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Cuando la revolución Libia subió de tono y se convirtió en guerra civil a finales de febrero, las tropas rebeldes se hicieron en su avance con decenas de arsenales y con las armas de los cuarteles que el Ejército de Muamar Gadafi iba dejando atrás. La población sublevada se armó y el dictador armó a los suyos. No importaba que fueran militares o civiles; no importaba que supieran o no emplearlas. Cada cual tenía la suya sin importar el grado de experiencia. Y las siguen teniendo.
La ONG estadounidense Human Rights Watch (HRW) ha denunciado que las nuevas autoridades libias siguen sin controlar los arsenales. Los últimos ejemplos se han hallado en Sirte, la ciudad natal de Gadafi, que ha quedado prácticamente en ruinas tras varias semanas de batalla. Allí han localizado misiles tierra-aire, munición para tanques y morteros, miles de armas aéreas guiadas y no guiadas y miles de armas automáticas.
El material encontrado como “los misiles tierra-aire pueden derribar un avión civil y los explosivos pueden con facilidad acabar convertidos en coches bomba como los que han matado a miles de personas en Irak o Afganistán”, reconoce Peter Bouckaert, coordinador de emergencias de HRW. “Hemos advertido desde hace meses al CNT y a la OTAN de los peligros que suponen los enormes arsenales de armas sin vigilancia y la urgente necesidad de asegurarlos”, añadió Bouckaert.
Muchos de esos almacenes han sido saqueados. Unos cien kilómetros al sur de esta ciudad de la costa mediterránea, HRW dio con 70 búnkeres con explosivos sin ningún tipo de vigilancia. En uno solo de esos almacenes un reportero de la agencia AFP contó unos 8.000 obuses de 100 milímetros; en otros había cientos de bombas de 250, 500 y 900 kilos entre otro armamento apilado en grandes cantidades. El CNT afirma por su parte haber puesto a buen recaudo las armas químicas que han encontrado del depuesto régimen.
Gran Bretaña, al igual que Estados Unidos, ha expresado su preocupación porque muchos de los aproximadamente 20.000 misiles tipo “Manpads” (Man Portable Air Defense Systems) han desaparecido de los arsenales y se desconoce en manos de quién están. Londres está colaborando con el CNT para tratar de poner orden en medio del caos.
Hassan, un hombre que ronda los cuarenta, mostró a este enviado especial el maletero de su coche a las pocas horas de participar en el asalto a Bab Al Aziziya, el cuartel general de Gadafi en Trípoli, el 23 de agosto. Dentro llevaba varios rifles flamantes, con su caja y todo, así como una pistola italiana marca Beretta. Como muchos otros se había autoabastecido. Los alrededores del lugar, llenos de embalajes y la documentación que acompaña las armas tirados por el suelo.
Escenas similares se vivieron en los interminables arsenales y almacenes en la superficie o subterráneos de otras ciudades conquistadas al régimen con anterioridad como Ajdabiya. Miles de cajas de munición apiladas, cientos de lanzagranadas, cohetes, minas antipersona, kalashnikovs… No hay cifras, ni siquiera aproximadas del material que circula sin control alguno, pero las alarmas no dejan de saltar en un país donde las celebraciones vienen acompañadas sistemáticamente por disparos que primero son al aire y que, en medio de la algarabía, con frecuencia acaban hiriendo o matando al de al lado o a uno mismo. No hay que estar muchos días en Libia para ser testigo de estas escenas.
Ocho meses después de comenzar el levantamiento, la espiral de violencia hace muy difícil dar marcha atrás por mucho que el Consejo Nacional Transitorio (CNT) insista en que una de sus prioridades es el desarme y la regularización de unas nuevas Fuerzas Armadas. Y lo que es peor, el negocio y el tráfico se han instalado en el país magrebí y algunas fuentes afirman que los terroristas de Al Qaida del Magreb Islámico (AQMI) ya tienen en su poder esos misiles capaces de alcanzar a aviones en pleno vuelo.
“Compartimos con los países del Sahel la inquietud por la circulación incontrolada de armas provenientes de Libia”, dijo en Argel el jueves Robin Searby, consejero del primer ministro británico para asuntos del norte de África. Searby participaba en una reunión en la que se abordó, entre otros asuntos, la evolución de la amenaza de AQMI y sus implicaciones en la crisis libia. “La situación actual pone en peligro la seguridad de toda la región”, añadió, según la agencia AFP.
“Tenemos noticias de dos o tres posibles entregas de armas (a AQMI) incluso con misiles tierra-aire por parte del régimen de Gadafi”, dijo hace unos días a ABC en una entrevista Gustavo de Aristegui, diplomático del Partido Popular, que acaba de publicar el libro “Encrucijada árabe”.
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