En noviembre de 2002, el entonces Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, alertó a sus aliados norteamericanos sobre el peligro que suponía para la seguridad de los Estados de Oriente Medio el relativamente poco conocido programa nuclear iraní. El ex general hebreo aprovechó el impacto mediático generado por una visita a los Estados Unidos para exigir el apoyo estratégico de la Administración Bush en caso de un ataque aéreo contra las instalaciones atómicas del país de los ayatolás. Su propuesta tropezó, sin embargo, con la rotunda negativa de la Casa Blanca. El Presidente Bush tenía otros planes; otras prioridades.
Desde hace una década, los sucesivos Gobiernos de Tel Aviv tratan de persuadir a la clase política estadounidense para que tome cartas en el asunto. Ficticia o real, la “amenaza nuclear” iraní se ha convertido en la obsesión de los estrategas israelíes, poco propensos a barajar la posibilidad de contar con una (¡otra!) potencia atómica en la zona. En este contexto, conviene recordar el espectacular ataque relámpago de la aviación israelí contra el reactor nuclear iraquí “Osirak”, destruido en junio de 1981, con el beneplácito de Norteamérica y la tácita aquiescencia de la monarquía saudí, que permitió a los bombarderos israelíes sobrevolar el desierto de Arabia.
Huelga decir que el cacareado “programa nuclear” iraní no fue ideado ni iniciado por el régimen de los ayatolás. De hecho, los persas dieron los primeros pasos en la carrera nuclear durante los años 50 del pasado siglo, con el Sha Mohamed Reza Pahlavi. Estados Unidos facilitó la tecnología; la República Federal de Alemania, el indispensable equipo técnico. Curiosamente, a nadie se le ocurrió cuestionar las (obviamente buenas) intenciones del Sha. Eso sí, algunos politólogos occidentales se dedicaron a “fantasear” con la posibilidad de un conflicto nuclear entre Irán y Arabia Saudita, países que se disputaban tanto el liderazgo de la OPEP como los favores del “gran hermano” norteamericano. Pero nadie dudó de la corrección y el comedimiento del Rey de los reyes.
Durante los primeros años de la revolución islámica, Israel trató de establecer relaciones con la comunidad científica iraní, pero los intentos tropezaron con el tajante rechazo de los ayatolás, poco dispuestos a avalar la colaboración científica y/o militar con el “enemigo sionista” que, dicho sea de paso, había participado directa o indirectamente en los proyectos de desarrollo tecnológico del derrocado emperador. El régimen de Teherán mantuvo, sin embargo, extrañas relaciones comerciales con los traficantes de armas de Tel Aviv. Basta con recordar el turbio “affaire Irangate”, gigantesco operativo de venta de armamento a la “contra” centroamericana, para comprender que iraníes e israelíes jamás quemaron las naves.
La preocupación de la clase política israelí ante la “inminente” adquisición por parte de Irán de la “bomba islámica” ha sido alimentada, durante la última década, por informes procedentes de los servicios de inteligencia, declaraciones de asociaciones de exiliados persas y, ante todo, por la rimbombante retórica de los políticos de Teherán, que hacían suyos los objetivos del programa del ayatolá Jomeini: acabar con el ente sionista y liberar Jerusalén. Más inquietante aún resultaba, sin embargo, la presencia en los confines del Estado judío de agrupaciones político-religiosas pro-iraníes (Hezbolah, en Líbano; Hamas en la Franja de Gaza).
Hace apenas unos días, cuando el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) publicó su último informe sobre la evolución del programa nuclear iraní, que hace hincapié en la aceleración del proceso de enriquecimiento de uranio y la existencia, en las instalaciones subterráneas de Fordow, de combustible enriquecido al 27%, el Gobierno de Benjamín Netanyahu volvió a reclamar la intervención militar estadounidense. Sin embargo, hay quién estima que el candidato Obama no pondrá en peligro su reelección a la presidencia de los Estados Unidos para complacer al lobby pro-israelí.
Subsiste el interrogante: ¿hasta qué punto supone el hipotético poderío nuclear iraní un peligro real para Israel, los países de Europa oriental miembros de la OTAN o Rusia? Alain Chouet, antiguo jefe de operaciones de los servicios secretos franceses en Oriente Medio y autor de un impactante libro sobre la “amenaza islamista”, asegura que los nombres de artefactos bélicos iraníes provienen del imaginario coránico, del deseo de venganza contra un enemigo más cercano: la dinastía saudí.
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