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domingo, 15 de abril de 2012

Las agencias de seguridad privadas, un ejército en la sombra

Konstantín Bogdánov, RIA Novosti


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Es probable que en un futuro próximo en Rusia aparezcan agencias de seguridad privadas que podrán actuar también en el extranjero. 

Así lo dijo el actual primer ministro y el presidente electo del país Vladimir Putin. En el mundo el uso de tales estructuras es muy amplio pero la situación rusa tiene algunas particularidades.

Herramientas indirectas

Al presentar el informe anual sobre la gestión de su gabinete en la Duma de Estado, la Cámara baja del Parlamento ruso, Vladimir Putin comentó, contestando una pregunta al respecto, que las agencias de seguridad privadas son una herramienta para velar por los intereses nacionales sin la participación directa del estado. El jefe del Gobierno no descartó la posibilidad de que Rusia utilice esta herramienta en un futuro.

Para entender de qué se trata hace falta recurrir a la experiencia histórica y analizar la específica situación en Rusia.

Los corsarios del siglo XX

Uno de los intentos de utilizar las herramientas indirectas de este tipo es bien conocido: durante la década de los 60 del siglo XX, los mercenarios fueron usados con asiduidad en los conflictos del continente africano. Debido a la intervención de las empresas militares privadas casi se forman dos nuevos estados en África: en Katanga, la provincia más sureña y rica en cobre de la República Democrática del Congo que se independizó y solo pudo ser reintegrada al país gracias a la intervención militar de la ONU, y luego en Biafra, la región sudoriental de Nigeria que proclamó su independencia en 1967.

Los antiguos imperios despojados de sus colonias africanas necesitaban instrumentos para estabilizar el continente, y al principio para este objetivo se sirvieron de los grupos armados de europeos contratados por los gobiernos locales para combatir a la guerrilla “mala”. O, al revés, para derrocar a los gobiernos “malos”, cosa que solían hacer sin ruido y de noche a la mañana.

No obstante, algunas veces las intervenciones de este tipo terminaban en escándalos. Por ejemplo cuando el francés Bob Denard, que había participado en numerosas campañas en África en bastantes países generalmente ofreciendo sus servicios a Francia, intentó dar golpe de Estado en Benín, pero fracasó y sus mercenarios escaparon de milagro. Sin embargo su siguiente intento, la intervención en las Comores, fue un éxito absoluto.

Las bases de mercenarios que actuaban en el continente negro estaban en el África Austral, donde predomina la población de raza blanca, sobre todo en la Rodesia de Ian Smith y en la Sudáfrica de los bóers. Fue allí donde se consolidó, a pesar de las sanciones internacionales y la aprobación de la Convención Internacional contra el reclutamiento de mercenarios, el modelo de modernas empresas militares privadas que trabajaban con los gobiernos africanos para “garantizar la seguridad en circunstancias complicadas”. La más conocida de ellas era la sudafricana Executive Outcomes que, bajo la presión internacional, desapareció como persona jurídica pero no como corporación real.

A mediados de 1990 hubo cambios en el mercado global de empresas militares privadas ya que tras terminar la guerra fría muchos profesionales militares en los países miembros de la OTAN se quedaron sin trabajo. También los ex militares soviéticos cumplieron misiones como pilotos y técnicos en las Fuerzas Aéreas africanas. A la vez creció demanda de servicios de las agencias militares privadas: en la periferia de la antigua Unión Soviética estallaron conflictos y guerras locales, mientras los regímenes africanos se lanzaron a la lucha por el control de los escasos recursos naturales.

“Siglo de platino”

En estas circunstancias los gobiernos occidentales tuvieron que recurrir a esta herramienta al alcance de la mano para pacificar las regiones demasiado agitadas. Los coroneles retirados de los ejércitos británico y estadounidense, que trabajaban en estrecho contacto con sus gobiernos y servicios secretos, llegaron a dominar este mercado. Las empresas militares privadas empezaron a multiplicarse y muy pronto se convirtieron en un elemento clave de la presencia de los países desarrollados en los “puntos calientes” del planeta.

Si la década de los 1960 en el Congo fue ‘el siglo de oro’ de los mercenarios, el primer decenio del nuevo milenio en Irak y Afganistán puede ser considerado el ‘siglo de platino’. En aquella época un mercenario que se encontraba en la zona de combate percibía unos honorarios que superaban los 1.500 dólares al día. La situación resultaba más absurda aún porque los efectivos del ejército estadounidense del mismo rango cobraban lo mismo en una semana realizando las mismas operaciones por deber de su oficio.

Para los finales de la década de 2000, la situación se hizo insostenible: según el informe de la comisión bilateral de contratos militares del Congreso de EEUU, los mercenarios se igualaron en número con los efectivos del ejército estadounidense en Irak y Afganistán. Empezó una fusión inevitable de empresas militares privadas con los suministradores y agencias de servicios que pretendían arrancar un buen bocado de los nuevos gobiernos débiles en Bagdad y Kabul. No obstante, Occidente ya no puede prescindir en los puntos calientes de los mercenarios oficialmente contratados cuyas bajas no interesan a nadie, excepto a su agencia, mientras las tareas que se les encomiendan son muy delicadas. Y en el caso de fracaso ningún gobierno tiene que responder.

En la campaña de Libia de 2011 los agentes privados de seguridad desempeñaron funciones de combatientes e instructores preparados en las filas rebeldes que consiguieron derribar el régimen de Gadafi, aunque después de medio año de lucha y una intervención militar directa de Gran Bretaña, Qatar, Emiratos Árabes y posiblemente Francia.

Empresas militares privadas en Rusia

De modo que se presenta más o menos claro a lo que se refería Vladimir Putin hablando sobre la posibilidad de la formación de las agencias de seguridad privadas en Rusia. Pero a la hora de la realización de esta idea surgen muchos matices.

No es ni siquiera una cuestión de control sobre este nuevo ejército privado, ya que cuando se trata de intereses estatales el control del estado no faltará. Mucho más interesante es analizar las posibles áreas de actividad de este tipo de empresas en Rusia. El mercado nacional no da para mucho, así que por lo visto sus servicios serán reclamados básicamente por las grandes compañías de los sectores extractores para garantizar la seguridad de sus infraestructuras y zonas de explotación tanto en el territorio nacional como fuera del mismo.

Los destinos geográficos de los efectivos de agencias de seguridad privadas también son previsibles. Los procesos de la integración euroasiática, que transforman notablemente el espacio de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), obligarán a aumentar la presencia rusa en varios países del espacio post-soviético, en primer lugar en Asia Central y, tal vez, en los territorios autoproclamados del Cáucaso (Osetia del Sur y Abjasia).

Otra posibilidad de uso de este tipo de fuerza es en Afganistán, un punto de interés común de Moscú y la OTAN. El envío de las tropas a los territorios mencionados amenaza con pérdidas políticas y complicaciones locales. Sin embargo, las empresas militares privadas son un buen recurso para solucionar situaciones difíciles.

Al mismo tiempo, es una buena posibilidad de dar trabajo a un gran número de los militares que se están quedando en paro a causa de una política de recortes de personal de los ministerios rusos de Defensa y del Interior.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI



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