien lleva en realidad las riendas del ministerio.
Uld Hamadi, añaden, opera a la sombra del influyente jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Mohamed Uld Gazouani, y, evidentemente, del presidente Mohamed Uld Abdel Aziz, un general que se hizo con el poder gracias a un golpe de estado el 6 de agosto de 2008 —algo habitual en el medio siglo de historia de Mauritania—, antes de ganar unas elecciones que él mismo organizó un año después.
Débil estabilidad política
La débil estabilidad política de Mauritania depende en estos momentos de que el tándem Abdel Aziz-Gazouani logre mantener amarrado el poder en sintonía con el ejército, según distintas fuentes oficiales extranjeras destacadas en Nuakchot. Pero «el riesgo de un golpe de estado siempre está ahí», opina un diplomático occidental.
Abdel Aziz defenestró al presidente Mohamed Uld Sheij Abdallahi, el primero elegido democráticamente en la historia de este país que dentro de unos meses —el próximo 28 de noviembre— cumplirá cincuenta años desde su independencia de Francia, la potencia colonial.
ABC
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