MATEO BALÍN
Por vez primera las Fuerzas Armadas afrontan el desafío de alimentar la maquinaria militar de cuatro misiones exteriores tan complejas y diversas como alejadas entre sí. Del norte de África al océano Índico, de Oriente Próximo al corazón de Asia Central. Más de 3.500 soldados se encuentran al pie del cañón en escenarios de incierto futuro y amenaza creciente.
Libia: A la espera de Gadafi
Las tropas españolas permanecerán en la misión de Libia hasta que Muamar el Gadafi abandone el poder. Esta es la única certeza que a día de hoy maneja el Ministerio de Defensa para vislumbrar un escenario final de la guerra civil libia. Pero Gadafi sigue en el poder, continúa masacrando a su población y la emergencia humanitaria se acrecienta. Por lo que no queda más remedio que mantener intacta la presión militar, pero también profundizar con urgencia las vías diplomáticas para conseguir una paz duradera en el país. Si pasa el tiempo y el coronel libio sigue sin ser derrocado ganaría fuerza el despliegue de una operación terrestre internacional.
Afganistán: Ofensiva primaveral
No hay dudas para la cúpula militar: se trata de la misión de mayor riesgo para las tropas españolas. «El deterioro de la seguridad es evidente», admitió en marzo el director del CNI, Félix Sanz Roldán.
La insurgencia ha abandonado su estado de hibernación para intensificar sus ataques. Defensa ha hecho públicos hasta ocho incidentes en las últimas semanas. Todos ellos en la provincia de Badghis, donde se acuartelan 875 militares españoles.
La fase de dificultad por la que atraviesa la operación también contribuye el despliegue de las Bases Operativas Avanzadas, una estrategia que tiene por objeto ampliar la burbuja de seguridad hacia el norte de Badghis, una zona más inestable. Se pretende agilizar la construcción de dos importantes vías de comunicación que atraviesan la provincia afgana.
Los mandos militares también esperan la primavera para conocer si ha funcionado el plan de reintegración de los insurgentes. Más de 350 combatientes han abandonado la lucha a cambio de dinero. Sin embargo, fuentes castrenses reconocen que está por ver si la insurgencia les vuelve a captar. En Herat, la otra provincia en la que el Ejército tiene responsabilidad, la situación es tranquila y la OTAN ha decidido ceder la autoridad a las fuerzas de seguridad afganas.
Somalia: La solución está en tierra
Los mandos militares asumen que la piratería va a ser un fenómeno delictivo de larga duración porque hay muchos grupos interesados en su pervivencia: piratas, intermediarios, aseguradoras, compañías de seguridad o señores de la guerra. Sobre esta base consideran que la solución no solo debe ser militar, sino que requiere una respuesta integral en tierra.
La UE y la ONU han desarrollado la formación de un Ejército Nacional somalí que controle los puertos piratas. España contribuye desde hace un año a la instrucción de 1.000 soldados somalíes en Uganda. Se prevé que en junio terminen la formación y comiencen a ocupar los santuarios piratas.
El Líbano: Siria y Hezbolá
La pacificación lograda por los cascos azules, con un papel destacado de las tropas españolas, podría revertirse. Dos factores de impredecible consecuencia acechan la seguridad al sur del país. La primavera árabe en Siria podría atomizar la zona y hacer imprevisibles sus consecuencias en el Líbano, Israel y los territorios palestinos. Los expertos llaman la atención sobre el papel que en esta revuelta puede tener Irán, a cuyo régimen no le interesa la caída del presidente Bashar al Asad.
Por su parte, las conclusiones del informe de la ONU sobre el asesinato del primer ministro Rafik Hariri apuntan a un grupo próximo a Hezbolá. Ante el temor a una reacción del todopoderoso grupo armado, las tropas españolas han incrementado su protección.
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