MADRID- En los últimos tiempos, determinados cambios legislativos y la participación creciente en misiones en el exterior bajo condiciones de estrés ha generado un fenómeno cada vez más extendido entre los miembros de las Fuerzas Armadas: el síndrome «burnout», o en castizo, el del militar «quemado». De la proliferación de este síndrome entre los efectivos de los ejércitos alerta la revista de «Sanidad Militar» en su número trimestral de enero a marzo.
Un extenso y durísimo artículo en esta revista avisa de las consecuencias negativas que para el conjunto de las Fuerzas Armadas tiene que esta patología sea cada vez más común entre sus miembros. La definición más acertada, y breve, para saber qué es este síndrome es el «progresivo deterioro emocional», que se constata en cuatro fases, según relata el texto: una primera de ilusión o entusiasmo; después llega la desilusión; en tercer lugar la frustración y por último la desesperación. Una situación sobre la que la revista asegura que «alguien debería ser consciente de la urgencia de adoptar medidas para superar el bache emocional que están sufriendo los integrantes de los ejércitos». A esto añade la publicación que «los síntomas del deterioro, de verdadero “queme” colectivo, no pueden ser más evidentes», por lo que avisa de que «no atender a tiempo» a las exigencias de los militares «puede hacer que la gravedad de los síntomas se enquiste y llegue a producir una parálisis de todo el sistema defensivo».
Las causas
¿Qué ha generado esta situación y la consiguiente alerta? Según la revista, varios factores han influido en la extensión del síndrome. El primero de ellos, las expectativas profesionales de los uniformados. El artículo señala que el nuevo sistema de las evaluaciones para los ascensos «generan malestar general», a lo que añade que «se produce una sensación de inseguridad y zozobra, motivada por el cambio permanente de los parámetros a valorar en dicha evolución». El resultado de ese nuevo sistema, subraya, es «anárquico, favorecedor de ciertas unidades o cursos realizados» y «no consigue la validación plena por parte del grupo evaluado, sembrando el descontento y la frustración en gran parte de los casos».
En segundo lugar, critica como detonante de este «queme» generalizado tres elementos más: la asignación de destinos; los informes personales anuales, «los cuales, rayando los límites constitucionales, son ocultados al militar sobre el que se informa»; y «el decididamente arbitrario sistema de concesión de recompensas periódicas, donde, a falta de otros datos objetivos a valorar, la experiencia indica que la principal virtud que se destaca es el servicio inmediato y personal al mando que tiene la potestad de proponerla».
La conclusión de toda esta problemática no puede ser más pesimista. Según los autores, la sensación que queda en la mente de los militares es que «no se está sirviendo a un bien o ideal superior, sino al mando más inmediato que tiene la potestad de realizar los informes». Esto potencia no las virtudes militares sino «el servilismo más mezquino, tanto en el soldado recién ingresado como en el que tiene las más altas responsabilidades». Todo esto genera además un sistema de ascensos que no termina de rejuvenecer a los mandos, y señala como ejemplo que la edad para ascender a teniente coronel es superior en unos siete años al de la media del resto de países de la OTAN.
El artículo se refiere asimismo a otro aspecto más esencialmente castrense que contribuye a que este síndrome se esté propagando: la sensación «de estar entregando la vida a unos ideales que se ven sistemáticamente ridiculizados por ciertos sectores de la población, de defender una bandera que algunos e sus propios conciudadanos se empeñan en sustituir y de ofrecer la vida por una patria de la que nadie parece querer hablar y que, en cambio, algunos aspiran a modificar».
Y junto a todo esto, el estrés cada vez más común entre los militares desplegados en misiones en el exterior. Estrés que se multiplica, asegura el texto, «cuando un militar se encuentra en medio de un ambiente de combate pero, o bien no dispone de armamento con que hacer frente a una agresión o su empleo está seriamente restringido por las reglas de enfrentamiento».
Por todo ello, los expertos instan a hacer valoraciones periódicas entre diversos grupos de militares para determinar la prevalencia del síndrome. Y añade que estos exámenes deben ser más intensos en «absolutamente» todo el personal que regrese de una misión en el exterior y los integrantes de la Unidad Militar de Emergencias que hayan pasado por una experiencia extrema.
Un diagnóstico que lleva implícito el riesgo de tener «un grupo de militares incapacitados para realizar debidamente sus cometidos». Un riesgo demasiado alto.
El documento
«Los síntomas de deterioro, de verdadero queme colectivo, no puede ser más evidentes»
«La sensación de muchos militares es que no se está sirviendo a un bien o ideal superior»
«España comparte con los demás países de su entorno la falta de ideologías y valores morales»
«Se está corriendo el riesgo de tener un grupo de militares incapacitados para realizar sus cometidos»
La Razón
TORTUGA
No hay comentarios:
Publicar un comentario