Escribe: Luis María Anson
Las informaciones más solventes, unidas a una reciente declaración del presidente Obama, confirman que Israel se prepara para bombardear las instalaciones atómicas de Irán. Hay un precedente. La aviación israelí liquidó los centros atómicos de Sadam Hussein, con anterioridad a la primera guerra del Golfo. La política militar israelí se basa en el siguiente principio: ninguna nación islamista dispondrá nunca de más fuerza militar que Israel. Desde la guerra de los Seis Días, los gobiernos israelíes han sido implacables en este sentido. Se trata de una cuestión de supervivencia y parece claro que no se pueda jugar el destino de una nación al capricho o las locuras de Ahmadineyad.
Malas noticias, pues, para el comienzo de año. Una crisis aguda en Oriente Medio resquebrajará aun más la economía global. Ahmadineyad lo sabe y por eso maniobra en el estrecho de Ormuz, lugar geográfico por el que transcurre el transporte del 30% del crudo mundial. Irán además ha construido subterráneamente sus instalaciones nucleares. No es fácil destruirlas. Se necesitan unos aviones de armamento especializado que solo posee Estados Unidos. Obama, con Afganistán a cuestas, desprendido de Irak y con elecciones a la vuelta de la esquina, no quiere participar en una guerra con Irán. Ha enviado a Ormuz una flota decisoria y parece seguro que proporcionará a Israel el armamento necesario. Pero aunque Estados Unidos no intervenga directamente está claro que el bombardeo israelí sobre las instalaciones atómicas de Irán provocará una crisis de consecuencias difíciles de calcular.
Y, mientras tanto, la Europa antaño decisiva parece estar al margen de lo que se avecina en Oriente Próximo y que puede repercutir devastadoramente sobre la estabilidad europea.
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