En Estados Unidos existe una pequeña comunidad, formada por algo menos de 600.000 personas—más que el Estado de Wyoming—, que celebra cada año el 4 de julio con una fiesta enorme de fuegos artificiales a pesar de que son ciudadanos de segunda . De hecho, hasta 1961, ese medio millón largo de personas no podían ni votar para elegir al presidente de su país. Aún más surreal era su gobierno local: hasta 1973, esa comunidad estaba gobernada por tres personas. Dos de ellas eran nombradas 'a dedo' por el presidente y ratificadas por el Senado. La tercera era elegida por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército.
Esa pobre comunidad no tenía ni voz ni voto en todo el proceso. Hoy, al menos, puede elegir a sus autoridades locales, pero todas y cada de las disposiciones que éstos aprueban deben ser sancionadas por el Congreso. Si, por ejemplo, esas autoridades locales quieren un tren de cercanías que la conecte con un aeropuerto, y el Congreso dice ‘no’, pues no hay tren, como sucedió hace tres años. Dicho sea de paso, esas casi 600.000 personas no pueden elegir a ningún congresista que les represente.
Es un pequeño ‘bantustán’, o ‘Estado bantú’, o sea, los estados ficticios en los que la Sudáfrica del ‘apartheid’ acumulaba a la población negra, tratando de crear la apariencia de que eran en realidad entes independientes.
Y una discriminación flagrante para una localidad sofisticada que, por ejemplo, tiene el segundo mayor ‘ratio’ de asientos de teatro por habitante después de Nueva York, y varios de los mejores museos y galerías de arte del mundo. Entre las personalidades que han nacido y crecido en ella están figuras de la talla de Duke Ellington, Marvin Gaye, el ex vicepresidente Al Gore y el multimillonario y filántropo Warren Buffett. La comunidad, pese a sus reducidas dimensiones, cuenta con 17 universidades y 10 instituciones académicas especializadas en posgrados, entre ellas las dos mejores escuelas de Relaciones Internacionales de EEUU, según el ránking de la revista Foreign Policy. Y es tremendamente multicultural.Por ejemplo, un 12% de sus habitantes son extranjeros que residen legalmente en ella.
Pero esta comunidad también sufre problemas muy serios. Su tasa de asesinatos, por ejemplo, es tres veces la de México, DF, a pesar de que la criminalidad se ha desplomado en la última década (en gran parte, porque muchos delincuentes han muerto de sobredosis de ‘crack’). Un 3% de sus residentes son seropositivos, el triple de lo que las autoridades sanitarias estadounidenses consideran una epidemia severa y generalizada. Y sus miembros son a menudo despreciados y atacados de forma brutal por gran parte de la población del país, en particular por gente como el ex presidente George W. Bush, que hizo bandera de poner 'de vuelta y media' a esta gente. Para los habitantes de la mayor ciudad de EEUU, Nueva York, esta pequeña comunidad es “provinciana”. Para los conservadores, es un nido de izquierdistas, una definición más cercana a la realidad, porque esta pequeña comunidad siempre vota por el Partido Demócrata.
Precisamente, por esa razón, y en un arranque de desprecio a lo que se supone que son los principios de Estados Unidos, el Partido Republicano se niega a darle a esta comunidad representación en el Congreso. Ahora, porque supondría incrementar la representación de los demócratas en el Legislativo. Es un argumento similar al que se daba en el pasado, cuando esta comunidad no podía tener poder para elegir a sus dirigentes porque la mayor parte de su población es negra.
Esa comunidad no está en ninguna isla remota del Pacífico, como Samoa o Guam (que también tienen un estatus colonial), sino que es Washington, la capital de Estados Unidos. Una capital que sigue, en el 4 de julio, en un régimen colonial. ¿Hasta cuándo?
Pablo Pardo
Colaborador de EL MUNDO en Washington.
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