MIKEL AYESTARAN
Día 04/11/2011
La cuenta atrás para la reunión de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) vuelve a poner sobre la mesa la amenaza del programa nuclear iraní. A falta de una semana para la cita de Viena, Israel eleva el tono frente a Teherán y habla abiertamente de ataques quirúrgicos para frenar el desarrollo atómico del régimen islámico para lo que ha probado incluso un nuevo sistema de propulsión para el lanzamiento de misiles. Washington, por su parte, endurece las sanciones y recuerda el supuesto complot para asesinar al embajador saudí en EE.UU. por agentes iraníes destapado para mantener bien alta la tensión frente al eterno enemigo. Un frente común ante el que los políticos iraníes están acostumbrados.
En Teherán se mueven a la perfección en esta guerra psicológica desde hace tres décadas y respondieron con dureza colocándose siempre como víctimas de una posible operación militar. «EE.UU. y el régimen sionista saben que, si lo hacen, sufrirán unas pérdidas enormes», afirmó el jefe de la Junta de Estado Mayor, general Hasan Firuzabadi. El ministro de Exteriores, Alí Akbar Salehi, tampoco dejó pasar la oportunidad para dejar patente que su país «siempre ha estado preparado para la guerra». Una respuesta firme gracias, entre otras cosas, a los últimos misiles desarrollados por el régimen, con capacidad de alcanzar suelo israelí, y al estrecho control sobre el estrecho de Ormuz por donde sale buena parte del crudo de los países del Golfo.
Pese a la amenaza militar, el conflicto nuclear es un salvavidas para el presidente Mahmoud Ahmadineyad —a las puertas de una moción de confianza— ya que la cúpula del régimen está fragmentada y este es uno de los pocos puntos sobre el que los dirigentes no tienen discrepancias.
El diario «Le Figaro» encendió las alarmas a comienzos del mes pasado sobre la próxima cita del AIEA al asegurar que, según fuentes próximas al organismo, con el nuevo informe «quedará al descubierto el carácter militar del plan atómico iraní». Desde Teherán piden pruebas, pero de momento las investigaciones del órgano internacional no han sido capaces de probar que el régimen islámico haya cruzado la línea roja.
Por ello los iraníes se sienten víctimas de una campaña internacional que también afecta a socios suyos como Siria. Aunque la Alianza Atlántica, de momento, ha dejado claro que no piensa atacar ni a Damasco, ni a Teherán, según insiste su secretario general Anders Fogh Rasmussen.
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