Dos científicos argentinos llegaron el viernes a Marambio, la puerta de la Antártida argentina, donde la Fuerza Aérea despliega una base logística, como parte de un proyecto de investigación nacional de medición de radiación cósmica, galáctica y solar, tanto por vía satelital, aeronáutica y terrestre. Una de las patas terrestres se encuentra acá, en la Antártida; las otras en Ushuaia y La Plata.
¿Qué llevó a Vicente Ciancio, director del posgrado en Medicina Aeronáutica y Espacial de la Universidad Nacional de La Plata, y al coordinador Gustavo Di Giovan Battista, a estar expuestos 10 grados bajo cero, bajo la nieve y en medio de una niebla que no permite ni que entre el Hércules, ni que se vea la del contraste del blanco de los témpanos a la deriva en el azul del Mar de Weddell?Podríamos decir que es un convenio de la UNLP con la Dirección Nacional del Antártico, apoyados por la Universidad de Turín, pero en el fondo está esa sensación común a los que pisan estos hielos, la idea de la misión, de que alguien tiene que hacerlo.“Es muy importante medir los niveles de radiación que llegan a la superficie terrestre, porque los afecta a ustedes”, le explica a un joven suboficial de la dotación 42, que luego de un año en este lugar, vuelve al continente.La importancia de esta investigación que la DNA va más allá del resultado específico de este estudio en pañales. Con estos proyectos de largo aliento la Argentina cumple con el propósito del Tratado Antártico, que impide maniobras militares y subordina al personal militar a una misión de apoyo a las investigaciones científicas.“Estas investigaciones validan la permanencia de los reclamos soberanos de nuestro país”, dice la licenciada Fernanda Rebull, jefa de Comunicación Científica e Institucional de la DNA. De hecho, en las bases nacionales además de trabajos como este, del área de ciencias de la atmósfera, se realizan otros, como en ciencias de la vida y de la tierra. Muchos de ellos, trabajos de repercusión mundial, como el hallazgo del arqueoceto que se presentó recientemente en Tecnópolis.Sigamos con la obra en marcha de los doctores Ciancio y Di Giovan Battista. Esta medición de rayos del más allá sucede cuando la Tierra se apresta a vivir el período número 24 del ciclo solar. Significa que el Sol tendrá su máxima actividad en el período 2012-2014. Informa Ciancio: “Son períodos aproximados de once años en el cual el sol presenta una máxima actividad, traducida por manchas solares, donde se originan las grandes explosiones solares. El sol emite enormes nubes de plasma interplanetario. El plasma es el cuarto estado de la materia; al líquido, gaseoso y sólido, se agrega el plasma, que se producen bajo determinadas condiciones físicas, como en las reacciones nucleares.En este estado los átomos se encuentran totalmente ionizados y por este motivo son gobernados por las leyes del magnetismo.”Según explican estos estudiosos, estas nubes contienen radicaciones electromagnéticas, el fulgor, lo que vemos, viaja a velocidades relativísticas”, la de la luz, 300 mil kilómetros por segundo. Llegan desde el Sol en minutos. La nube de plasma propiamente dicha trae las partículas ionizadas, que viajan entre 18 y 24 horas para llegar a la Tierra. Esas son las que producen el gran daño. Degradan todas las capas componentes de la atmósfera terrestre y pueden producir cambios notables en los servicios básicos de cualquier ciudad: la transmisión de energía eléctrica, gaseoductos, oleoductos, y sobre todo, en las comunicaciones y transmisión de datos, como en telefonía, la radio, las señales de video y GPS, y en la actividad aeronáutica, como en las las transmisiones de datos de los radares a los aviones.A nivel de alto desarrollo tecnológico, como los microchips utilizado en los satélites, ya han ocasionado importantes pérdidas. Los investigadores recuerdan el gran apagón de Quebec en 1989 (9 millones de personas a oscuras durante diez horas), y otro en los países escandinavos en 2003.–Tomaron mediciones. Por supuesto, no pueden sacar conclusiones ya, pero ¿se puede hablar de los daños que causa en la salud?–Como médicos, nos interesan los efectos sobre el organismo. La radiación corpuscular (los átomos ionizados que intregran el plasma) y de alta energía tiene un efecto biológico mayor, y afecta al genoma humano. Estas radiaciones, al atravesar el nucleo de la célula, las pueden romper. El mayor destrozo lo hacen las radiaciones corpusculares de muy alta energía, mientras que las de menos energía producen menos lesiones.–¿Qué producen?–El organismo es sabio, al romper algo hay un mecanimo reparador, cuando se rompe un cromosoma, hay mecanismos reparadores. Pero no es de buena calidad y se producen aberraciones cromosómicas, que hemos estudiado en aeronáutica. Un piloto de flota internacional que recibe radiaciones de muy alta energía. Y esto puede originar diversos procesos mutagénicos, como alteraciones en la descendencia. Y queremos ver qué pasa a nivel terrestre en regiones de alta radiación, como en la Antártida.–¿Por qué se hace todo esto en la Argentina, doctor Ciancio?–Este es un estudio preliminar, pero trataremos de dejar instalado equipamiento que pueda hacer mediciones prolongadas, que podamos comparar con las que se hacen en las otras ciudades; Rubén Piacentini, de la Universidad Nacional de Rosario también participa de este proyecto como especialista en radiación UV (ultravioleta). El propósito es que el país llegue a tener un servicio de meteorología espacial.
Estamos en conversaciones con el Servicio Meteorológico Nacional.Gabriel Giubelinodesde Base Marambiotiempoarg.elargentino.com
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