La conmemoración del ataque terrorista a las Torres Gemelas obliga a replantear los hechos. Diez años son pocos pero suficientes como para rehacer el suceso y revisar la evolución de las ideas. La certeza que tuvimos de lo que vimos en la televisión no ha cambiado, en cambio las interpretaciones sí. Hoy en día parece increíble que un porcentaje no pequeño de estadounidenses crea que el presidente Bush sabía de antemano lo que sucedería, otros, más críticos o lúcidos, adelantan que su Presidente (con los militares y productores de armas) fomentó el ataque, y una tercera versión, echada al aire por científicos, afirma que aparte de las explosiones producidas por el choque de los aviones había cargas de productos colocadas por la CIA que reaccionaron al fuego y el calor para derribar ambas torres sin dañar otros edificios .
Quienes afirman lo anterior recuerdan que la táctica del autoataque ha sido empleada por los Estados Unidos de América en muchas ocasiones, desde dinamitar su propio barco frente a Cuba, hacerse atacar por los japoneses en Pearl Harbour, decirse ofendidos por una patrulla de mexicanos en Texas para apoderarse de medio país, destruir un acorazado en la bahía de Tonkín, propiciar un tiroteo a estudiantes de medicina en Granada y varios otros etcéteras. Estados Unidos se golpea a sí mismo para justificar invasiones, genocidios, ocupaciones y anexiones. En todos los casos se define a sí mismo como víctima.
En el caso de las Torres, habiendo muerto los terroristas lo que obligaba era buscar sus contactos y a los verdaderos estrategas. Osama Bin Laden fue el inmediato enemigo, y sin duda lo era. Pero George W. Bush no adelantaba en nada con ese dato. Decidió, por tanto, crear un verdadero enemigo, un ser siniestro y deleznable al que pudiese cargar con las culpas del mundo. Todo indica que ya estaba escogido desde antes: el dictador de Irak, Sadam Hussein. Se le acusó de tener armas de destrucción masiva (¡por Dios, el país que tiene más armas de destrucción masiva acusando a otro de lo que es él mismo!) y de esa mentira corroborada por científicos y políticos surgió la guerra contra Irak. De una mentira, por tanto, se deriva la muerte de algo más de 640 mil iraquíes y unos cinco mil soldados americanos. Las muertes de iraquíes son uno a uno asesinatos puesto que no se trata de una guerra sino de una invasión. Aquí me desvío para decir que, por ejemplo, a la invasión norteamericana a México nosotros la llamamos así; en sus libros de historia la nombran “Guerra México-Estados Unidos”. Creen que al añadir un sustantivo cambiará ese acto imperialista de robo y despojo que fue condenado por americanos justos, que los hay.
Una imagen que no puedo olvidar es la del momento en que Bush conversaba con un grupo de niños y alguien ingresa a la escuela y dice algo a su oído (evidentemente le anuncia lo de las Torres), pero él, sin la menor evidencia de haberse exaltado, sin levantarse, todavía se despide de los escolapios. ¿Cómo reaccionaría usted si le avisan que se está quemando su casa? Pero la otra cuestión es cuando decide atacar a un pueblo que ninguna ofensa había hecho a los Estados Unidos y, al enviar sus portaviones y volcar miles de bombas sobre la población civil, antes hace una oración pública pidiéndole a Dios bendiga a sus “muchachos” que van a asesinar gente inocente.
Conclusiones: Estados Unidos de América vive la infausta agresión en las Torres Gemelas. Mueren alrededor de tres mil personas. Se cobra la deuda con inocentes y lleva cientos de miles de muertos. También murieron sus soldados en mayor cantidad que los de las Torres. Bush se apropia del petróleo de Irak. Sus fábricas de armamentos se reactivan y la economía de guerra levanta al país. En contraparte su país gasta billones de dólares en dos guerras contra países que nunca los ofendieron. Da inicio una recesión brutal. Bush deja el poder y un país en gravísimos problemas. Los americanos eligen a un mulato para presidirlos. Éste toma un país en debacle. Los republicanos y una gran porción de americanos lo creen culpable de sus carencias. Se crea un semi partido prácticamente nazi. Entre el terrorismo de Bin Laden y el de George W. Bush no hay mucho trecho.
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