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martes, 11 de septiembre de 2012

UN TALLER EN BAGDAD



En 2005, como ex soldado que trabajaba de fotógrafo, me invitaron a Irak para pasar un rato con un equipo de seguridad que había montado un taller en Bagdad. Este nuevo garaje era para reparar y dar servicio a los vehículos del sector seguridad, muchos de los cuales se habían cansado de lidiar con la firma estadunidense KBR, quienes solían ser los únicos en dar este servicio en Bagdad.

El 2005 fue un año con muchas bajas de todos lados en Irak. Soldados ingleses y estadunidenses, periodistas y cualquiera que viniera de Occidente o estuviera trabajando para una organización occidental, tenía potencial para convertirse en el protagonista de una cinta en la que aparecería vestido con overoles naranjas y sería decapitado.


Llegamos de noche en un vehículo Rhino blindado con marines estadunidenses y un helicóptero Apache volando sobre nosotros. Los pasajeros eran en su mayoría elementos de seguridad y personas de la ONU. Todos teníamos que usar casco y chalecos antibalas. Apenas podía ver paisaje: todo el lugar estaba inundado y las únicas figuras que podía ver eran las sombras de las palmeras. Viajábamos por la Ruta Irlandesa hacia la fuertemente fortificada Zona Internacional.

Sólo tenía el número telefónico de mi contacto en el taller. Un hombre barbado que se parecía a Nick Nolte me veía jugar con mi celular. “Te presto el mío, hermano”, me dijo extendiéndome su teléfono. “Sabes, no van a ganar esta guerra como en Vietnam”. Cuando le pregunté a quienes se refería me dio un cigarro. “Los medios no van a ganar esta guerra”. Podía ver el logo de Blackwater en toda su gloria en su camiseta polo.


En el taller me senté a escuchar sus historias del “circuito”, con frecuencia sobre cómo ciertas compañías tenían a un veterano “superestrella” en sus filas. Parecía que todos los veteranos estaban aquí, en Bagdad, ganando dinero. Ese era el punto de estar en un entorno tan violento en el que todos están armados hasta los dientes. Me preguntaron porque estaba en Bagadad, pero dado mi pasado militar me fue fácil mezclarme entre la gente.

Todos estaban ansiosos. La explosiones se escuchaban a los lejos, un gran estallido en algún lugar de la Zona Roja de Bagdad, a la que sólo se podía entrar en vehículos blindados. Pasé el tiempo fotografiando la vida en el garage, con los trabajadores que vivían ahí, ingleses ellos también. Uno de ellos llamado Mac era el hijo de un mercenario famoso. Haji era quizá el más viejo de todos; había trabajado en situaciones difíciles en Irlanda del Norte durante 23 años. Le sorprendió verme ahí. El tercer hombre era Dave, quien venía de un regimiento militar inglés más posh y conocía al cantante James Blunt. En una ocasión, durante una noche de fiesta en uno de los enclaves de las Fuerzas Especiales, con dos barriles de Carlsberg y dos botellas de bourbon, casi se madrean a Dave por una riña entre regimientos.

Me ofrecieron trabajo mientras estuve ahí, pero extrañaba demasiado mi casa para aceptar. Ver el video del rehén Norman Kember en los noticieros internacionales me puso nervioso. Era un lugar difícil para estar. Al final, salí de ahí, y abandoné Bagdad antes de navidad.

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