6 de enero de 2012
Víktor Litovkin, para Rusia Hoy
Durante los últimos días de 2011, la Marina de Guerra rusa y su industria de defensa han cosechado un gran éxito. Desde una posición subacuática, en una zona del mar Blanco cubierta de hielo, el crucero submarino estratégico de misiles balísticos Yuri Dolgoruki, del proyecto 955, clase Boréi, ha llevado a cabo el lanzamiento de dos misiles marinos intercontinentales RSM-56 (o SS-NX-30, según la clasificación occidental) R-30 Bulavá-30. Según el Ministerio de Defensa ruso, el lanzamiento ha sido un éxito, y todas las ojivas de combate de los misiles (cada uno puede contener de seis a diez) superaron una distancia de ocho mil kilómetros, alcanzando los objetivos previstos en el polígono de Kurá, en la península de Kamchatka.
Foto de Reuters/VostokPhoto
Se trata del primer lanzamiento doble de Bulavá de un total de dieciocho lanzamientos oficiales de prueba de este misil, de los cuales sólo once se han considerado exitosos. Sin embargo, esto ha sido motivo suficiente para que el presidente ruso y jefe supremo de las Fuerzas Armadas del país, Dmitri Medvédev, afirmara, en una recepción en el Kremlin, que las pruebas del Bulavá han concluido y que este misil, junto con su portador, el submarino estratégico de misiles balísticos Yuri Dolgoruki, serán adquiridos oficialmente por la Marina de Guerra rusa.
Aunque el presidente no ha mencionado ningún plazo concreto, especialistas del sector de la industria de defensa afirman que la adquisición se producirá, si no dentro de unos días, seguramente durante los primeros meses del año nuevo. En principio, todo está preparado para que así suceda: el crucero está prácticamente listo para combate (como ha quedado demostrado a raíz de los últimos lanzamientos del RSM-56) y el misil ha sido disparado bajo el agua en cuatro ocasiones a lo largo de 2011, siempre sin inconvenientes.
También se ha construido un amarradero en la ciudad militar de Viliúchinsk, en Kamchatka, futuro emplazamiento del Dolgoruki. En la misma base, se prevé la construcción de viviendas para los oficiales del barco y sus familias, así como de residencias acondicionadas para marinos contratados y reclutas (según está dispuesto a confirmar personalmente el autor del presente artículo).
Podríamos conformarnos con la enumeración de estos hechos, pero la historia de la creación del complejo estratégico de misiles Bulavá-30 y de su portador, el submarino estratégico de misiles balísticos Yuri Dolgoruki, es tan curiosa e instructiva que sería injusto ceñirse a la mera presentación de la información acerca de su reciente éxito.
El proyecto 955 de cruceros submarinos estratégicos de misiles balísticos de la clase Boréi comenzó a elaborarse a mediados de los años 90, a cargo del Buró Central de Proyectos de técnica marina Rubín, en San Petersburgo. Pero no estaba enfocado al Bulavá, sino a otro tipo de misil: se llamaba Bark y estaba diseñado por el Buró Central de Proyectos de Miáss Víktor Makéiev. Sin embargo, los tres primeros ensayos de lanzamiento del Bark desde la plataforma de pruebas del mar Blanco fueron un fracaso. Además, debido a su tamaño, el misil superaba en más del doble los parámetros establecidos en el proyecto técnico-táctico formulado por los militares: si el peso máximo no debía superar las cuarenta toneladas, el Bark llegó a pesar casi noventa.
No existen datos históricos que expliquen por qué el equipo de Makéiev no tomó en consideración estas directrices. Quizá le fue imposible; quizá, sencillamente, no quiso. Lo único que se sabe es que, a la hora de crear el crucero submarino estratégico del proyecto 941, de la clase Akula (Tiburón), llamado más tarde Tifón (esta historia sucedió a mediados de los años 70), el principal ingeniero proyectista del misil para este crucero, el R-39 (o bien SS-N-20, según la clasificación occidental), Víktor Makéiev, superó con creces el peso previsto del misil, En consecuencia, este no cabía en los compartimentos del submarino del proyecto 941 previstos para tal fin. No obstante, el prestigio del autor del proyecto era tan grande que la sección de Defensa del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética ordenó al ingeniero jefe del proyecto del submarino Akula, Serguéi Kovaliov, que lo agrandase lo suficiente para poder albergar hasta veinte misiles R-39. Kovaliov realizó el encargo, y el Tifón ingresó en el Libro Guinness de los récords como el mayor submarino del mundo: su longitud superaba la de dos campos de fútbol, y debido al ruido que hacía al desplazarse bajo el agua pronto se ganó el apodo de “vaca mugiendo en el océano”.
La Rusia de los años 90, a diferencia de la Unión Soviética de los 70, no disponía de los recursos económicos ni técnicos necesarios para construir estos enormes submarinos nucleares. Por ello, el gobierno decidió confiar el diseño del misil para el nuevo submarino al Instituto de Termotécnica de Moscú (MIT) y a su ingeniero Yuri Solomónov,. Este técnico, a pesar de no haberse dedicado nunca antes a la producción de misiles marinos, en las complicadas condiciones de carestía de los años 90 llegó a crear y a suministrar al ejército el complejo estratégico de misiles Tópol-М. Al principio prevaleció la opinión de que el nuevo misil marino sería en gran medida unificado con el Tópol, pero finalmente no fue posibleEn primer lugar, porque el medio marino es 800 veces más denso que el aire. En segundo lugar, porque la industria de defensa del país atravesaba una situación crítica: había sido abandonada por muchos especialistas altamente cualificados, y el resto no era capaz de cumplir con una tarea tan complicada como el montaje del misil marino Bulavá. Sobre todo, teniendo en cuenta que se había fabricado en la misma planta industrial de Vótkinsk, donde antes se habían montado el misil de tierra Tópol-М y, más adelante, el Iskánder-М táctico-operativo. Y, por último, porque muchas empresas pertenecientes a la industria de defensa, que anteriormente habían trabajado en el sector de misiles, fueron privatizadas y cambiaron de especialidad, por lo que el Instituto de Termotécnica de Moscú y la planta de Vótkinsk, entre otros, no pudieron obtener el material necesario para la producción del Bulavá.
Los fracasos en el proceso de diseño del misil estaban directamente relacionados con estas causas. Las duras críticas dirigidas al Instituto de Termotécnica de Moscú (MIT) y a su personal también estaban provocadas por los celos de la competencia, incapaz de fabricar el Bark. Pero, tal como podemos ver, tanto Rubín como MIT y la planta Sevmashpredpriyátiye, de Severodvinsk, donde se construyó el Yuri Dolgoruki, o la planta de Vótkinsk, donde se fabricó el Bulavá, lograron sobreponerse a estas dificultades. Un dato curioso: los misiles Bulavá han sido probados a bordo del submarino estratégico de misiles balísticos, el crucero Dmitri Donskói, del proyecto 941 de la clase Akula (Tiburón), especialmente remodelado para este fin.
No cabe duda de que el RSM-56 llegará a formar parte del armamento de la Marina rusa. No sólo por el hecho de que no queda otra opción, ya que la creación del misil y del submarino ha supuesto una inversión gigantesca de hasta dos mil millones de dólares, sino también porque ambos suponen un éxito en materia de armamento de contención nuclear.
Ahora, después del Dolgoruki, la Marina de Guerra rusa recibirá un nuevo crucero submarino, el Alexánder Nevski. Al igual que el barco modelo, dispondrá de dieciséis compartimentos para misiles. Más adelante le seguirán otros dos submarinos del mismo tipo: el Vladímir Monomaj y el Sviatítel Nikolái, que contarán con veinte compartimentos para Bulavá cada uno. Hacia 2020 se prevé la construcción de cuatro submarinos más, que de momento no tienen nombre, pero también llevarán a bordo veinte misiles con vehículos de reentrada múltiple e independiente (MIRV, en sus siglas en inglés), no necesariamente para el combate, sino más bien para disuadir a los más temerarios: según demuestra la experiencia histórica, de momento no podemos prescindir de ello.
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