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viernes, 11 de mayo de 2012

23 de abril de 2012
Dmitri Babich, analista político de la Voz de Rusia
Los economistas consideran que los BRICS es un grupo de países unidos por la pujante importancia de sus economías a nivel global. Sin embargo, otro importante elemento que sirve para dar unidad a este grupo es el descontento con la política occidental en los asuntos internacionales.
Dibujo de Niyaz Karim


¿Pueden los países BRICS, una organización que une a países tan diferentes como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, convertirse en un importante actor de la política internacional? Un economista diría que no, y BRICS, de alguna manera, fue “creado” por el economista Jim O’Neil, analista de Goldman Sachs, que en 2001 acuñó el término BRIC para referirse a los cuatro países con mayor crecimiento económico. Sudáfrica se unió a la organización el año pasado debido a su creciente peso económico y a su importante papel en África. Un economista argumentaría que la fuerza del grupo radica, simplemente, en su importancia en la economía mundial.

Pero no solamente un economista hablaría así, un estudioso de las culturas del mundo también tendría cosas que decir. Argumentaría que los chinos y los indios no se llevan bien, y que Rusia, siendo rechazada por sus vecinos occidentales como un país “no muy europeo”, tampoco está considerado como un país verdaderamente asiático por sus vecinos orientales. En cuanto a Brasil y Sudáfrica, ambos parecen estar tan lejos entre sí como de los centros “tradicionales” globales, es decir, la UE y los EE UU. Parece imposible que estos países situados en los márgenes puedan llegar a tener una influencia global.

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Sin embargo, los líderes de los BRICS convocan cumbres anuales y sacan declaraciones conjuntas, lo que parece indicar que el grupo avanza hacia una mayor integración. En definitiva, ¿qué es lo que mantiene unidos a estos gigantes? El descontento con la política de las potencias mundiales “tradicionales”. 

Durante la cumbre de los países BRICS del año pasado en Hainan, China, se hizo evidente que no compartían el entusiasmo de Occidente acerca de la “primavera árabe” y preveían la llegada de más problemas. Mientras Washington, Bruselas y otras capitales europeas aplaudían al derrocamiento del presidente Mubarak en Egipto y alentaban a los insurgentes en Libia, la declaración de los BRICS supuso un jarro de agua fría. Los cinco líderes de estos países expresaron su “profunda preocupación” acerca de los acontecimientos en el norte de África. Uno de ellos, Jacob Zuma, de Sudáfrica, lideró los esfuerzos de la Unión Africana para lograr un acuerdo negociado entre Gadafi y sus enemigos. Además, la continuación del conflicto en Libia, el desarrollo de los acontecimientos en Egipto, que incluye los pogromos anticristianos y las tensiones entre los islamistas y el ejército, han demostrado que algunas de las preocupaciones eran razonables.

Por su parte, la cumbre más reciente de los BRICS que tuvo lugar en Nueva Delhi. Se desarrolló mientras la jefa de la diplomacia estadounidense, Hilary Clinton censuraba la oposición de Rusia y China a la resolución sobre Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU. Desgraciadamente, lo hemos escuchado antes. En Libia, el consentimiento de Rusia y China a la sutilmente redactada resolución llevó a una intervención militar occidental. De modo que Moscú y Pekín tienen razones para preferir ver a descontenta a la señora Clinton, antes de que se vuelva a repetir de nuevo la misma historia.

Por lo tanto, es el intervencionismo occidental el que auna a estas naciones tan distintas. Esto fortalece a los BRICS mejor que las viejas ilusiones izquierdistas, presentes de alguna forma u otra en todos estos países durante el siglo XX. Por cierto, algunos occidentales aluden al trágico pasado comunista de Rusia y China para disminuir su legítimo papel en el escenario mundial. Como si los crímenes de Mao o de Stalin hicieran a las nuevas generaciones de rusos y chinos inferiores a los letones, por ejemplo. 

Por desgracia, el intervencionismo del Occidente no se limita a casos como Libia o Siria. La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, expresó recientemente su preocupación por la política monetaria de Washington, y dijo que la devaluación de dólar está limitando la capacidad de exportación de Brasil y otros países en vías de desarrollo. La respuesta fue una fría acogida a Rousseff durante su visita a Washington. A esto se puede añadir el rechazo de Obama para revisar la posibilidad de levantar el bloqueo económico contra Cuba, tal y como expresó durante la cumbre de las Américas celebrada en Cartagena, Colombia, lo que provocó la indignación no sólo de Brasil sino de casi todos los países de América Latina. El presidente de Colombia tuvo que hacer un viaje especial a La Habana para pedir disculpas a Raúl Castro. 

¿Quiere decir esto que Brasil, Rusia, India y China no desean que haya democracia en Cuba o Siria? Por supuesto que deseamos la democracia en estos países, no somos menos humanistas que nuestros vecinos occidentales. Sin embargo, no queremos que sea “exportada” con intervenciones militares o “salarios” a la oposición de estos países. Es por ello que los diferentes países que forman el grupo BRICS se han convertido en verdaderos amigos, amigos en la adversidad.


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