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martes, 28 de septiembre de 2010

El portaaviones estadounidense Enterprise cumple medio siglo








Hace 50 años, el 24 de septiembre de 1960, en el astillero de Newport News la Armada de Estados Unidos botó un buque nuclear de guerra colosal.
Fue el primer portaaviones atómico del mundo, que recibió la Marina de los Estados Unidos con el número de matrícula "65" y el nombre de "Enterprise".
Los nombres de los barcos no se suelen traducir, sino que se transcriben sin más; no obstante, en este caso vale la pena comprender el significado de la palabra Enterprise para comprobar lo mucho que refleja la concepción de la nave.
La explicación más cercana de la palabra inglesa "Enterprise" sería algo así como "aventura", "empresa arriesgada", "iniciativa audaz", etc. En la tradición naval rusa existen barcos con el nombre de "Atrevido" que se daba normalmente a los minadores rápidos. Como se demostró en las décadas posteriores, el Enterprise supo justificar su nombre.
El nombre del portaaviones no se debía al azar. Así se llamaba su laureado predecesor de la Marina estadounidense: en los años de la guerra en el Pacífico, el CV-6 Enterprise se había ganado 20 estrellas de combate, distinciones especiales concedidas a los barcos por las operaciones realizadas con éxito.
Era éste un barco muy popular entre la flota y era conocido con los sobrenombres de "el gran E" o "el afortunado E". Cuando por fin en 1958 el viejo portaaviones fue enviado al desguace, los mandos de la armada estadounidense lo tuvieron fácil para nombrar al primer portaaviones atómico del mundo.
El CVN-65 (la letra N que sigue a la abreviatura CV de los portaaviones hace referencia al empleo de la energía nuclear) fue comenzado el 4 de febrero de 1958, procediéndose a su botadura dos años y medio después.
En noviembre de 1961 entró al servicio de la Armada. La decisión de construir este buque fue precedida de una larga discusión sobre la conveniencia de utilizar la energía atómica.
Las ventajas de la nueva tecnología eran evidentes: un portaaviones nuclear podía encontrarse en alta mar mucho más tiempo, portando combustible y municiones para un grupo de combate aéreo durante un mes de operaciones aéreas (frente a los 8-10 días de un portaaviones convencional).
Además de su mayor autonomía, el empleo de la energía nuclear permitía al portaaviones mantenerse durante más tiempo con los motores a toda máquina, cosa muy necesaria en caso de operaciones aéreas.
Los portaaviones convencionales, al navegar a toda máquina, queman cantidades excesivas de combustible y dependen muchísimo más del viento a la hora de lanzar y recibir aviones.
Otra ventaja consiste en que un portaaviones atómico no dejaba tras de sí una estela de humo que dificultaba las operaciones aéreas, estropeaba los equipos técnicos y hacía inútil el camuflaje del buque.
No obstante, los portaaviones atómicos tienen también sus desventajas. En primer lugar, se cuestionaba la seguridad del empleo mismo de la energía nuclear. Los datos empíricos, obtenidos en el proceso de funcionamiento de los reactores nucleares, lograron convencer a los escépticos de que la fiabilidad del reactor era suficiente para que fuera montado en un buque.
La segunda y principal desventaja era el alto coste del proyecto: el reactor junto con el enorme tamaño del portaaviones (su desplazamiento superaba las 94.000 toneladas y tenía 342 m de largo) hicieron que los costes ascendieran a la suma astronómica para los años 50 de 500 millones de dólares, lo que suponía el doble de los costes de construcción de portaaviones convencionales, tipo Forrestal.
Precisamente este coste tan elevado hizo que se abandonaran los planes de construcción de toda una serie de portaaviones atómicos, quedando el Enterprise como único en su género.
Posteriormente fueron puestos en funcionamiento varios portaaviones del tipo América, dotados del clásico sistema de calderas y turbinas.
Tan sólo a principios de los 70 Estados Unidos construyó el segundo portaaviones atómico, el Chester Nimitz, que fue el primero de la serie más grande de portaaviones en el período de la posguerra: entre 1975 y 2009 fueron botados 10 portaaviones de este tipo.
Lo curioso es que el coste de su construcción, debido a la inflación y el implacable incremento de los gastos para fines militares, superó con creces el del Enterprise, alcanzando los 2.000-5.000 millones de dólares.
El Enterprise recibió también una nueva escolta: lo acompañarían en sus misiones en el mar cruceros atómicos dotados con misiles. Tres años después de la botadura del portaaviones, fue puesto en funcionamiento el primer destacamento de buques atómicos: el Enterprise escoltado por los cruceros Long Beach y Bainbridge.
El 31 de julio de 1964 estos tres buques, que recibieron el nombre del Primer Grupo Táctico, emprendieron el histórico viaje de circunnavegación sin que estuviera prevista ninguna recarga de combustible ni víveres.
El experimento tuvo éxito pero luego se reveló que, si bien en el caso del Enterprise el reactor nuclear era una opción imprescindible, resultaba más rentable dotar a los cruceros con turbinas de gas.
El Enterprise participó en muchos acontecimientos históricos de la Guerra Fría: la crisis de los misiles, las marchas hacia las costas de Vietnam, el patrullaje en el litoral africano, los ataques contra Libia de 1986, etc.
También fue una plataforma habitual para las pruebas de todo tipo de equipo técnico, empezando por los radares con antenas controladas por fases, instalados en el famoso cubículo y usados por el Enterprise durante los primeros 30 años de su servicio y acabando por los aviones de alerta temprana Hawkeye y los cazas F-14.
La vida útil de un portaaviones es larga. Muchos buques estadounidenses de este tipo han superado en su momento el límite de los 45 años; pero cumplir los 50 con plena operatividad sólo lo ha conseguido el Enterprise. Sin embargo, el día de su jubilación ya está fijado: en 2013, con la puesta en funcionamiento del modernísimo portaaviones Gerald Ford, el Enterprise abandonará las filas de la Marina estadounidense.
Su futuro es todavía incierto: hay quienes proponen abrir allí un museo, pero también hay partidarios de mandarlo al desguace para que su glorioso nombre pueda pasar a un sucesor suyo.

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