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martes, 15 de junio de 2010

Irán, Irak, Afganistán ... A vueltas con la doble moral

En realidad, el texto que aparece a continuación tiene un año a cuestas. Se trata de unas pocas reflexiones relacionadas con los comentarios de varios lectores, y se incluyen, pues, como tales, en el apartado de Comentarios de un post ya veterano, que abordaba la cuestión iraní. Ayer, mientras leía en Internet acerca del persistente clima de encono entre Washington y Teherán, decidí rescatar aquellas notas para no repetirme; porque este asunto nos afecta más de lo que me apetece asumir -bastante más-. Y aunque el calendario es un corredor infatigable, continúo pensando exactamente igual que doce meses atrás:

Es obvio que las guerras de EE.UU se libran fuera del país desde la rendición del General Robert Lee [1865]. Como lo es, igualmente, que Afganistán, tras la retirada soviética, era la crónica viva de un conflicto anunciado, pues las grandes Corporaciones occidentales planeaban acercar los hidrocarburos del Mar Caspio hasta los pujantes mercados orientales cruzando ese vapuleado enclave. El Corredor Transafgano es un viejo proyecto -muy anterior a los sucesos de Manhatan-, que involucra inversiones billonarias [por qué el circo mediático occidental parece ajeno al asunto, es algo que deberíamos preguntar a los editores].
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Naturalmente, antes de tender oleoductos y gasoductos, había que poner orden en el escenario; y no cualquier clase de orden, sino una variante confiable [es decir, domesticada]. Aquí entran en juego la OTAN y Hamid Karzai -su valido, que no válido-, proclamado Presidente tras una pantomima electoral de proporciones faraónicas; tan verosímil para las dóciles masas occidentales como incomprensible para los naturales del lugar. Un gran ejercicio de marketing, minuciosamente calculado, que no buscaba justificación alguna dentro, sino fuera de Afganistán, pues se hacía imperativo vestir el santo para la procesión y minimizar toda hipotética contestación civil ante los crecientes envíos de tropas de la Alianza Atlántica a un lugar remoto y ajeno a su jurisdicción natural.
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Varios cargos de la Administración estadounidense filtraron en su día a la opinión pública la existencia de un plan de invasión militar y liquidación del régimen talibán anterior al 11-S. Anterior, incluso, a la llegada de George W. Bush a la Casa Blanca. Por supuesto, a título personal, estoy plenamente convencido de que los tiranos, credenciales al margen, no inquietan a las potencias occidentales salvo si, de pronto, resultan ser administradores de algún bien codiciable. Cuando Washington o Bruselas hablan de democratizar un determinado territorio, o insisten groseramente en ignorar ciertas realidades lacerantes, podemos estar razonablemente seguros de que su cruzada o/y su ceguera responden a intereses cuantificables en dólares y/o euros.
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El verdadero foco del mal no anidaba en el Afganistán de los talibanes; ni tampoco en las armas de destrucción masiva de Sadam -la mentira más pecaminosa jamás contada-. Por supuesto, Teherán no tiene más culpa que la de preservar su protagonismo en el área y negarse a orbitar alrededor de intereses forasteros. Incluso esa retórica antijudía de las autoridades persas debería haber permanecido como una cuestión bilateral. Tal vez sin tantos actores autoinvitados en escena sería posible algún tipo de consenso ... Nunca lo sabremos.
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Los principales ideólogos del terror islámico tienen pasaporte saudíta y financian su particular guerra santa contra Occidente gracias a los beneficios derivados del comercio diario con el infiel occidental. Pero están a salvo mientras el dinero continúe fluyendo. Nadie cuestiona la falta de derechos civiles de la mujer saudita -infinitamente menos libre que la iraní-. Nadie habla de las escuelas wahabitas de Riad ... Sadam Hussein era un santo varón cuando gaseaba a los kurdos y masacraba a las tropas del Ayatolá Jomeini en Basora. Después, poco a poco, se hizo evidente que no compartiría la riqueza petrolera irakí. Entonces -cuenta la leyenda- Sadam mutó y alumbró a Satán.
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Y así se escribe la historia de la doble moral, que es -creo humildemente- consecuencia de una lógica desarrollista fundamentada en el beneficio a ultranza. Calificar de medieval el pensamiento islámico contemporáneo, me parece un ejercicio estructuralmente erróneo. Es como si desde nuestra peculiar asepsia -bastante laxa, por lo demás- llamásemos salvajes a los romanos porque celebraban combates de gladiadores.
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La máquina propagandística de Washington insiste en convencernos de que Mahmud Ahmadinejad
liquidará nuestra civilización a golpe de misil nuclear si no actuamos preventivamente para remediarlo
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¿Vamos a juzgar el sentimiento musulmán desde la lógica judeo-cristiana, haciendo abstracción del hecho cultural? ¿De veras existe un saldo de superioridad moral a nuestro favor? ¿Somos acaso ajenos a las causas de la creciente animadversión que despertamos entre los países árabes y musulmanes? ... ¿Somos justos al tachar de retrógrada una Fe que jamás nos hemos molestado en conocer? ... ¿Con qué derecho vetamos el acceso de Irán -o cualquier otro Estado soberano- a las tecnologías armamentistas y/o energéticas más avanzadas? ¿Quizá nos ha otorgado Dios semejante autoridad a los cristianos ricos? ¿Cómo se vería la película de los hechos en París -por ejemplo- si fuesen franceses, y no rusos, quienes proveen a Irán con esa tecnología sensible puesta ahora en tela de juicio? ¿Tal vez con los mismos ojos que miran hacia otra parte siempre que se mencionan los arsenales atómicos de Pakistán, India o Israel?
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Todos los regímenes políticos –todos- pretenden la máxima uniformidad ideológica a su alrededor -en sentido más o menos amplio, dependiendo de lo autocráticos o liberales que sean-. Cada cultura exhibe uno o más rasgos prevalentes; religiosos, incluso confesionales, de manera recurrente. Sin embargo, centrándonos en el hecho iraní, no percibo ese supuesto deseo de aglutinar voluntades más allá de los círculos próximos. No termino de ver a Mahmud Ahmadinejad, ni al resto de los dirigentes islámicos de solera, liderando una cruzada cuyo objetivo consistiría en poner a los infieles entre la cimitarra y el Corán. Opino -desde mis gafas- que antes se trata de preservar el patrimonio que de engrandecerlo por anexiones.
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En este sentido, el Yihad es la respuesta del Islam a todo intento de someter a los musulmanes a cualquier esclavitud. Es el esfuerzo individual y colectivo que debe emprenderse contra las agresiones -así lo expresan muchos teólogos y estudiosos del Islam-. Eso no incluye actuación alguna de carácter ofensivo para imponer al mundo la doctrina del Profeta Mahoma.
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El Yihad no es una cuestión de política exterior en el mapa oficial de los Estados musulmanes [no veo señales objetivas de amenaza en ninguna parte]. Tal vez lo sea para ciertos movimientos fundamentalistas armados, que no representan al Islam, por mucho que prediquen lo contrario. Recordemos que el mismísimo Aslan Maskhadov previno insistentemente a la cúpula de la insurgencia chechena contra el peligro de la creciente infiltración wahabita en sus filas.

DESDE MIS GAFAS
CESAR ESCUDERO

2 comentarios:

JULIO dijo...

Hombre que claro es este articulo sobre las intenciones de los EE UU y la NATO,yo diria que ellos son los contratistas (EE UU y la NATO) que trabajan para las transnacionales sin alma que son las que realmente controlan a sus respectivos gobiernos.


A, eso no es nada aca en esta zona de America latina esos mismos intereses estan actuando de igual manera,el objetivo de ellos aqui es el acuifero Guarani una de las reservas de agua dulce mas grandes del mundo (solo superados por los de Rusia si no me equivoco),pero lo peor de todo nuestros gobernantes aun no se dan por enterados de estas maniobras.

Saludos.

JOSE dijo...

Este blog aestá muy bien. Realizan análisis muy acordes con la realidad y desde que lo conocí lo leo muy amenudo.
Salu2