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Estados Unidos ha llevado a cabo un nuevo asesinato selectivo contra un dirigente de Al Qaeda, Anuar el Aulaki, alcanzado por aviones no tripulados de la CIA, drones, durante un ataque contra la columna de vehículos en la que se desplazaba cerca de la capital de Yemen, Saná. El nombre de El Aulaki, norteamericano de origen yemení, circuló en mayo pasado como uno de los posibles sucesores de Bin Laden al frente de la red terrorista, que finalmente quedó en manos del egipcio Al Zawahiri. Junto a El Aulaki murió Samir Khan, otro estadounidense presuntamente enrolado en las filas de Al Qaeda y responsable de una de sus más importantes publicaciones.
La red terrorista acusará este nuevo golpe contra sus máximos dirigentes, el segundo en apenas cuatro meses. A la pérdida de relevancia política como consecuencia de las revueltas árabes se suma la creciente sensación de que, ahora sí, los servicios de inteligencia norteamericanos han logrado infiltrar la red terrorista o, al menos, localizar sus núcleos y canales de decisión, y anticipar sus movimientos. Al Qaeda podrá atentar de nuevo, pero ni los efectos políticos de sus eventuales acciones ni la imagen de invulnerabilidad de la red alcanzarán las cotas del pasado. Por larga que pueda resultar, su agonía ha comenzado.
El asesinato de El Aulaki suscita interrogantes similares a los que dio lugar el de Bin Laden, agravados en una parte de la opinión norteamericana por tratarse de un ciudadano de Estados Unidos y de que no existían cargos formales contra él. Nadie duda de que Obama necesita de estas acciones para afianzar unas posibilidades de reelección reducidas a consecuencia de la crisis; pero el electorado que podría ganar a su derecha podría perderlo a su izquierda, que rechaza el recurso al asesinato selectivo como parte de una estrategia antiterrorista que desearían ver desterrada.
El golpe contra Al Qaeda ha coincidido con el regreso a Yemen del dictador Saleh, quien se recuperaba en Arabia Saudí de las heridas de un atentado. Aunque los portavoces de Obama han tratado de desligar ambos hechos, insistiendo en la necesidad de que Saleh abandone el poder, la idea de que Estados Unidos desea impedir que las revueltas lleguen a la península Arábiga se está imponiendo con fuerza. Las esperanzas que despertó Obama al apoyar a los manifestantes de Túnez y Egipto, así como a los rebeldes en Libia, podrían comenzar a desvanecerse.
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