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viernes, 6 de julio de 2012

La lucrativa ocupación israelí y por qué nunca se habla de ello

+972 Magazine


Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.



Conocer el lado lucrativo de la ocupación (mucho más considerable de lo que creemos) podría obligarnos a cambiar toda nuestro pensamiento político.



Ami Kaufman (en su +972 blog) y Emily Hauser (Open Zion) se unen al debate acerca de la carga que la ocupación supone para la economía israelí. Como indica Ami, va unido al debate sobre el movimiento 14J (el movimiento de protesta por la “justicia social”). Se suele afirmar que acabar con la ocupación y el costoso proyecto de las colonias beneficiaría a la economía israelí más que cualquier otra medida que puedan proponer quienes protestan.

Como indican tanto Emily como Ami, este argumento es un tanto cínico: habría que oponerse a la ocupación por una cuestión moral, con independencia del coste que suponga a Israel. Estoy totalmente de acuerdo y esta es la respuesta que suelo dar a quienes defienden el “argumento económico” en contra de la ocupación. Sin embargo, me gustaría examinar la asunción del texto de Emily (y del de Ami en menor medida) de que la ocupación es solo una carga para Israel y su economía ya que creo que esta afirmación es parte de una distorsión mayor de la esencia del actual status quo.

En primer lugar habría que señalar que es extremadamente difícil calcular el verdadero coste de la ocupación ya que el presupuesto israelí considera ambos lados de la Zona Verde como una unidad. Además, los ministros que apoyaban las colonias (incluyendo los del Partido Laborista o de Kadima) encontraron durante años la manera de integrar las asignaciones de fondos a Cisjordania en líneas presupuestarias “inocentes”. Por ejemplo, el ministro de Transportes subvenciona los viajes en autobús de los colons, lo que hace que un viaje más largo que el viaje Jerusalén-Tel Aviv cueste lo mismo que un viaje en un autobús local en la zona metropolitana de Tel Aviv. El ministro de Educación autoriza clases más pequeñas en las escuelas de los colonos. La población colona es la que dispone de mayor cantidad de funcionarios a su servicio y todo ello sin figurar en las inversiones directas en la ocupación a través del departamento de vivienda o del ministerio de Defensa.

Ha habido varios intentos de calcular el coste de la ocupación. En 2011 Shir Hever concluyó un estudio que calculaba el coste anual en 9.000 millones de dólares, lo que supone una media de 1.175 dólares para cada israelí. En 2007 varios economistas daban una cifra de 50.000 millones de dólarespara los (entonces) 40 años de control y colonización israelí de Cisjordania y Gaza. El Centro Adva para estudios socioeconómicos está haciendo el trabajo más exhaustivo en este campo. Aunque no ofrecen una “cifra definitiva”, su informe de 2012 contenía algunos datos interesantes (PDF, en hebreo) incluyendo los “presupuestos especiales” que recibieron las Fuerzas Defensivas Israelíes [IDF, en sus siglas en inglés, el ejército israelí] para sus operaciones en Cisjordania entre los años 1989 y 2011: unos 13.000 millones de dólares (el presupuesto anual de Israel es de aproximadamente 100.000 millones de dólares).

Pero incluso estos datos parciales son muy ricos si se comparan con la otra cara del presupuesto: el cálculo de los ingresos directos e indirectos de la ocupación.

Nadie puede negar seriamente la existencia de dichos ingresos: desde las compañías israelíes implicadas directamente en explotar y vender los recursos naturales de los territorios ocupados (el ejemplo más destacado de ello es los productos de belleza Ahava (informe en inglés, PDF) y unareciente sentencia del Tribunal Supremo que incluso permitía minar la tierra palestina para satisfacer las necesidad del creciente mercado inmobiliario israelí) hasta el mercado cautivo que los palestinos representan para Israel (por todas partes en Cisjordania y Gaza se encuentran productos domésticos de marca israelí). El agua es uno de los más preciados recursos de Oriente Próximo: Israel y las colonias israelíes utilizan al menos el 80% del Acuífero de la Montaña (situado bajo Cisjordania) y solo el 20% de este va a la población palestina (el consumo medio de agua de un israelí es 3.5 mayor al de un palestino).

Con todo, el principal beneficio económico que obtiene Israel de su control de Cisjordania está oculto a pesar de estar a simple vista: nos referimos del recurso más caro y más deseado ahí, la tierra.

A medida que el precio de la tierra subía en Israel en las últimas décadas, Cisjordania se convertía en una conveniente fuente de terreno para los nuevos proyectos de vivienda que servían a dos grandes zonas metropolitanas, Tel Aviv y Jerusalén. Al oeste de la Zona Verde se construyeron ciudades nuevas para judíos menos acomodados (especialmente los ortodoxos, aunque no exclusivamente). En la década de 1980 la mayoría de estos proyectos se construyeron al noreste de Tel Aviv, cerca de Qalqilia (“A 5 minutos de Kfar Saba”, afirmaban los anuncios publicitarios); las dos últimas décadas han sido testigo del rápido crecimiento en el sudeste, cerca de la zona de Modi’in y la carretera 443. Partes enteras de Cisjordania se han convertido literalmente en los nuevos barrios residenciales de Tel Aviv.

El último plan de urbanismo que preveía la expansión de Jerusalén hacia el oeste se descartó (también debido a razones medioambientales: al parecer los árboles son más importantes que los palestinos) y con muy pocas excepciones Jerusalén se está expandiendo también hacia el norte, este y sur, casi exclusivamente más allá de la Zona Verde. Actualmente viven medio millón de judíos en la ocupada Cisjordania, muchos de ellos en proyectos urbanísticos subvencionados por el gobierno en la zona de Jerusalén. Habría que imaginar el coste de estos proyectos si estuvieran situados en el propio Israel, especialmente cerca de los centros metropolitanos.

El control de la tierra palestina genera muchos otros beneficios económicos que no voy a detallar aquí. Piensen, por ejemplo, en las carreteras que atraviesan Cisjordania para servir al tráfico israelí fuera de ella: la carretera 90, que transcurre en dirección norte sur a lo largo del río Jordán; la carretera n° 1 (este) que va de Jerusalén al mar Muerto y la carretera 443 que sirve de muy necesaria alternativa a la carretera constantemente embotellada que une Jerusalén y Tel Aviv. Imaginen lo que costaría si todos los coches israelíes con matricula amarilla [los palestinos las tienen blancas, ndt] tuvieran que rodear hacia el oeste la Línea Verde en vez de utilizar estas carreteras [que atraviesan los territorios palestinos] o si se permitiera a los palestinos cobrar peaje por utilizar estas carreteras. Y este no es sino un aspecto del control de la tierra. Lo esencial es que el control de Cisjordania, Jerusalén Oriental y, en menor medida, Gaza tiene un valor considerable para Israel, que podría incluso ser superior a la carga económica que supone la ocupación.

En mi opinión, la falta de un debate sobre los beneficios que la ocupación supone [a Israel] impide entender mejor las fuerzas que hay en juego en este conflicto. Podría explicar, por ejemplo, la expansión de las colonias que fue de la mano de los Acuerdos de Oslo. A principios de la década de 1990 se dispararon los precios de la tierra y de la vivienda debido a la inmigración desde la antigua USSR. Los gobiernos israelíes (incluyendo los de las palomas) se volvieron a Cisjordania como solución, pero al hacerlo estaban minando su propio esfuerzo de separar Cisjordania del resto de Israel. Tampoco es una coincidencia que la resistencia palestina irrumpiera en lugares como Bil’in o Ni’lin, cuya tierra había sido confiscadas para estos proyectos urbanísticos, o que la población ultraortodoxa enviada a poblar estas casas se incline cada vez más a la derecha y se convierta casi en lo mismo que el movimiento de los colonos. Otro ejemplo importante es el bloqueo a Gaza: como demuestra lo expuesto en el diario Haaretz, la lógica detrás de qué bienes se permitirá entrar en la Franja incluye muchas consideraciones económicas, que sirven a los intereses de los agricultores y fabricantes israelíes. Sin embargo, nunca oímos hablar de cómo sirve el bloqueo a los intereses israelíes, solo de las razones de seguridad.

Con todo, hay una razón más profunda para negar los aspectos lucrativos de la ocupación, una razón que tiene que ver con cómo los israelíes, incluso los de izquierda, conciben este conflicto: ignorar el beneficio que la ocupación supone a Israel sirve para desdibujar su naturaleza colonial.

Presentar la ocupación como una carga ayuda a retratar la situación actual como “una tragedia” en la que están atrapados ambos pueblos al tiempo que se oculta la relación que hay entre la persecución política de los palestinos y su explotación económica (la mano de obra barata es otro “beneficio” de la ocupación del que no voy a hablar aquí). Se nos dice una y otra vez que no se puede utilizar la teoría colonial, ni elementos de ella, para explicar la naturaleza del control israelí sobre Cisjordania y como prueba de ello se ofrece el coste de las infraestructuras que Israel ha construido en los territorios ocupados. Pero el colonialismo siempre exige infraestructuras caras, lo que no significa que no pueda servir bastante bien a otros sectores o intereses de la sociedad ocupante.

Una tercera razón para ignorar el lado lucrativo de la ocupación es las implicaciones que tiene en la legitimidad de las sanciones contra toda la sociedad israelí, una razón que hasta las personas de izquierda (como yo mismo) tienen dificultades en aceptar.

No siempre basta con oponerse a la ocupación, también hay que entender su atractivo. En el pasado escribí sobre la adicción israelí al status quopolítico, especialmente en relación a la cuestión palestina. Creo que un análisis honesto de los costes y beneficios del control israelí sobre Cisjordania apoyaría la noción de que la ocupación es lucrativa para Israel y, por lo tanto, nunca acabará con ella un proceso que sea solo interno de Israel.



Noam Sheizaf es un periodista israelí independiente que vive y trabaja en Tel Aviv. Ha publicado en Ynet, Maariv, Yedioth Ahronoth, The Nation y Haaretz. Tiene la sección “Promised Land” en la revista digital “+972 Magazine”. Antes de ser periodista fue soldado del ejército israelí durante cuatro años y medio.


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