Ángel Liberal
El mes de marzo nos ofreció un nuevo ejemplo del afán británico por sembrar cizaña en Gibraltar y sus alrededores. Parece que les da pánico que exista la más mínima posibilidad de una relación normal entre la población de Gibraltar y la de la Comarca, por si, como consecuencia de ella, se viesen en peligro la posición militar en el Estrecho de la potencia colonial y los beneficios económicos que ofrece el paraíso fiscal.
La enésima expresión de la crisis permanente que supone Gibraltar en las relaciones hispano-británicas ha sido, otra vez, por los pesqueros. Son notables la perseverancia de los británicos y su capacidad teatral pero también debemos reconocer que no son muy originales.
En 1999, la Royal Navy consiguió abortar el que iba a ser el primer encuentro entre un ministro español de Asuntos Exteriores y el ministro Principal de Gibraltar. En aquellas fechas apresaron al pesquero Piraña pues con sus artes de arrastre estaba dañando los cables del sistema de inteligencia acústica con el que controlan el tránsito de submarinos por el Estrecho.
Con el argumento de que los españoles perjudicaban el ecosistema local, pusieron por delante al entonces ministro Principal llegándose a un acuerdo por el que los pescadores no faenarían a menos de 225 metros de la costa. Precisamente hasta esa distancia podrían encontrarse también en el fondo marino dispositivos de protección de las dos entradas del puerto frente a unas hipotéticas incursiones de buceadores. Recordemos que, en esos días, los pescadores cortaron el tránsito por la verja.
Ni la fuerza actual de los cañones de la Royal Navy es comparable a la que tuvo antaño ni la capacidad económica de la City con sus paraísos fiscales se desenvuelve de forma incuestionable así que, tanto el Ministerio de Defensa como el Foreign Office tienen que esforzarse en mantener la tensión entre las dos comunidades separadas por una verja militar.
Podemos señalar algunas muestras de sus esfuerzos. En septiembre de 2000 organizaron un desembarco junto con holandeses en el Peñón. En febrero de 2002 se les fue la mano porque el desembarco lo hicieron en La Línea. En 2004 otra escala del tristemente famoso Tireless dio lugar a la afirmación del ministro Miguel Ángel Moratinos de que "políticamente, el Almirantazgo británico sigue provocando de forma reiterada". En febrero de 2005 fue la reparación de otro submarino y en noviembre del mismo año unas declaraciones sobre la entrada de submarinos con misiles balísticos. En marzo de 2009 fue la inauguración, por parte de la princesa Ana, del Centro Médico militar en el istmo ilegalmente ocupado.
A esos esfuerzos militares podemos añadir los incidentes con la Guardia Civil cuando persigue a embarcaciones contrabandistas, la modificación del decreto conocido como constitución de Gibraltar (2006) y ahora, los renovados incidentes con pescadores, otra vez con el argumento medioambiental, por paradójico que parezca viendo sus "gasolineras flotantes".
Según el decreto constitucional, la policía depende del gobernador. Sabemos que el gobierno local trata de arrancar competencias en esta materia pero no parece probable que se haya impuesto sobre el gobierno británico. Así pues, las órdenes actuales de romper el acuerdo de 1999 -hecho por iniciativa de los militares- no pueden sino proceder de Londres. Casualmente los incidentes iniciales se produjeron en vísperas del primer viaje del actual ministro Principal a Madrid para reunirse con algunos periodistas que le sirven para propagar las excelencias de la colonia.
Por extraño que resulte, quizá alguien piense que esa población, que disfruta de un "colonialismo consentido", también disfruta con la hospitalidad española en una urbanización de lujo como Sotogrande y en toda la Comarca, a la que se desplazan para superar el grave problema de espacio y vivienda que tienen en Gibraltar. Quizá por ello a los británicos les resulte conveniente seguir manteniendo la tensión entre las poblaciones del norte y sur de la verja.
Lo anterior explica el que, mientras por una parte presionan a los españoles para que vuelvan al proceso de Córdoba y hagan concesiones imposibles -especialmente en cuestiones de soberanía o en el ámbito de las relaciones exteriores- para ganarse la confianza de la población de Gibraltar, por la otra, hacen los esfuerzos necesarios para llevar la irritación a los dos lados de la verja.
En esta ocasión parece que ponen sobre la mesa no sólo la relación entre las dos comunidades, sino también cuestiones relativas a la soberanía de los espacios marítimos y al nivel de interlocución de las autoridades locales; a ellas suman la posibilidad de obtener ingresos adicionales mediante la venta de licencias de pesca en unas aguas que nunca fueron cedidas por España. Todo esto con un argumento tan atractivo como es el de la protección del medio ambiente.
Deben estar preocupados, no vaya a ser que más de uno piense como una conocida personalidad local que dijo recientemente que "la primera prioridad de Gibraltar es llegar a un arreglo con España. algo absolutamente esencial. el problema de Gibraltar es su dependencia de España. La economía de Gibraltar está en una situación muy seria pues es totalmente artificial por estar basada en el juego y en el centro financiero, que pueden perderse de la noche a la mañana".
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