Tom Dispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Es una política lo bastante feroz como para causar gran sufrimiento a los iraníes, y posiblemente también a los estadounidenses, a largo plazo. Finalmente, incluso podría dañar profundamente la economía y sin embargo, nos dice la historia, fallará por sí sola. La guerra económica conducida por Washington (y alentada por Israel) no derribará al gobierno iraní o lo llevará de rodillas a la mesa de negociación listo a entregar su programa nuclear. Podría, sin embargo, conducir a un verdadero conflicto armado de consecuencias incalculables.
EE.UU. ya está efectivamente embrollado en una guerra económica contra Irán. El gobierno de Obama ha sometido a la República Islámica a las sanciones más devastadoras que se han aplicado a cualquier país desde que Estados Unidos redujo a Irak a la condición de “cuarto-mundista” en los años noventa. Y hay cosas peores en el horizonte. Se está imponiendo un bloqueo financiero que trata de impedir que Teherán venda petróleo, su materia prima más valiosa, como un medio de disuadir al régimen de continuar su programa de enriquecimiento nuclear.
La memoria histórica no ha sido nunca un punto fuerte estadounidense, por eso hoy pocos recuerdan que el embargo global del petróleo iraní no es una táctica nueva de la geopolítica occidental; tampoco hay muchos que recuerden que la última vez que se aplicó con semejante severidad, en los años cincuenta, condujo al derrocamiento del gobierno con desastrosas repercusiones a largo plazo en EE.UU. La táctica es igual de peligrosa actualmente.
El supremo teócrata de Irán, el Ayatolá Ali Jamenei, ha condenado repetidamente la bomba atómica y las armas nucleares de todo tipo como instrumentos del demonio, armamento que no puede utilizarse sin matar cantidades masivas de no combatientes civiles. En los términos más enfáticos las ha declarado, de hecho, prohibidas según la ley islámica. Sobre la base de la última información de EE.UU., el secretario de Defensa Leon Panetta ha afirmado que Irán no ha tomado la decisión de ir en pos de una ojiva nuclear. Por el contrario, los halcones belicistas de Israel y EE.UU. insisten en que el programa civil de enriquecimiento nuclear de Teherán apunta en última instancia a hacer una bomba, que los iraníes van por un camino semejante de manera determinada y que hay que detenerlos ahora, usando medios militares si fuera necesario.
Apretando las clavijas a Irán
De momento, el gobierno de Obama y el Congreso parecen tener la intención de imposibilitar toda venta de petróleo iraní en el mercado mundial. A finales de 2011, el Congreso aprobó una enmienda a la Ley de Autorización de la Defensa Nacional que prevé sanciones a firmas y países que traten con el Banco Central de Irán o compren petróleo iraní (aunque los casos de urgencia pueden solicitar una exención al Departamento del Tesoro). Esta escalada de sanciones hacia algo como un bloqueo financiero hecho y derecho implica extremos peligros de escalar hacia una confrontación militar. La República Islámica trató de dejarlo claro, indicando que no permitirá que la estrangulen sin reaccionar, realizando ejercicios navales en la boca del Golfo Pérsico durante este invierno. La amenaza involucrada es lo bastante clara: cerca de un quinto del petróleo del mundo fluye a través de Golfo, e incluso un corte temporal y parcial podría ser catastrófico para la economía mundial.
Evidentemente el presidente Obama, mediante su política de sanciones y bloqueo, en parte trata de disuadir al gobierno del primer ministro israelí Binyamin Netanyahu de lanzar un ataque militar contra las instalaciones nucleares de Irán. Argumenta que las duras medidas económicas bastarán para llevar a Irán a la mesa de negociación, o incluso obligarle simplemente a ceder.
En parte, Obama intenta complacer al otro aliado de EE.UU. en Medio Oriente, Arabia Saudí, que también quiere que se desactive el programa nuclear de Irán. Al hacerlo, el Departamento del Tesoro de EE.UU. incluso ha hecho que se excluya a los bancos de Irán de las redes internacionales de intercambio, dificultando que los principales clientes de energía de ese país, como Corea del Sur e India, paguen más por el petróleo iraní que importan. Y no hay que olvidar el arma más poderosa del gobierno: la mayoría de los gobiernos y corporaciones no quieren que los excluyan de la economía estadounidense, que con un PIB de más de 15 billones (millones de millones) de dólares todavía es la mayor y más dinámica del mundo.
Típicamente, la Unión Europea ha acordado que dejará de firmar nuevos contratos de petróleo iraní a partir del 1 de julio, por temor a las sanciones del Congreso de EE.UU., una sanción que ha significado problemas especiales para países en dificultades en su parte sur como Grecia e Italia. Ante el boicot de los clientes europeos, Irán dependerá de clientes en los países asiáticos, que compran en conjunto cerca del 64% de su petróleo, y de los del sur del globo. De estos, China e India se han negado a sumarse al boicot. Corea del Sur, que compra petróleo iraní por importe de 14.000 millones de dólares al año, lo que representa cerca de 10% de sus importaciones de petróleo, ha pedido una exención a Washington, como lo ha hecho Japón que el año pasado obtuvo un 8,8% de sus importaciones de petróleo de Irán, más de 300.000 barriles diarios y más en términos absolutos que Corea del Sur. Japón, que planifica una reducción de sus importaciones de Irán de un 12% este año, ya ha conseguido una exención.
Ante el daño económico que infligiría una interrupción repentina de las importaciones de petróleo de Irán a las economías del Este Asiático, el gobierno de Obama ha intentado en vez de eso obtener compromisos de futuras reducciones entre 10 y 20% a cambio de esas exenciones del Departamento del Tesoro. Ya que es más fácil hacer promesas que instituir un boicot, los aliados se orientan hacia los compromisos (Incluso Turquía ha seguido ese camino).
Es casi seguro que semejantes promesas resulten relativamente vacías. Después de todo, existen pocas opciones para esos países aparte de seguir comprando petróleo iraní a menos que puedan encontrar nuevas fuentes, lo que es poco probable actualmente a pesar de las promesas saudíes de aumentar la producción, o de recortar drásticamente el uso de energía, lo que aseguraría la contracción económica y la indignación en el interior.
Lo que esto significa en realidad es que el intento estadounidense e israelí de cortar las exportaciones de Irán probablemente será quijotesco. Para que el plan funcione, la demanda de petróleo tendría que seguir siendo la misma y otros exportadores tendrían que reemplazar los cerca de 2,5 millones de barriles diario que suministra Irán al mercado global. Por ejemplo, Arabia Saudí ha aumentado la cantidad de petróleo que bombea, y promete otro aumento de producción para este verano en un intento de inundar el mercado y permitir que los países reemplacen las compras iraníes por saudíes.
Pero los expertos dudan de la capacidad saudí de hacerlo a largo plazo y –lo más importante de todo– la demanda global no es estable. Aumenta crucialmente en China e India. Para que funcione el bloqueo energético de Washington, Arabia Saudí y otros proveedores tendrían que reemplazar fiablemente la producción de petróleo de Irán y cubrir el aumento de demanda, así como las posibles escaseces causadas por crisis en sitios como Siria y Sudán del Sur, y la disminución de la producción de campos más antiguos en otros lugares.
Aparte de eso, un exitoso boicot del petróleo iraní solo aplicará una drástica presión ascendente a los precios del petróleo, como ha señalado Japón cortés pero firmemente al gobierno de Obama. El resultado más probable: los aliados más cercanos y los que están ansiosos de hacer más negocios con EE.UU. ciertamente reducirán sus importaciones de Irán, dejando que países como China, India, y otros en Asia, África y Latinoamérica se bañen en la piscina del crudo iraní (posiblemente a precios inferiores de los que los iraníes cobrarían normalmente).
Es seguro que los costes de transacción de Irán están aumentando, su pueblo comienza a sufrir económicamente y podría tener que reducir en algo sus exportaciones, pero las tensiones en el Golfo también han llevado a que los precios de futuros de petróleo aumenten de una manera que probablemente compensará los nuevos costes que soporta el régimen. (Los expertos también calculan que la crisis de Irán ya ha aumentado en 25 centavos cada galón de gas que un consumidor estadounidense compra en el surtidor).
Como China, India se ha negado a inclinarse ante la presión de Washington. El gobierno del primer ministro Manmohan Singh, que depende del sustancial voto musulmán de India, no está ansioso de que lo vean condescendiente ante las tácticas de intimidación de EE.UU. Además, al carecer de recursos sustanciales de hidrocarburos, y en vista de los ambiciosos planes de Singh de una tasa de crecimiento anual de 9% –concentrado en la expansión del sector subdesarrollado del transporte de India (un 70% de todo el petróleo que se usa en el mundo se dedica al abastecimiento de combustible para vehículos)– Irán es crucial para el futuro del país.
Para soslayar a Washington, India ha elaborado un acuerdo para pagar la mitad de su parte del petróleo iraní en rupias, una moneda blanda. Entonces Irán tendría que utilizar esas rupias en alimentos y bienes de India, un golpe de fortuna para sus exportadores. Desafiando una vez más al presidente de EE.UU., los indios incluso ofrecen una ventaja tributaria a las firmas indias que comercian con Irán. Ese país, por su parte, ofrece pagar algunos bienes indios en oro. Ya que India tiene un déficit comercial con EE.UU., Washington solo se dañaría a sí mismo si sancionara agresivamente a India.
Una lección histórica ignorada
Hasta ahora, Irán no muestra señales de ceder a la presión. Para sus dirigentes, las futuras centrales de energía nuclear prometen independencia y significan la gloria nacional, como ocurre en Francia, que obtiene casi un 80% de su electricidad de reactores nucleares. El temor de Teherán es que, sin energía nuclear, un Irán en desarrollo consuma todo su petróleo en el interior, como ha sucedido en Indonesia, dejando al gobierno sin un ingreso adicional para mantener su libertad ante las presiones internacionales.
Irán es particularmente celoso de su independencia porque en la historia moderna ha estado ocupado a menudo por una gran potencia o potencias. En 1941, con la Segunda Guerra Mundial en camino, Rusia y Gran Bretaña, que ya controlaban el petróleo iraní, lanzaron una invasión para asegurar que el país siguiera siendo un activo de los Aliados contra el Eje. Pusieron en el trono al joven e inexperto Mohammed Reza Pahlevi y enviaron a su padre, Reza Shah, al exilio. El corredor iraní –que el primer ministro británico Winston Churchill llamó “el puente de la victoria”– permitió entonces a los aliados el envío efectivo de suministros cruciales a la Unión Soviética en la guerra contra la Alemania nazi. Los años de ocupación fueron, sin embargo, devastadores para los iraníes que sufrieron considerable inflación y hambruna.
Después de la guerra –y de la ocupación aliada– estalló el descontento. Se concentró en un acuerdo que Irán había firmado en 1933 con Anglo-Iranian Oil Company (AIOC) respecto a la explotación de su petróleo. A comienzos de los años cincuenta AIOC (que después se convirtió en British Petroleum y ahora es BP) pagaba más impuestos al gobierno británico que royalties a Irán por su petróleo. En 1950, cuando se conoció que el consorcio petrolero estadounidense ARAMCO había ofrecido al rey de Arabia Saudí un reparto al 50% de los beneficios del petróleo, los iraníes exigieron las mismas condiciones.
La AIOC se mostró inicialmente inflexible en que no renegociaría el acuerdo. Para cuando había ablandado en algo su posición y comenzó a ser menos arrogante, los parlamentarios iraníes estaban tan indignados que no querían tener nada más que ver con la firma británica o el gobierno que la apoyaba.
El 15 de marzo de 1951, un parlamento iraní democráticamente elegido nacionalizó de modo sumarísimo los campos petroleros del país y expulsó a AIOC. Frente a una ola de cólera pública, Mohammed Reza Shah aceptó y nombró primer ministro a Mohammed Mosaddegh, partidario acérrimo de la nacionalización del petróleo. Nacionalista conservador de una antigua familia aristocrática, Mosaddegh pronto visitó EE.UU. en busca de ayuda, pero porque su coalición nacionalista incluía al Partido Tudeh (el Partido Comunista de Irán), fue cada vez más vilipendiado por la prensa estadounidense como simpatizante soviético.
El gobierno británico, indignado por la nacionalización del petróleo y temeroso de que el ejemplo iraní pudiera llevar a otros productores a hacer lo propio, congeló los activos del país e intentó instituir un embargo global de su petróleo. Londres estableció duras restricciones a la capacidad de comerciar de Teherán, y dificultó la conversión de las libras esterlinas que tenía Irán en los bancos británicos. Inicialmente, el gobierno del presidente Harry Truman apoyó a Irán. Sin embargo, después de que el republicano Dwight Eisenhower llegase al Despacho Oval, EE.UU. se sumó con entusiasmo al embargo del petróleo y a la campaña contra Irán.
Irán se desesperó crecientemente por vender su petróleo, y países como Italia y Japón fueron tentados por ventas “arriesgadas” a precios más bajos que los del mercado. Sin embargo, como ha mostrado la historiadora Nikki Keddie, las grandes compañías petroleras y el Departamento de Estado de EE.UU. utilizaron tácticas de presión para impedir que esos países lo hicieran.
En mayo de 1953, por ejemplo, el exejecutivo de Standard Oil of California y “asesor para petróleo” del Departamento de Estado, Max Thornburg, escribió a la embajadora de EE.UU. en Italia, Claire Booth Luce, respecto a una solicitud italiana de compra de petróleo iraní: “Si Italia aprueba ese petróleo y acepta cargas adicionales indicaría definitivamente que se ha puesto de parte de los “nacionalizadores” del petróleo, a pesar del peligro que esto representa para las inversiones estadounidenses y fuentes vitales de suministro de petróleo. Obviamente es un derecho de Italia. Lo único que está en cuestión es la prudencia de ese camino”. Luego amenazó a Roma con acabar con las compras de suministros italianos por parte de la compañía petrolera por un valor de millones de dólares.
Finalmente, el bloqueo anglo-estadounidense devastó la economía de Irán y provocó intranquilidad social. El primer ministro Mosaddegh, inicialmente popular, pronto se vio ante una creciente ola de huelgas y manifestaciones de protesta. Los comerciantes y pequeños empresarios, entre sus más importantes partidarios, presionaron al primer ministro para que restaurara el orden. Cuando finalmente reprimió las protestas (algunas de ellas preparadas por la CIA) el Partido Tudeh, de extrema izquierda, comenzó a retirarle su apoyo. Los generales derechistas, desanimados por la huida del Sha a Italia, la ruptura de las relaciones de Irán con Occidente y el deterioro de la economía, se abrieron a las lisonjas de la CIA que, con la ayuda del espionaje británico, decidió organizar un golpe para colocar a su propio hombre en el poder.
Peligro de repercusiones negativas
La historia del golpe de la CIA en Irán en 1953 es bien conocida, pero pocas veces se considera que su éxito dependió de los dos años precedentes de feroces sanciones contra el petróleo iraní. Es difícil mantener un bloqueo económico global contra un importante país petrolero. Si se hubiera roto, EE.UU. y Gran Bretaña habrían sufrido una considerable pérdida de prestigio. Otros países del Tercer Mundo podrían haber cobrado ánimo y reclamado sus propios recursos naturales. Se puede decir por lo tanto que el bloqueo hizo que el golpe fuera necesario. El golpe, por su parte, llevó al aumento del poder de Ayatolá Jomeini un cuarto de siglo después y, finalmente, al presente enfrentamiento entre EE.UU. e Israel con Irán. Parece una especie de lección histórica aleccionadora que debería ser considerada por todo político en Washington (y ninguno, por cierto, la considera).
Como entonces, ahora es poco probable que un bloqueo del petróleo por sí solo logre los objetivos de Washington. Actualmente, el deseo estadounidense de obligar a Irán a abolir su programa de enriquecimiento nuclear parece tan alejado como siempre. En este sentido, existe otra lección histórica que vale la pena considerar: el fracaso de las sanciones devastadoras impuestas al Irak de Sadam Hussein en los años noventa en el intento de derribar a ese dictador y su régimen.
Lo que eso demostró es bastante simple: las camarillas gobernantes propietarias de valiosas industrias como el petróleo se pueden proteger de los peores efectos de un boicot internacional, incluso si trasfieren los costes a un público impotente. De hecho, la devastación de la economía tiende a arrojar a la clase media a una espiral de movilidad descendente, dejando a sus miembros todavía con menos recursos para resistir a un gobierno autoritario. La decadencia del otrora vigoroso movimiento de protesta Verde de Irán de 2009 probablemente tiene está conectada a este hecho, como un sentimiento creciente de que Irán se encuentra ahora bajo un cerco extranjero, y que los iraníes deben unirse en apoyo de la nación.
Sorprendentemente hubo una masiva participación electoral en las recientes elecciones parlamentarias en las que los candidatos próximos al Supremo Líder Alí Jamenei dominaron los resultados. La política iraní, nunca muy libre, no obstante a veces ha dado sorpresas y movimientos llenos de energía, pero en estos días se mueve en una dirección decididamente conservadora y nacionalista. Hace solo unos años, la mayoría de los iraníes desaprobaba la idea de poseer una bomba atómica. Ahora, según un sondeo Gallup, hay más aprobación que rechazo a la militarización del programa nuclear.
El gran bloqueo del petróleo de 2012 todavía puede concentrarse en gran parte en las finanzas, pero conlleva los mismos peligros de escalada e intervención –así como de futura amargura y repercusiones negativas– que la campaña de principios de los años cincuenta. Las sanciones financieras estadounidenses y europeas comienzan a interferir en la importación de productos básicos como el trigo, ya que Irán ya no puede utilizar el sistema bancario internacional para pagarlos. Si los niños sufren o incluso aumenta su mortalidad debido a las sanciones, ese hecho podría provocar futuros ataques contra EE.UU. o tropas estadounidenses en el Gran Medio Oriente. (No hay que olvidar que las sanciones iraquíes, consideradas responsables de la muerte de unos 500.000 niños, fueron citadas por al Qaida en su “declaración de guerra” a EE.UU.)
El intento de inundar el mercado y utilizar sanciones financieras para imponer un embargo del petróleo iraní contiene muchos peligros. Si fracasa, los grandes aumentos de los precios del petróleo podrían afectar a economías frágiles de Occidente que todavía se recuperan de los escándalos hipotecarios y bancarios de 2008. Si no da en el blanco, podría haber agitación en los Estados productores de petróleo debido a una repentina caída en los ingresos.
Incluso si el embargo tiene un éxito relativo al mantener el petróleo iraní bajo tierra, el daño a largo plazo a los campos petroleros y oleoductos de ese país (que podrían arruinarse al estar inactivos suficiente tiempo) podría dañar la economía mundial en el futuro. La probabilidad de que un embargo del petróleo pueda cambiar la política del gobierno iraní o inducir un cambio de régimen es limitada, en vista de nuestra experiencia con las sanciones económicas en Irak, Cuba, y otros sitios. Además no hay motivos para pensar que la República Islámica aceptará su caída sin reaccionar.
Mientras, las sanciones, que se transforman en un bloqueo virtual, provocan el espectro que generan todos los bloqueos de causar una reacción violenta. Igual de peligroso es el espectro de que las sanciones se extiendan sin producir resultados tangibles, instigando una acción encubierta o abierta de EE.UU. contra Teherán para salir airoso. Y ante esa posibilidad, amigos, es donde nos toca actuar.
Juan Cole es profesor titular de Historia en la cátedra Richard P. Mitchell y director del Centro de Estudios del Sur de Asia en la Universidad de Michigan. Su libro más reciente es “ Engaging the Muslin World ”, en Palgrave Macmillan.
rCR
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