22 de septiembre de 2011
Pável Burmístrov, Russki Reporter
La situación en Libia ha entrado en una nueva fase. El régimen de Gadafi ya no va a quedar en pie, la euforia empieza a desvanecerse y surgen los abusos y los pronósticos pesimistas. Las tropas especiales de los aliados están combatiendo dentro del territorio del país, infringiendo así la resolución de Naciones Unidas. Además, los rebeldes están dirigidos por islamistas radicales y la calidad de la información pone en peligro la confianza en los principales medios de comunicación del mundo.
Tanque T-72. Foto de Reuters/Vostock Photo
La operación “Protector Unificado” de la OTAN empezó de una manera casi ideal, por lo menos desde el punto de vista informativo y de realización técnica. Ni una sola figura política de peso se pronunció a favor del régimen de Gadafi, así que la palabra “unificado” tenía un contenido concreto y real. Por su parte, el hecho de que la operación no previese una fase terrestre y la decisión de limitarse al apoyo aéreo de los rebeldes, mal armados y sin preparación militar adecuada, también confería un sentido real a la palabra “protector”.
Todo parecía que iba a ir bien, pero durante medio año, estos métodos se mostraron incapaces de derrocar al coronel Gadafi. Finalmente, prevaleció el pragmatismo de los aliados y la guerra tomó su forma habitual.
Hace una semana, todos los expertos encuestados por Russki Reporter pronosticaban lo mismo: tarde o temprano saldrán a la luz datos referentes a la participación directa de la coalición en las operaciones terrestres. El pronóstico se ha cumplido. La prensa británica, apoyándose en fuentes del Ministerio de Defensa, escribió que varios militares ingleses, veteranos de las guerras de Afganistán e Irak y que sirven en las tropas especiales o en empresas militares privadas, habían participado en el asalto a Trípoli. Más tarde, el ministro de defensa del Reino Unido admitió que los insurrectos habían obtenido acceso a datos del servicio de inteligencia británico. Simultáneamente, se descubrió que en las operaciones terrestres habían participado militares de al menos tres países más: Francia, Qatar y Jordania. También es sabido que hace aproximadamente un mes los franceses y los británicos situaron el mando de sus estados mayores en los alrededores de la ciudad de az-Zawiyah, al este de Libia.
Entonces quedó claro que la OTAN había infringido la resolución nº 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, que no sanciona la guerra aérea. Gracias a esto los insurrectos obtuvieron los mayores éxitos de de esta campaña militar.
Un nuevo foco islamista
El asalto a Trípoli fue acompañado de una campaña propagandística sin precedentes por parte de los medios de comunicación árabes y occidentales, y daba la impresión de que el régimen estaba a punto de caer definitivamente. Las noticias sobre la toma de Trípoli fueron emitidas en televisión cuando los insurrectos no controlaban más que una pequeña parte de la ciudad, los combates continuaron durante una semana más.
Los numerosos comunicados sobre la captura, la huida al extranjero o la muerte de Gadafi y sus hijos varones, así como sobre el traslado a Trípoli del Gobierno Nacional de Transición formado por los rebeldes aparecían casi simultáneamente y no se han podido confirmar hasta ahora. El flujo de información dio a entender por un momento que las fuerzas de Gadafi controlaban tan sólo su residencia en Trípoli, y que ésta estaba cercada. Pero más tarde se comprobó que aún quedaban muchos combates por delante y que los partidarios del expresidente libio controloban la mitad del territorio, y la lucha por estas regiones aún no había empezado.
Por otra parte, en estos momentos se está definiendo la composición del gobierno de transición. Ya se pueden entrever algunos de sus rasgos. Algunos de estos recuerdan los dramáticos pronósticos de los orientalistas rusos que hace ya medio año predecían que Libia se iba a convertir en la principal plataforma para la difusión del islamismo radical en el Norte de África. Por ejemplo, el jefe del Consejo Militar de los insurrectos de Trípoli, Abdelhakim Belhadj, es el antiguo emir del Grupo Islámico de Combate de Libia (LIFG, en sus siglas en inglés), que después de los atentados del 11-S fue incluido en la lista internacional de organizaciones terroristas. Al igual que Osama bin Laden, obtuvo el título de ingeniero, se casó con varias mujeres y se marchó a Afganistán para luchar al lado de los muyahidines en contra de la URSS. En los años 90 volvió a Afganistán en vísperas de la nueva invasión de los “infieles”, pero en 2004 fue capturado por los americanos. Estos últimos entregaron a Belhadj a las autoridades libias, donde cumplió cuatro años de condena y fue puesto en libertad tras prometer que no volvería a coger las armas.
Irán en contra de Gadafi
Tres años después él mismo ha encabezado el asalto a Trípoli junto con sus compañeros de armas del LIFG. Según los comunicados de los rebeldes, éstos habrían liberado a alrededor de 10.000 presos. Nadie sabe cuántos excombatientes islamistas hay entre ellos.
A medida que el peso político se desplaza de Gadafi a los insurrectos, la atención se va centrando en las acciones y la retórica de estos últimos. Se ha llegado a saber que entre sus patrocinadores de aquella época se encontraba Irán, suministando al menos medicamentos y alimentos. El jefe del Gobierno Nacional de Transición, Mustafa Abdul Jalil, ha agradecido oficialmente su apoyo al presidente iraní Mahmud Ahmadineyad.
Cabe destacar que el gobierno de transición se ha negado a entregar al Reino Unido al conocido terrorista Abdelbaset al-Megrahi, que hizo explotar un avión en 1988 cuando sobrevolaba la ciudad escocesa de Lockerbie. En 2009 fue enviado a cumplir condena a Libia debido a sus problemas de salud. Pero Gadafi lo liberó y glorificó como héroe nacional. “No entregaremos a Occidente a ningún ciudadano libio. Eso lo hacía Gadafi, pero nosotros no lo haremos”, declaró el ministro de Justicia del gobierno de transición, Muhammed Allahii.
Al igual que en Egipto, el nuevo gobierno revolucionario ha adoptado una política exterior más drástica. Los insurrectos libios han empezado a demostrar que los lemas referentes a la libertad y a la democracia, presentes en sus banderas, se combinan perfectamente con una política exterior más dura y radical. En cualquier caso, parece que esto no se aplica a la economía, de cuya reconstrucción el nuevo gobierno tampoco podrá prescindir. Una de las primeras acciones de los rebeldes ha sido restablecer el funcionamiento del gasoducto subterráneo que unía Libia con Egipto.
Conflictos étnicos
Sin embargo, parece que algunos aspectos de la política libia no van a cambiar. Llegan noticias de que en las ciudades tomadas por los rebeldes hay cada vez más ataques contra personas de la minoría negra de Libia, la etnia toubou. Durante el gobierno de Gadafi fueron discriminados y llegaron a perder la nacionalidad. Ahora, en un país desgarrado por la guerra civil y los conflictos tribales, esta etnia se encuentra en una situación muy difícil, de alto riesgo de agresión.
Se espera que próximamente haya combates decisivos por Sirte y los territorios situados al sur de la capital y en el sudoeste del país. No es difícil predecir el resultado, ya que en la lucha por Trípoli las fuerzas de la coalición demostraron que estaban dispuestas a incumplir tanto la resolución de la ONU, como sus propias promesas, con tal de derrumbar a Gadafi. A su vez, la conversión de un país islámico unido en un conglomerado de territorios prácticamente independientes que combaten entre sí, a imagen y semejanza de Afganistán, Somalia, Irak y Yemen, se hace cada vez más evidente.
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