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lunes, 16 de agosto de 2010

El precio de ser insumiso en un Israel fuertemente militarizado

Traidores. Desleales. Cobardes. Judíos que se odian a sí mismos. Son algunos de los apelativos que los insumisos reciben a diario en Israel.Pero no es sólo eso: la insumisión tiene un alto precio en un Estado sumido en la batalla desde que nació. Quienes no hacen el servicio militar –obligatorio por tres años para los hombres y dos para las mujeres– pagan las consecuencias toda la vida.Las referencias a lo castrense son constantes en Israel. En las entrevistas de trabajo se pregunta sobre la unidad o el grado y las cejas se arquean ante una respuesta negativa. Las miradas no ocultan el desprecio hacia el que no sirvió en el Ejército del pueblo. Hay urbanizaciones que exigen haber sido soldado a sus residentes y casas que no se alquilan a los insumisos. Les deniegan hipotecas y, ahora, hay una propuesta de ley para que no se les deje sacarse el carné de conducir.Tampoco acceden al empleo público y muchos han de esperar dos años para ir a la Universidad, porque hay carreras con un mínimo de edad. Entre los 18 y los 20, no hay más opciones en Israel que vestir de caqui. “Lo primero que le ocurre a un insumiso es que va a la cárcel. Pasa unos meses entrando y saliendo hasta que al final le dejan libre”, dice a LA GACETA Ofer Keiman, de la organización pacifista Yesh Gvul (“Hay un límite”).Lo más difícil no está en la celda, sino fuera: se convierten en refusenik, gente que se niega a aportar su grano de arena para defender al Estado de las amenazas que lo rodean. Gente que “no sirve”. Sufren rechazo social y, a veces, familiar. Pero para estos chicos apenas salidos de la adolescencia, enrolarse en Israel no significa “servir a su país”.“No ir al Ejército es un acto moral cuando se trata de un Ejército que ocupa otra nación”, dice Keiman. Para él, “cuando sirves en los territorios palestinos no eres un soldado, sino un policía que aplica la ley israelí a personas que no son ciudadanos israelíes y a las que se les niegan sus derechos más básicos. Hay toques de queda, puestos de control... Se trata a una población entera –incluyendo a mujeres y niños– como si fueran todos enemigos. Es absurdo”.Cada año, un pequeño grupo de estudiantes de último curso firman la Carta de los shministim (mayores). Este año fueron 88 los signatarios que definen en su misiva la ocupación como “una situación extrema, violenta, racista, inhumana, ilegal, antidemocrática e inmoral”.No todos los insumisos son antiocupación. También hay pacifistas en el sentido amplio de la palabra y otros que, sencillamente, no creen tener una deuda con su país que saldar con tres años de uniforme y un sueldo de 80 euros al mes. Muchos no apelan a su ideología cuando les llaman a filas y se limitan a evadirse argumentando inestabilidad psicológica, motivos económicos o casándose.El Ejército no facilita cifras de insumisión. La organización de ayuda a la insumisión Nuevo Perfil, dice que un 25% de los jóvenes no se alista y otro 26 % abandona el servicio antes del primer año, unas cifras que incluyen también a los árabes y a los judíos ultraortodoxos, exentos del servicio.El año 2002, con la Segunda Intifada en pleno apogeo y atentados palestinos a diario, Israel decidió escarmentar a los antibelicistas. Cinco insumisos fueron condenados a dos años en prisión, que cumplieron íntegros. Uno de ellos, Hagai Matar, asegura a LA GACETA que no se arrepiente de lo que hizo porque “ni quería entonces ni quiero ahora participar en la ocupación a otro pueblo”. Ese año fueron más de 300 los shimnistim, jóvenes que cada enero ponen sobre la mesa un debate vetado en la sociedad israelí.Ruth Hiller, portavoz de Nuevo Perfil, reconoce que la insumisión es “un tema prohibido”. “Al Ejército hay que ir y no es cuestionable”, dice esta mujer, madre de cuatro insumisos, que advierte, sin embargo, una pequeña corriente de cambio. “Bajo el silencio hay una callada ola de insumisión que crece y cuestiona cada vez más este desmesurado sistema militar”.


Tortuga

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