En el centro de Seúl, el mercadillo de Namdaemun, uno de los mayores del país, está abarrotado de gentes que compran y comen en sus numerosos puestos. Pero la muerte de Kim Jong-il, anunciada el lunes pasado, no ha desatado pánico por acaparar alimentos, como ocurrió en 1994 tras el fallecimiento de Kim Il-sung, su padre y fundador de la República Popular Democrática de Corea. Solo hay prisas por encontrar el mejor precio para los regalos de Navidad. Casi el 30% de los 49 millones de surcoreanos son cristianos.
“Estamos inquietos pero nadie teme ahora una guerra. Solo nos sorprendió la noticia de la muerte”, afirma una mujer de unos 30 años que se niega a dar datos personales. La mayoría de las personas no quiere responder a preguntas sobre lo que supone la desaparición del líder norcoreano.
En 1994, el Norte y el Sur se hallaban en pleno proceso de acercamiento. En la actualidad, sin embargo, se atraviesa un periodo de deterioro iniciado con la presidencia del conservador Lee Myung-bak, en 2008, que pasó por su momento más peligroso el año pasado, cuando los dos vecinos se enzarzaron a cañonazos en la isla de Yeonpyeong, que controla Seúl y cuya soberanía reclama Pyongyang. Pero estos días se perciben los esfuerzos de los dos Gobiernos por dar tranquilidad.
La zona económica especial de Kaesong, establecida por el Norte para que los industriales del Sur levantaran sus fábricas y se beneficiaran de los bajos salarios de los norcoreanos, mientras el Norte tenía acceso a la producción de enseres cotidianos desaparecidos de la producción nacional, está funcionando con total normalidad.
Según el diario surcoreano Joongang, los cientos de surcoreanos que trabajan en Kaesong acudieron ayer a su trabajo y tras la rutinaria inspección, los guardias fronterizos norcoreanos les abrieron el paso. De igual modo, los más de 40.000 norcoreanos empleados en la zona acudieron al trabajo. En total 49.600 operarios del Norte y del Sur trabajan juntos en el complejo industrial de Kaesong.
El otro gran proyecto de cooperación entre los dos países fue el desarrollo del turismo en el monte Kumgang, uno de los lugares más emblemáticos de Corea, muy cercano a la frontera común, pero fue suspendido en 2008. La muerte accidental de una turista que se adentró en una zona militar restringida y fue tiroteada por un soldado llevó a Lee Myung-bak a prohibir las visitas. “Creo que Pyongyang debería haber pedido perdón oficialmente, pero tampoco estoy de acuerdo con la prohibición”, afirma Jae-un, un estudiante de 21 años. “Yo quiero visitarlo y espero que el próximo presidente [Corea del Sur celebra elecciones presidenciales en 2012] reanude los viajes. Son positivos para los dos países”, añade.
Los dos proyectos, el de Kaesong y el de Kumgang, fueron desarrollados por el grupo Hyundai, de ahí que cuando se murió su presidente el Gobierno norcoreano enviara una delegación. Ahora sus familiares han sido autorizados por Seúl para viajar a Pyongyang y asistir al funeral por Kim Jong-il. Además, la actual presidenta de la corporación, Hyun Jeong-eun, ha enviado un mensaje de condolencia al régimen que alaba la figura del dictador fallecido “por los esfuerzos realizados por la reconciliación y una mayor cooperación”.
En especial, la comunidad empresarial surcoreana espera como agua de mayo que el nuevo líder del Norte, Kim Jong-un, y su camarilla reformista sean capaces de abrir las puertas del país y emprender cambios económicos que beneficiarán a los dos pueblos. El comercio entre los dos países es prácticamente inexistente, mientras que el comercio entre China y Corea del Norte crece a pasos de gigante desde que en 2008 EE UU impuso nuevas sanciones económicas a Pyongyang por romper las negociaciones a seis bandas para la desnuclearización del país. Según la Agencia de Inversión y Comercio surcoreana, de los 3.470 millones de dólares del comercio exterior norcoreano de 2010, el 83% fue con China, mientras que en 2004 apenas alcanzaba el 48,5%. Corea del Sur es el primer país interesado en que el Norte no sea tan dependiente de China.
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