12:00 A.M. 15/04/2012
Una tregua frágil e incierta se ha extendido sobre los focos de violencia que han sacudido a Siria por casi un año, con un saldo de 10.000 muertes o más, de las cuales al menos 1.000 se han producido en las últimas dos semanas. El cese del fuego a partir del jueves último era una de las condiciones contempladas en el plan de paz forjado por el exsecretario general de la ONU, Kofi Annan.
Dicho acuerdo, suscrito por el Gobierno sirio de Bashar Assad, exigía un retiro completo de las tropas y artillería del Ejército de las poblaciones civiles el pasado lunes 9 de abril, seguido de un cese del fuego el jueves 12. Las intenciones reales del régimen sobre esos compromisos afloraron poco antes del retiro, cuando el presidente Assad exigió que las obligaciones de los grupos opositores debían ratificarse por escrito y ser garantizadas por la ONU. Esas exigencias fueron rechazadas por Annan por no haber sido estipuladas en el acuerdo ni discutidas al tiempo de las conversaciones que condujeron al plan de paz.
La dictadura siria no solo incumplió el retiro, parte clave del compromiso, sino que desencadenó una escalada de artillería y ataques aéreos contra las ciudades de donde debía haberse retirado. Annan ha actuado últimamente como emisario de la ONU y también de la Liga Árabe, cuyo propio plan de paz no se llegó a concretar a fines del año pasado, en parte por boicot de las autoridades sirias.
Assad estudió fríamente el plan de Annan y decidió suscribirlo porque no socavaba el mando autoritario de la dinastía gobernante. Eso quedó claro en virtud del incumplimiento de Damasco el lunes, sumado a la cortina de humo diplomático esparcida por el Gobierno de Assad mediante misiones a Moscú del ministro de Relaciones Exteriores y la intensa presencia en la televisión internacional del embajador en la ONU. Dichos voceros no cesaron de clamar que la inminente tregua debía ser respetada por todos, empezando por el Ejército. Nadie chistó en relación con el incumplido retiro de tropas.
Con la inestable tregua así surgida, Assad conservó su presencia militar en todo el país, parcialmente silenciada pero lista para proseguir la aniquilación de los opositores cuando las circunstancias lo demandaran. Esa presencia ha sido queda subrayada por el nutrido despliegue de francotiradores de las fuerzas de seguridad apostados en las principales ciudades.
Todos estos desarrollos confirmaron el temor expresado por muchos de que el plan no funcionaría y, por el contrario, serviría para escudar las acciones violentas del régimen. Así ha sido hasta ahora. Lástima que las principales potencias no hayan ejercido en esta tragedia humana el liderazgo esperado para los crímenes de Assad. Esa actitud contrasta con el caso de Libia, el año pasado, donde se apuraron a respaldar militarmente el alzamiento mediante una zona de exclusión aérea y otras acciones sobre el terreno.
Resulta asimismo evidente que por ahora Assad se siente con capacidad para confrontar a la ONU con sus desmanes. Esa actitud deriva de una constelación de factores, empezando por el respaldo ruso y chino en el Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo veto frenaría una decisión más contundente que los lamentos hasta ahora coreados en ese foro.
Cabe señalar que Rusia también ha asumido un papel de defensor en el ámbito internacional, más allá de la ONU, que le ha facilitado a Assad un cómodo espacio de maniobra. Rusia es un proveedor mayúsculo de armamentos a Damasco, incluidas flotillas de helicópteros y cazabombarderos. Asimismo, Moscú mantiene una base naval en Siria, su único eslabón en el Mediterráneo, donde ha realizado cuantiosas inversiones en infraestructura. En el caso de China, prevalecen los lazos comerciales del petróleo que Siria ha venido proporcionando.
El patrocinio de la Liga Árabe a la misión de Annan ha sido una manera de relegar el problema que presenta el régimen de Assad para la mayoría de los Gobiernos árabes. El gobernante encabeza la rama minoritaria alauita, derivada del chiismo, también minoritario en Siria. Este credo tampoco es compartido por los restantes miembros de la Liga adheridos a las creencias sunitas. Así como en el caso libio la Liga desempeñó un papel central para las acciones de la ONU y la OTAN, en lo que respecta a Siria su participación ha sido entrabada y entre susurros.
Otra causa fundamental de la tibieza árabe con respecto a Siria obedece al rol preponderante de Irán en el curso de los acontecimientos en los dominios de Assad. Siria constituye una pieza fundamental en la estrategia regional de la combativa y chiita teocracia islámica iraní, empezando por servir de puente de armas , fondos, personal y pertrechos a los terroristas de Hezbolá que hoy día controlan Líbano. Por otra parte, Irán es fuente clave de recursos para Assad, incluyendo armas y combatientes de Hezbolá que luchan en las filas del ejército sirio. Señalemos que Iraq –sí, Iraq– ha establecido un puente aéreo entre Irán y Siria para mantener activo el flujo de aviones de transporte iraníes con rumbo a Damasco.
En nuestro continente, destaca el activo papel de Venezuela y Hugo Chávez en apoyo al régimen de Assad. Este respaldo ha sido material, con embarques cuantiosos de petróleo venezolano, y propagandístico, con sonoros aplausos a Assad por sus crímenes humanitarios, presentados por Caracas como acciones defensivas. Además de Assad, Chávez también se ha mostrado fraternal con otros déspotas. Por su parte, Assad ha visitado Caracas –en el 2010– y Chávez, quien ha viajado a Damasco en varias oportunidades, también prometió edificar una refinería petrolera en Siria.
Con este trasfondo, y la incierta tregua armada surgida en Siria, las amenazas a la paz son constantes. Manifestaciones opositoras podrían rebasar la línea de tolerancia de Assad. Al fin de cuentas, Hafiz Assad, padre del hoy gobernante, en su momento ordenó liquidar a más de 20.000 personas. Ese es el parámetro que adopta el dictador actual. Formulemos votos por el surgimiento de una paz firme que conduzca, algún día, a la democracia en esa nación.
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